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Qué es la laicidad

¡Cuántas aproximaciones, ideas falsas, es decir tonterías, en el debate, más que nunca recurrente, alrededor del laicismo! Precisemos:

1. Lacidad no es ateísmo. No es odio a las religiones. Es la idea (de origen básicamente cristiano) de que hay que “dar al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. O mejor: que hay una parte de las aspiraciones de los hombres que no conciernen al Cesar. O también: que el príncipe puede tener su pequeña idea sobre la fe que, en conciencia, le parezca mejor, incluso para decir el sentido de la vida, pero que sus súbditos no tienen en absoluto nada que saber de esa idea. Principio, no de guerra, sino de separación.

2. El Estado laico no es un Estado militante, que hace la guerra a tal o cual, sino un Estado árbitro. Un Estado imparcial. Un Estado impasible cuyo papel es proporcionar el marco, solo el marco, en el que los distintos proveedores de creencias puedan coexistir y, si quieren, rivalizar. El cardenal Langénieux tiene derecho de decir, en 1896: “Francia, hija primogénita de la Iglesia”. Un musulmán, un ateo, pueden igualmente creer y gritar lo contrario. En cuanto que un hombre de Estado, un César, ponga un dedo en el engranaje de este debate, en ese momento muere la laicidad.

3. Laica, por tanto, no es el nombre de una de las creencias que rivalizan. Es el nombre de la no-creencia que hace, entre todas, la competición posible, leal y sobre todo pacifica. No hay “partido Laico”. No se puede decir “los laicos” como se dice “ los católicos”, o “los judíos”, o incluso “los agnósticos”. Al no ser el laicismo otra cosa que el principio de equidistancia que desafía las  veleidades dominantes, o integristas, de una u otra fe, la fórmula “integrismo laico” no tiene sentido.

4. Equidistancia, ¿de verdad? Totalmente tampoco. Porque si el Estado se desocupa de las almas, se ocupa, en cambio, de la integridad de los cuerpos. De manera que, aunque mantenga el equilibrio entre las religiones, tiene un cuidado especial con aquellas que, o esencialmente (sectas) o accidentalmente (a través de sus prácticas: ablación, castigo de la apostasía o de la blasfemia) atentan a esta integridad. Laicidad no es tolerancia. La laicidad somete la tolerancia a la trascendencia de los derechos humanos.

5. Supongamos alejadas las practicas asesinas y delictivas. Los signos religiosos ordinarios ¿tienen derecho cívico en todas partes? En la esfera privada, naturalmente. En el espacio público, por supuesto también. ¡Pero atención! El operador de equidistancia supone, en cada uno, una zona del alma calificada de “ciudadana” y que se superpone, sin negarlos, a sus determinaciones de origen. Y esta zona del alma supone en sí misma un tercer espacio, intermedio, donde se forma (la Escuela), se reconoce (la Administración), o se confronta con un Estado que valida o no la legitimidad (la urna). Laico es el que se ajusta a ese espacio. Y que, por tanto, entra allí a cuerpo descubierto.

6. Este Estado imparcial y que nada tiene que decirnos de lo que compete a las religiones, ¿no tiene, sin embargo, que tratar con ellas, por ejemplo, el mantenimiento del orden en los suburbios? La tentación existe. Pero esa es otra trampa mortal, porque, aunque es verdad que el sujeto solo se convierte en ciudadano dando un paso fuera de la línea de los parroquianos, tratar con las parroquias, ir a buscar a los hombres a la iglesia, a la sinagoga, a la mezquita, para ponerlos en la sociedad, en fin, jugar con las religiones sin creer en ellas, eso tiene un nombre: el comunitarismo (en Francia un avatar del “maurrasismo”) .

7. ¿Qué lugar, entonces, para aquellos sujetos que no se reconocen en ninguna de las parroquias equidistantes? Ninguna, decía John Locke, inventor del laicismo anglosajón (pues los descreídos son malvados) Considerable, decía Bayle, inventor del laicismo a la francesa (pues, no creyendo en ningún Dios, creen en la sociedad). Es Bayle quien tenía razón. La piedra de toque de la laicidad es esta cuestión de la no creencia. El test definitivo es la manera en que proteja , no solamente la  libertad de creer, sino la de no creer y, también, la de blasfemar.

8. ¿Qué es del Estado cuando se obliga a tener con las religiones un lazo reducido a casi nada (financiación, régimen fiscal, igualdad ante la ley)? ¿No estaría tentado de   considerarse  a sí mismo objeto de religión (tentación de Robespierre con el Ser supremo, de Rousseau con su religión civil)? Hay que oponer a estos dos nombres otro, el último, el de Condorcet, muerto en el fondo de un calabozo por haber inventado una Constitución que, por primera vez, pretendía unir a los hombres sin deber nada al lazo religioso.

9. ¿Ventaja de este lazo que escapa, sin más, al teológico-político? Es una leve atadura que deja un cúmulo de almas fuera de sus nudos. Es una atadura discutible, pues está fundada sobre una palabra que ya no es como un rayo caído del cielo, sino que a partir de entonces constituye el objeto de un libre comercio entre los hombres. Es una atadura insegura que, por muy bien anudada que esté, puede siempre ser desatada o medio desatada, o desatada y vuelta a atar. La Republica misma.

10. Y además el hecho de que el lazo laico ya no sea de factura religiosa tiene una última consecuencia. No tiene nada por encima de él. No hay más trascendencia que lo asegure que él mismo. El postula lo Justo, lo Verdadero, el Bien, pero sin que nada garantice que es de ellos, no de sus simulacros interesados. De ahí una orden que, por primera vez, se sella sin preguntarse su fundamento. Y de ahí esta idea difícil y vertiginosa, que hace recular de pánico al mismo Voltaire cuando, en un último escrúpulo, devuelve el timón a un vago dios relojero —de ahí este heroísmo de la razón que acepta que el cielo esté vacío, el suelo poco firme y las certezas vacilantes. Es la apuesta misma de la democracia. Donde el laicismo no es uno de los resortes, sino el corazón palpitante de la idea democrática.

Bernard-Henri Lévy (Traducción de José Antonio Naz y Carlos Ayllón)

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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