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Que abran las iglesias a los sin techo

Me pregunto dónde está ese amor al prójimo. Me pregunto dónde está ese auxilio a los necesitados, ese dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento

La religión es sólo control de la mente, solía decir en sus monólogos el célebre actor del movimiento contracultura norteamericano George Carlin. Yo diría que es muchas cosas más, pero, efectivamente, la manipulación y el control mental, son y han sido a lo largo de la historia las grandes herramientas con que las religiones han mantenido sometidas a las sociedades y a las personas. Hasta el punto de que media humanidad las considera como el paradigma de la espiritualidad y de las bondades, bondades de las que, con evidencia, carecen.

No matarás, sentencia el primer mandamiento cristiano. Curioso. Si uno se pone a leer y a investigar un poco, se encuentra, desde múltiples fuentes, con el hecho de que el cristianismo es la organización humana que más ha vulnerado ese precepto en la historia de la humanidad. No robarás es el segundo mandamiento, y tampoco puede la Iglesia católica enorgullecerse de haberle seguido con fe ciega. Que se lo cuenten a Aznar y a la reforma que hizo en 1998 de la Ley Hipotecaria, en la que dio carta blanca para facilitar que los arzobispados puedan inmatricular en los Registros de la propiedad los bienes públicos.

Mención aparte merecen, quizás, esos tópicos enraizados en la conciencia colectiva que, referidos al “amor al prójimo”, a la caridad, a la misericordia, a la atención de los necesitados, hacen buena la sentencia del ministro de propaganda nazi, Goebbels, cuando dijo que “una mentira repetida cientos de veces acaba siendo una verdad para el que la escucha”. Amor al prójimo. Ama a tu prójimo como a ti mismo. ¿Cuántas veces hemos escuchado estas sentencias llenas de un falso buenismo en nuestra vida? Los de mi generación cientos de veces. Aunque los de las nuevas generaciones probablemente, con la Ley educativa de Wert, muchas más.

Me pregunto dónde está ese amor al prójimo. Me pregunto dónde está ese auxilio a los necesitados, ese dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento con que tanto mediatizan nuestras conciencias prácticamente desde que nacemos. Me pregunto, si el Estado español regala anualmente a la Iglesia católica 11.000 millones de euros de los PGE, más financiaciones diversas desde muchos organismos oficiales, más exenciones de IBI, de impuestos, de Seguros Sociales, más donativos de todo tipo, más mantenimiento de restauraciones, más todo tipo de privilegios, prebendas y ayudas a sus cientos de organizaciones de supuesta ayuda social, por qué se permite que haya miles de españoles en las situaciones más míseras, por qué hay niños durmiendo en la calle, por qué hay ancianos que mueren de frío porque no pueden aspirar a encender la calefacción. ¿En manos de quién acaban los miles de millones de euros destinados a obra social?

Me pregunto por qué la Iglesia católica, tan filantrópica como dice ser, se alía con la derecha neoliberal, con el Partido Popular, que se acaba de oponer, junto a Ciudadanos, a la subida de las pensiones, esas pensiones misérrimas con las que miles de mayores malviven en la carencia y en la estrechez. Me pregunto por qué la Iglesia, que se dice tan caritativa aunque dedica tantos esfuerzos a recabar dinero y bienes públicos, es la sempiterna aliada de la derecha y de las fuerzas más reaccionarias cuyo esfuerzo se concentra en alejar a los ciudadanos de sus derechos y de su bienestar. ¡Cuánta contradicción! ¡Cuánta distancia entre las palabras vertidas y la realidad!

Desde hace unos días circula una iniciativa a través de la plataforma Change.org que me llamó mucho la atención y que, lo confieso, me alegró. Alguien, una persona anónima, ha iniciado una campaña de petición de firmas exigiendo que se abran las iglesias a los sin techo en las noches de los meses de frío. ¿Acaso no sería lo lógico que los miles de templos católicos que todos mantenemos y financiamos  hicieran honor a la supuesta espiritualidad que desde sus púlpitos se predica?

¿Acaso no sería lo coherente que los que exponen como señuelo para llenar sus arcas el amor y la espiritualidad acogieran en sus lugares de culto a refugiados, a enfermos que pululan perdidos por las calles, a deshauciados de sus casas y de sus vidas, a los más débiles, a los que más necesitan ayuda? Eso sí sería amor al prójimo. Lo contrario, por supuesto, no sólo es indiferencia, es verdadera malignidad.

Cada seis días muere una persona sin hogar en la calle, muchas de ellas, en invierno, de frío. La Iglesia católica en España es, con toda probabilidad, la mayor propietaria de bienes inmuebles después del propio Estado, decía en una entrevista en julio de 2015 Jorge García, presidente de MHUEL -Movimiento para un Estado Laico-. Un dato muy revelador que se erige en una metáfora contundente, metáfora que muestra la verdadera esencia de las religiones, que no es precisamente ni la caridad ni el amor al prójimo. El opio del pueblo, decía Karl Marx, control de la mente, dice George Carlin, la enfermedad de la ignorancia, según el filósofo Bronson Alcott. La religión es considerada por la gente común como verdadera, por los sabios como falsa, y por los gobernantes como útil, decía Séneca.

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