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¿Puede ser bautizado un embrión?

Quisiera hacer un par de objeciones a la campaña de la Conferencia Episcopal contra la reforma de la ley del aborto. La primera es de índole técnico-publicitaria y tiene por destinataria a la persona encargada del casting. El embrión escogido para exhibir en la valla publicitaria no es verosímil ni creíble.

 Para ser un niño no nacido, como prefieren denominarlo los obispos, se le ve excesivamente maduro. Mira a la cámara con demasiada fijeza, sonríe con reflexiva complicidad y hasta parece gatear con inusitada decisión.

Este profesional de la publicidad debería haberse informado previamente de qué es un embrión y no darnos gato por liebre. ¿Se le hubiese ocurrido representar a Dios como una oreja en el interior de un círculo, cuando todos sabemos que es un ojo abierto dentro de un triángulo? Seguro que no. Así que, presumo la existencia de alguna inconfesable segunda intención en la elección de la figura del no nacido…

La segunda objeción es de naturaleza teológica. No es que yo sea ducho en materia tan sublime, pero creo que mi reparo está fundamentado con lógica en la propia ortodoxia de la Iglesia. Su doctrina establece que, a causa del pecado original, nacemos privados de vida sobrenatural y que sólo el bautismo nos hace hijos de Dios porque, según el plan de amor del Señor, este sacramento es condición imprescindible para la salvación del alma.

Asimismo, la Iglesia dispone con toda claridad la forma en la que el bautizo ha de realizarse para tener validez. Se ha de derramar agua sobre la cabeza del cristianado mientras se dicen las siguientes palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”

Entonces, cabe preguntarse ¿Si el ritual del bautismo no puede realizarse con el embrión por evidentes razones de imposibilidad física y este sacramento es indispensable para ser hijo de Dios, en qué situación quedaría aquél si no llegase a nacer? ¿Qué sería del embrión no bautizado que siendo un ser humano con todas sus consecuencias, como sostiene la Iglesia, no tendría ni tan siquiera la oportunidad de poder acceder a la salvación de su alma? ¿Quién sería en este caso la criatura desprotegida. El embrión o el lince? ¿El hecho de ser desde el momento mismo de su concepción una persona y, sin embargo, no poder ser hijo de Dios ni alcanzar su visión beatífica, no sería más lacerante y cruel que ser un lince que no necesita ser bautizado para cumplir con el papel que le tiene reservado el Creador?

¿Por qué la Conferencia Episcopal no explica y da solución a estas lógicas deducciones derivadas de sus complicadas creencias y rituales que son las que realmente desazonan a los verdaderos católicos, antes de entrar en una batalla perdida de antemano contra los infieles parlamentarios que terminarán aprobando la reforma de la ley? ¿Recuerdan los obispos españoles la lucha que en su día entablaron contra la ley del divorcio y los precarios resultados que obtuvieron?

Aunque sólo fuese por motivos de eficacia, que reserven sus energías -y también sus recursos o ¿los de todos?- para convencer a sus propios seguidores de sus extemporáneas y surrealistas teorías. Por suerte para ellos, siempre tendrán una clientela debidamente entregada a la que adoctrinar desde sus púlpitos. Pero que no intenten poner puertas al campo del avance social. Tan sólo lo consiguieron cuando eran sus capataces y podían fortificarlo con las murallas de la ignorancia y el sometimiento. Y esos tiempos, por fortuna, ya son historia pasada.

Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas

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