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Por un plato de lentejas

El mandatario mexicano impulsó una reforma para permitir la enseñanza religiosa en los planteles educativos públicos.

En el Colegio Vallarta, al que iban las niñas de las Lomas, se rezaba en el salón de clases. La escuela, ahora descontinuada, administrada el siglo pasado por la orden del Espíritu Santo, había impuesto al plantel paradójicamente el nombre de Ignacio L. Vallarta, el más destacado abogado del Estado mexicano. Antes de los rezos, las monjas recordaban a las alumnas que si llegara el inspector de la Secretaría de Educación y preguntara sobre rezos en clase, deberían mentir piadosamente. Con ello no cometerían pecado, al contrario, ganarían indulgencias.

Así ocurrió la simulación desde el Concordato que puso fin a la lucha encarnizada entre el gobierno del General Calles y militantes de la Iglesia católica. Se estima que murieron 250 mil mexicanos en la Cristiada, en aquellos años finales de la década de los veinte.

Calderón impulsó una reforma constitucional para permitir la enseñanza religiosa en los planteles educativos de carácter público. Presumiblemente, en un afán obsequioso con la Iglesia católica, ante la visita del Papa, previa a las elecciones de julio, diputados del PAN, del PRI y del PRD —no todos, pero suficientes— votaron y aprobaron una reforma constitucional al artículo 24 para permitir la realización individual o colectiva, tanto en público como en privado, de actos de culto públicos.

Falta la aprobación del Senado. Lo que se lograría es que el Estado ya no autorice los actos del culto público. No se alteró, como pretendían, el Artículo Tercero Constitucional, que expresamente señala que la educación es laica y, por tanto, se mantendrá ajena a cualquier doctrina religiosa.

En Estados Unidos la separación entre la Iglesia y el Estado ha sido igualmente motivo de reciente debate. La Corte ha dispuesto por primera ocasión que hay una “excepción ministerial” a la discriminación a quienes integran las iglesias y los grupos religiosos. Supongamos que una hermana de una orden religiosa, consciente de la igualdad de sexos y de oportunidades, decide ejercer un ministerio religioso, como oficiar una misa o recibir en confesión a los fieles pecadores. Técnicamente, si se siguiera la tendencia de resoluciones sobre la igualdad de oportunidades, no habría razón para que el Estado confiriera ese derecho a la novicia rebelde. No obstante, la Corte ha dicho que no.

Lo ha hecho, curiosamente en forma unánime, a pesar de la integración de varios jueces liberales propuestos por Obama. La decisión para que el Estado quede al margen abarca no solamente a quienes ejercen el ministerio religioso, sino a quienes, por ejemplo, enseñan religión en las escuelas, lo que en ese país está permitido en las escuelas privadas.

El caso es el de una profesora que enseñaba religión y otras materias en una escuela luterana. (Los luteranos son la segunda denominación religiosa en Estados Unidos). La profesora Cheryl Perich demandó a la escuela por un caso de discriminación laboral ante el Estado. Eso bastó para que la escuela la despidiera. El asunto llegó a la Corte y en virtud de que la profesora fue entrenada para impartir religión, la Corte consideró que ejercía un ministerio religioso y, por ello, la iglesia que la despidió de su trabajo tenía el derecho para hacerlo sin responsabilidad. La resolución establece que las relaciones de trabajo entre los integrantes de las iglesias se rigen por las reglas que establezcan las propias iglesias o los grupos religiosos. El Estado no tiene por qué entrometerse.

La duda que surge es si en los casos reiterados de pederastas o abusos a menores de los jerarcas de la Iglesia católica estadunidense, el nuevo criterio dejará impunes esos graves delitos. El Chief Justice declaró que ya habrá tiempo de ir decantando, en otros casos, el alcance de la excepción. No parece muy sensato que esas conductas criminales queden sin castigo.

Esa libertad sería impensable en México. Nuestra Iglesia católica es muy diferente a la de Estados Unidos. Nosotros estamos cerca de dar un viraje de regreso a la mitad del siglo XIX si el Senado aprueba la reforma al 24 constitucional. Nada de lo que logró el liberalismo de Juárez quedaría en pie de cuajar la reforma religiosa de Calderón, con la que pretendía quedar bien con el Papa, a pesar de destruir pilares de nuestras libertades, como las que consagra el laicismo mexicano. Todo por un plato de lentejas, como pensaban, sería quedar bien con el Papa que nos visitará antes de que votemos.

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