Reconociendo humildemente que su aburrida persistencia es una cualidad que estoy empezando a envidiar, y comprobando las ventajas que comporta, puede que en mi próxima reencarnación me incline por nacer obispo. No en vano la iglesia católica lleva más de 2000 años perfeccionando una estructura de poder, rígida, inamovible, machista-dicho sea de paso- y jerárquica, inigualable por partido político alguno. Tampoco es sorprendente que una empresa que maneja un capital de semejante magnitud, desarrolle tan magnífica capacidad corrosiva en defensa de sus intereses. ¿Cómo sorprendernos de que los amos del Estado Vaticano, uno de los más ricos de Europa, gracias a la inyección de liquidez procedente de los bienes de la Iglesia, y que forma parte de los países que integran la O.N.U., con derecho a voto incluido, se apremien a utilizar cualquier estrategia a su alcance para conservar sus privilegios fiscales, sus inyecciones de capital desde lo público, y su posición en las estructuras político-económicas que controlan el mundo y lo manejan?.
Es en un contexto de pleno florecimiento del laicismo, y por razones diferentes, donde la Iglesia se incorpora, a las corrientes religiosas integristas que están arrollando buena parte del mundo y a modo de guerra santa, se involucra, abanderada por sus obispos, en un cruzada española por la usurpación y conquista de los poderes civiles, sacando a la calle a los muchos fieles que de ella comen, gracias a los presupuestos del Estado, e intentando demoler los pilares de un laicismo que a la larga hará tambalearse los privilegios que en la actualidad le proporcionan 5.057 millones de euros, procedentes delas administraciones central, autonómica y municipal; Un dinero que sale del Estado, menoscabando el presupuesto de varios ministerios -Educación, Cultura, Defensa, Sanidad, Trabajo, Asuntos Sociales- y de las entidades autonómicas y locales, según datos contrastados del País de 12 de Noviembre de 2005, y que, de no “desviarse” a usos “eclesiásticos” podría mejorar ampliamente los servicios públicos de todos los ciudadanos españoles.
Puede que la huella de la educación religiosa haya dejado marca en Zapatero, hasta ahora dispuesto a doblegarse, y a “beber del Cáliz” de la Conferencia Episcopal, pero yo como ciudadana que ejerzo mis derechos en un estado no confesional, y amparándome en la libertad que la Ley me otorga, no estoy por la labor de poner la otra mejilla.