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Podemos, espiritualidad y laicismo

La acampada de Sol, en 2011, que dio lugar el movimiento 15-M, marcó un antes y un después de la política española. Pero algo que llamó la atención y generó cierta polémica interna fue la aparición de un grupo de trabajo sobre espiritualidad llamado Comisión de Amor y Espiritualidad. El partido Podemos, surgido en parte al calor del 15-M, o aprovechándose de ese movimiento, según se mire, el caso es que también tiene un Círculo llamado Podemos-Espiritualidad Progresista. Este Círculo convocó el I Encuentro Podemos Espiritualidad el 11 de abril de 2015. A esto hay que añadir que en Podemos también existe el Círculo de Musulmanes. Curiosamente no hay en Podemos un Círculo de Laicidad. No es el único partido con un grupo interno de tipo religioso: en el PSOE existe Cristianos Socialistas, y dentro del PP trabajan los lobbies del Opus Dei y los kikos (Movimiento Neocatecumenal). Dada mi ubicación ideológica en la izquierda política (porque a mí no me da ninguna vergüenza decir que soy de izquierdas ni quiero camuflarlo como “estar abajo” ni de ser “transversal” ni nada de eso) en el resto del texto me refiero a los partidos de izquierdas, ya que me da absolutamente igual lo que pase en los de derechas.

            En los partidos políticos es habitual que haya grupos internos para asuntos concretos. En cada partido tienen denominaciones distintas, por ejemplo, en Izquierda Unida se llaman Áreas, en Podemos son Círculos, en otros partidos son Secretarías o Grupos de Trabajo. Y tienen toda su razón de ser. De esta forma se introduce la división del trabajo en los partidos y se hacen más eficientes. Por otra parte, esas áreas o grupos de trabajo permiten que no se pierdan de vista aspectos importantes en el conjunto. Por ejemplo: el medio ambiente. No todo el mundo tiene claro qué es el medio ambiente, la ecología, etc. Por eso es bueno que en los partidos haya grupos de ecología que revisen los documentos y planes del partido para avisar sobre las incidencias ecológicas de las propuestas que formule el propio partido. Pudiera ocurrir que los dirigentes de un partido diseñaran sus propuestas de urbanismo, por ejemplo, y no tuvieran en cuenta las repercusiones medioambientales de ese plan. Por eso es muy conveniente que haya un grupo específico que revise desde la perspectiva ecológica ese trabajo y aporte ese punto de vista al conjunto. Así se justifican grupos de trabajo centrados en la ecología, como decíamos, o en la igualdad entre hombres y mujeres, etc. Se trata de incluir ciertos puntos de vista o sensibilidades que, de otra forma, podrían pasar desapercibidos, no por maldad necesariamente, sino por pura insensibilidad o desconocimiento hacia esos asuntos.

            Pero la pregunta es: ¿entre esos grupos internos que aportan perspectivas importantes al conjunto, también debe haber grupos religiosos o de espiritualidad? ¿Qué aportan esos grupos al conjunto del partido, y que pasaría desapercibido y sería un perjuicio, si no lo aportaran? Y eso es lo que no alcanzo a comprender. Mi tesis es que esos grupos no aportan nada positivo a los partidos políticos y que, en realidad, son meros lobbies para mantener privilegios y prejuicios religiosos y frenar la laicización de los partidos políticos y, por ende, la consecución de la plena laicidad del Estado.

            Como decía más arriba, entiendo perfectamente la necesidad de un área o grupo de ecología en un partido. No todo el mundo tiene sensibilidad ecológica. Pero ¿qué aporta la sensibilidad religiosa o espiritual al conjunto del partido? Dicho de otra forma: ¿qué se supone que es valioso, pero de procedencia exclusivamente religiosa o espiritual, para un partido y que no tendría ese partido si no hubiera un grupo de espiritualidad interno? ¿Qué le faltaría a un partido compuesto exclusivamente por ateos, agnósticos y materialistas que únicamente podría aportar alguien con sensibilidad religiosa o espiritual? ¿Acaso objetivos como la libertad, la igualdad, la justicia social, el medio ambiente, etc., no se pueden conseguir plenamente por parte de un partido sin sensibilidad espiritual o religiosa?

            Por más que me esfuerzo en pensarlo, no logro imaginar qué puede añadir un movimiento religioso o espiritual a un partido que no pudiera añadirlo alguien sin esa sensibilidad. Porque sí que me doy cuenta claramente qué añade alguien con sensibilidad ecológica a un partido y que podría pasar desapercibido por los demás que no tienen esa sensibilidad: la huella ecológica, la sostenibilidad, la biodiversidad, por ejemplo. Pero ¿y la espiritualidad? ¿Acaso se supone que alguien sin religiosidad o espiritualidad, plenamente ateo o materialista, por ejemplo, es menos sensible a las desigualdades sociales o entre sexos, o la pobreza, o ante las injusticias hacia los inmigrantes, o ante el daño al medio ambiente?

            Es que si la espiritualidad no aporta nada específico y valioso a un partido (o equiparable a lo que puede aportar la sensibilidad ecológica) que no pudiera lograrse igualmente en ese partido sin espiritualidad, entonces esa espiritualidad organizada como grupo interno es irrelevante en el partido. Para justificar su necesidad o valor habrá que especificar qué aporta y que no lo pueden aportar los ateos y materialistas por sí mismos.

            Por mi parte no logro encontrar absolutamente nada positivo que la espiritualidad pueda añadir a un partido político y que solo pueda añadirlo ella como tal espiritualidad. Pero sí que me doy cuenta claramente de otras cosas que sí pueden aportar (y de hecho aportan) estos grupos espirituales en los partidos. Por ejemplo, su “sensibilidad” (a mi modo de ver prejuicio) ante la vida. Sensibilidad/prejuicio que les lleva a posicionarse, e intentar posicionar, a todo el partido en contra de la interrupción voluntaria del embarazo, de la eutanasia o de la experimentación con células-madre, precisamente para respetar esa concepción de la vida que supuestamente los ateos y materialistas no tienen en cuenta y que les lleva a estar a favor. O su sensibilidad/prejuicio hacia el matrimonio o la homosexualidad. Resulta revelador, o cuanto menos curioso (por decirlo de alguna forma) que el portavoz del Círculo de Musulmanes de Podemos no quiera explicitar su opinión sobre la homosexualidad y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Leemos en esta entrevista lo siguiente:

Preguntado sobre las posibles incompatibilidades del ideario de Podemos con algunos aspectos del islam, González rechaza entrar en el detalle de cuestiones como la homosexualidad o el matrimonio entre parejas del mismo sexo. Dice que Podemos es para él “un acuerdo de mínimos”.

            ¿Por qué rehúsa contestar a esas cuestiones? ¿Tanto le cuesta explicar qué opinan sobre los homosexuales o si se deberían poder casar o no? ¿Acaso la igualdad de derechos entre heterosexuales y homosexuales, también en cuanto al matrimonio y la adopción, no entra en lo que considera ese acuerdo de mínimos?

            Otra aportación de estos grupos en los partidos es forzar a que se tomen medidas de privilegio hacia los creyentes, insertando en los programas eso que llaman “acomodos razonables”. Medidas como, por ejemplo, que los musulmanes y adventistas puedan hacer exámenes de oposiciones en días distintos a los que ellos consideran días sagrados, o que a las mujeres musulmanas solo las puedan ver ginecólogas y no ginecólogos, o incluso que haya piscinas públicas separadas para hombres y mujeres. U ofertar menús especiales y a la carta en los comedores públicos (de colegios, hospitales, centros penitenciarios) en función de la religión de cada uno (cocinados a lo kosher, halal, etc.). O que las niñas de padres musulmanes puedan ir al colegio con el velo, o los de padres judíos con la kippa, o los niños de padres sijs con un cuchillo (kirpan). O que haya padres que puedan poner en peligro a sus hijos si tienen prejuicios religiosos hacia las transfusiones de sangre o hacia las vacunas.

            Algo que también añaden son sus prejuicios anticientíficos y tecnofóbicos y su forma maniquea de entender la relación naturaleza/cultura, natural/artificial, que les lleva a la ecuación tan simplista como estúpida de natural = bueno, artificial = malo. Y que se plasma en propuestas de frenar el avance científico y tecnológico en campos como la investigación y experimentación con células-madre, biotecnologías y modificación genética (por ejemplo, para lograr trigo transgénico apto para celíacos), etc.

            Y lo peor de todo es que estos grupos fuerzan a cambiar las reglas de la deliberación interna en los partidos. Al ser grupos religiosos o espirituales, se creen en el derecho de no argumentar sus posiciones en base a razones universales que puedan ser entendidas y aceptadas por todos, y exigen que se les escuche solo por ser religiosos. Se ofenden si se les piden pruebas o argumentos racionales de lo que dicen. Por ejemplo, si se les pide un argumento racional en contra de la interrupción voluntaria del embarazo que no sea el simplista “es que es un ser vivo” (porque un geranio también es un ser vivo), o tonterías cursis del tipo “la vida es maravillosa”, “la energía de la madre tierra”, “la paz interior de todo ser vivo”, “el equilibrio cósmico”, “el ser humano integral” y chorradas así. Inundan los partidos de buenrollismo new age e impiden el debate racional. Lo que persiguen es una forma de privilegio: que se acepte la falacia de autoridad como argumento válido en un debate; que se admita una opinión solo porque es religiosa o espiritual sin más pruebas racionales que la avalen.

            Recuerda lo anterior a un profundísimo debate que mantuvieron el último Habermas y Paolo Flores D’Arcais en la revista Claves de Razón Práctica (nº 179, 180 y 190). Habermas venía a defender lo que él llama el postsecularismo mientras que D’Arcais sigue manteniendo el laicismo tal cual. Habermas defiende no solo el derecho de las personas religiosas a intervenir con su propio lenguaje religioso en el ámbito público, sino que añade que los no religiosos deben intentar “traducir” ese lenguaje religioso a otro universalista válido para todo el mundo. De lo contrario, argumenta Habermas, los religiosos estarían discriminados frente a los no religiosos ya que no podrían intervenir en el ámbito público en igualdad de condiciones. Flores D’Arcais responde, y con razón, que eso implica que todo discurso religioso tiene una “traducción” racional, pero que no tiene por qué ser necesariamente así, y que a veces el discurso religioso deviene simplemente intraducible en términos racionales. Para D’Arcais, el discurso religioso consiste muchas veces en un simple “Porque sí”, en una falacia de autoridad, y eso no tiene cabida en el ámbito público. Este ámbito es el espacio del entendimiento, del ¿Por qué? y donde todo el que participa está en la obligación de dar razones y nadie puede decir simplemente “porque sí”. En el ámbito público no se excluye al religioso, sino a cualquiera (religioso o no) que pretenda tener razón “porque sí”, sin dar argumentos o pruebas de lo que afirma. Y es precisamente en ese sentido en el que se garantiza la no discriminación, en tanto que la exigencia de argumentar racionalmente es la misma para todos, sin privilegios. El religioso tiene absoluto derecho a creer para sí mismo, en su ámbito privado, cualquier cosa “porque sí”, pero no puede intentar tener razón en el ámbito público exponiendo tal cual ese “porque sí”. En el debate público sobre la interrupción del embarazo o el matrimonio homosexual no se puede aceptar como argumento que es algo que hay que prohibir “porque Dios lo dice” (porque sí), ya que no resulta de ningún modo obvio ni evidente que tal dios exista.

            La inclusión de grupos internos religiosos o espirituales en los partidos es un auténtico despropósito. Es un paso atrás gigantesco en cuanto a su laicidad, y dos pasos atrás más grandes todavía para el laicismo del Estado (entendiendo que para lograr el Estado laico primero hacen falta partidos laicos). Confunden esos partidos la laicidad con la pluriconfesionalidad. La convivencia en la diversidad, que garantiza y protege la laicidad, se basa en la estricta separación de los ámbitos públicos y privados. Y el espacio público, en el que se mueven los partidos políticos, es el ámbito del discurso racional y la argumentación. Y ahí queda fuera de lugar cualquier “porque sí”, cualquier falacia de autoridad o afirmación basada en la revelación divina, en contactos extraterrestres, en la meditación transcendental, en la comunión con el cosmos, en la energía vital, en la ouija o en cualquier cosa similar.

            En los partidos políticos no faltan esos grupos internos que extiendan la sensibilidad espiritual al conjunto del partido, sino que sobran. Y lo que realmente falta son grupos internos laicistas que, al igual que los grupos ecologistas vigilan que el partido no tome decisiones contrarias a la ecología, tampoco tome medidas contrarias a la laicidad. Así se evitarían los circos plurirreligiosos como el que ha montado el Círculo de Espiritualidad de Podemos, que haya eurodiputados aplaudiendo el discurso del último rey absoluto que queda en Europa (el papa de Roma) en el Europarlamento, o que todavía haya alcaldes y concejales en las procesiones de semana santa, o presidentes y ministros jurando en cargo ante la Biblia y el crucifijo.

            Y, dicho sea de paso, tampoco estaría mal que hubiera grupos internos dedicados a la ciencia en los partidos que revisaran los programas y documentos del partido para evitar propuestas pseudocientíficas o tecnofóbicas, y que procuraran extender las ventajas de la ciencia y la tecnología a toda la población. Así también se evitarían partidos que hacen preguntas absurdas sobre los chemtrails, que proponen prohibir los organismos modificados genéticamente (OMG) o que quieren eliminar las redes wifi. Afortunadamente ya hay iniciativas de este tipo en Izquierda Unida y también en Podemos (aunque en el caso de Podemos convivan contradictoriamente con Círculos anticientíficos como los de Terapias Alternativas, Psicoanálisis, Musulmanes o Espiritualidad).

Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.

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