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Poca esperanza para un ateo en Tierra Santa

En ese parque temático de las religiones que es la ciudad vieja de Jerusalén, el último viernes de Ramadán puso fin ayer a lo que podríamos llamar la semana del islam, que empezó con el rezo nocturno del miércoles y durante la cual miles y miles de musulmanes han tomado las callejuelas amuralladas.

 Para las almas ateas que no creen en más divinidad que la de Ronaldinho (últimamente algo menor), el rezo de ayer marca el fin –a falta de los cuatro días finales de explosión festiva y familiar del Ramadán– de un maratoniano y extenuante mes de celebraciones religiosas. Y es que en la ciudad tres veces santa hemos empalmado cuatro fiestas igualmente santas: las judías Rosh Hashanah, Yom Kipur y Sukkot y la musulmana del Ramadán.
El calendario religioso empezó el 22 de septiembre al atardecer y formalmente acabará el jueves, último día del Aid musulmán. Ha sido un mes que se ha hecho muy largo, en el que se han sucedido los atascos de tráfico causados por la aglomeración de creyentes, el mal humor de los musulmanes que seguían el ayuno, las comilonas de los Iftar (ruptura del ayuno) y también en los tabernáculos judíos, y la duda eterna de si tiendas y restaurantes estarían abiertos o no. Imagínense un mes entero en el que cada día es Navidad y me entenderán.
En condiciones normales, Jerusalén ya resulta un poco esquizofrénica. Intentaré explicarlo: el viernes hacen fiesta los musulmanes, el sábado los judíos y el domingo, los cristianos. Además, el jueves es víspera de fiesta para los musulmanes, el viernes, víspera para los judíos y el sábado, para los cristianos. Sin embargo, los judíos trabajan viernes y domingo, los cristianos viernes y sábado y los musulmanes, sábado y domingo, aunque para los judíos el viernes es un día a medio gas, como lo es los sábados para los cristianos y el jueves para los musulmanes.
Así las cosas, hay que saber en qué sector de la ciudad se encuentra y de qué fe cojea el propietario de la tienda a la que quieres acudir o la persona con la que quieres quedar. Porque, además, la ciudad es el paraíso de la libertad de horarios, y puedes encontrar tiendas que abren 24 horas al día los 365 días del año y musulmanes, judíos y cristianos que son creyentes, pero menos, y para los que cuenta más el negocio que el estricto cumplimiento de los preceptos religiosos. Para ser sinceros, la trinidad religiosa tiene una ventaja: siempre hay algo abierto.
Excepto en este mes del que empezamos a ver la luz al final del túnel. Hasta ahora, la puesta de sol ha marcado el fin de la actividad en el sector musulmán y, por extensión, del árabe. Los judíos siguen sus fiestas a pies juntillas, incluso la del Yom Kipur en la que no se puede ni circular en coche y hasta las cadenas de televisión cierran. Sí, se ha hecho largo este mes, en el que la vida ha funcionado a trancas y barrancas, siempre con una meta festiva –el atardecer, un día señalado– lo suficientemente cercana como para remolonear en el trabajo. Gracias a Dios, el rezo de ayer marca el fin, pero poco dura la esperanza en Tierra Santa para un ateo: las Navidades –la católica y la greco-ortodoxa– están a la vuelta de la esquina.

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