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Peregrinos de toda la India acuden al templo de la diosa Karni Mata para adorar a los roedores

Que alguno de los 20.000 corretee sobre sus pies es señal de bendición

RatonesPara la mayoría puede sonar a barbaridad, pesadilla o broma de mal gusto. Para los hindús del santuario de Deshnoke, son sagradas y punto. En este polvoriento y remoto pueblo del desierto indio del Rajastán, donde las mujeres visten ropas de vivos colores y los hombres turbantes infinitos, hay un templo único en el que las ratas son adoradas como si de un dios se tratara. Descalzos, miles de feligreses y turistas curiosos pisan cada año este recóndito e incivilizado lugar para que las ratas sagradas, llamadas kabbas, correteen sobre sus pies en lo que se considera un privilegio y una señal de buen augurio.
Las miles de deidades veneradas por los hindús en la India incluyen, además de variopintos personajes mitológicos, a numerosos animales, como vacas, monos, serpientes… y un ejército de ratas, para estupor de los visitantes foráneos del santuario. Por muy sagradas que sean, las reacciones de los turistas son a menudo de rechazo y repulsión. «Son montones de horribles ratas que corretean por un suelo muy sucio», dice Carme Moldero, una turista española que asegura que no aguantó ni dos minutos en el particular santuario.
Mármol blanco y maloliente
No es que este animal goce en general en el país surasiático de un estatus más entrañable del que tiene en cualquier otro lugar del mundo. Es únicamente entre las exquisitas cuatro paredes de mármol blanco tallado del maloliente templo donde no se ve a las temibles hordas de roedores con asco. Fuera del recinto, ya pueden echar a correr.
Los peregrinos llegan de todos los rincones del país para que al menos uno de los bichos se deslice por sus pies, y así ser bendecidos. Una situación que parece más difícil de evitar que de provocar, especialmente durante la puesta de sol, cuando la mayoría de las ratas salen de sus jaulas abiertas. Durante las esperas, los más devotos comen y beben alimentos que deben ser tocados, antes de su ingestión, por el animal. Los menos fervorosos hacen ofrendas de comida pero no comparten la propia.
Largas jornadas, sin embargo, pueden pasar hasta que se logra la bendición suprema, que consiste en divisar, de entre las 20.000 ratas que viven en el templo, una de las cuatro o cinco habitantes blancas. «Se cree que el que ve una rata albina tendrá mucha suerte y será protegido por Karni Mata, la diosa a la que se dedicó el templo, durante toda la vida», explica Joty Nivas, un peregrino, mientras no aparta la vista de una de las jaulas en la que arroja dulces. Y es que la adoración es tan sincera que si por un descuido un peregrino matara accidentalmente a uno de los roedores, debería reemplazarla por una estatua de oro o de plata del animal para evitar la furia de la diosa.
Para un bicho tan comúnmente asociado a la pestilencia, resulta difícil de creer que desde la construcción del santuario, en el 1900, no se haya registrado ninguna enfermedad en seres humanos transmitida por estas criaturas sagradas, lo cual parece un milagro en sí mismo. Sí ha habido, en cambio, varias epidemias entre los roedores que han disminuido temporalmente su número. «No se sabe exactamente cuántas hay actualmente, porque decirlo o contarlas da mala suerte», explica un guía a un grupo de españoles que se encuentra visitando el lugar. «Es curioso y asqueroso, pero estoy contento de haberlo visto», dice Ramon Teixidor, un barcelonés del grupo.
Familiares reencarnados
Cuentan las leyendas que una mística matriarca, Karni Mata, que vivió en el siglo XIV era la reencarnación de la diosa Durga, representante del poder y símbolo de la victoria. La diva, que pertenecía al clan de los Depavats, pidió un día a la diosa de la muerte, Yama, que resucitara al hijo de un importante trovador. Ante la negativa divina, la diosa de las ratas decidió que todos los de su clan se reencarnarían en un sórdido ratón, y que al morir como animal volverían a la vida humana en las mismas familias.
Desde entonces, las 513 familias que existen hoy en día del clan de los Depavats se encargan, por turnos lunares, de cuidar a los roedores, de darles de comer y de mantener el suelo del templo lo menos pegajoso posible. Finalmente, del mito se pasó a la creencia. «Hoy en día los miembros del clan que sufrimos la pérdida de un ser querido sentimos menos pesar porque aquí nos reencontramos con nuestros familiares muertos siempre que lo deseamos», explica Raju, mientras sostiene impertérrito una rata en su rodilla.

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