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Luis Fernández, presidente de Asturias Laica. Foto: David Aguilar Sánchez

Pensamiento Laico: El alma, las religiones y la organización del Estado · por Luis Fernández

En una aproximación simple parece que el concepto de alma, hipotético componente trascendente del ser humano, y el concepto de religión como conjunto de explicaciones y normas ancladas en la existencia de un ser superior (un Dios) que permita interpretar y dirigir esa trascendencia asignada al alma, forman dos caras de un mismo fenómeno. Un análisis detenido de su desarrollo muestra que su aparición en la historia de la humanidad ocupa tiempos y espacios diferenciados.

Gonzalo Puente Ojea afirma[1]:

“La cuestión de la existencia de Dios se subordina a la cuestión, primera y más radical, de la existencia del alma espiritual.El concepto de espíritus o de dioses no es sino una extrapolación o derivación del concepto de almas y, en el curso de su expansión y formalización, el concepto del Gran Espíritu o dios único o universal aparece así como secundario y derivado respecto del concepto de alma. La invención animista fue la mayor revolución de la historia humana…

 Siguiendo este planteamiento busquemos la puesta en escena de cada componente.

El alma

Parece interesante analizar la relación de la aparición de la consciencia en la evolución de la vida con la aparición de la idea de alma.

A la hora de identificar la consciencia, por su simplicidad, me gusta apoyarme en el planteamiento de Douglas Hofstadter [2]. Comienza aclarando que va a entender por símbolo:cierta estructura específica que resulta activada en el interior de mi cráneo cada vez que pienso”, para considerar que: “El camino que lleva desde la inmensa cantidad de señales recibida hasta la activación de un puñado de símbolos es una especie de proceso en forma de embudo en el que las señales de entrada son manipuladas, los resultados de ese tratamiento disparan selectivamente otras señales más «internas», y así sucesivamente. Esas oleadas de señales recorren en el cerebro un sendero cada vez más estrecho, que desemboca en la activación de un pequeño conjunto de símbolos cuyas identidades son, por supuesto, una sutil función de las señales de entrada originales.” Afirma entonces que: “El cerebro es el resultado evolutivo de un sistema capaz de representar el entorno de forma simbólica para poder optimizar la relación con él. El yo surge cuando el sistema es suficientemente complejo como para poder observarse como parte de ese entorno.”

De acuerdo con Hofstadter asumo que empezamos a ser conscientes cuando empezamos a percibirnos como parte de ese mundo que observamos. Es decir, cuando en la construcción del conjunto de símbolos con que vamos configurando nuestra imagen del entorno para su uso aparecemos como un símbolo más. (Es necesario aclarar que para Hofstadter: “los símbolos en un cerebro son los entes neurológicos asociados a los conceptos” por lo que en lo sucesivo utilizaremos “concepto” y “símbolo” como equivalentes).

En el avance de la evolución muchas de nuestras acciones hacia el entorno comienzan a tener representación conceptual (constituirse en símbolos) en nuestro cerebro y, a partir de un comienzo lento se irá desarrollando con velocidad creciente nuestra mente. (Para Hofstadter es la capacidad de combinar los conceptos para formar nuevos conceptos –“los conceptos podían ser anidados jerárquicamente unos dentro de otros y ese anidamiento podía crecer arbitrariamente”- lo que genera un crecimiento explosivo de esa mente).

Ya antes de ser conscientes nuestro cerebro controlaba muchas de nuestras acciones tanto externas como internas. Así, además de gestionar los procesos digestivos, el ritmo respiratorio, el ritmo cardiaco, nuestro sistema de equilibrio, etc., intervenía en nuestro comportamiento guiándonos para localizar aquello que nos beneficiaba (alimento, refugio, etc.) y evitar aquello que nos dañaba (predadores, peligros, etc.) incluso facilitaba nuestra integración jerárquica en los grupos sociales de pertenencia, lo que lograba a través de construir una rica imagen conceptual de nuestro entorno socio-material. Previamente a los albores de esa consciencia, nuestro cerebro ya es capaz de construir conceptos simples, algunos de los cuales permiten edificar la relación con la muerte, suceso permanentemente presente en toda vida por simple que sea.

La tanatología comparada es una nueva ciencia relativamente joven. Ciencia que, en palabras de Susana Monsó [3]: “busca estudiar cómo reaccionan los animales ante individuos que han muerto o están próximos a morirse, cuáles son los procesos fisiológicos que subyacen a estas reacciones y qué nos dicen estos comportamientos acerca de la mente de los animales

Su desarrollo la lleva a plantear el concepto mínimo necesario en el cerebro del animal que posee una imagen de la muerte:

“Se le podrá atribuir un concepto mínimo de la muerte a un animal cuando sea capaz de clasificar, con cierto grado de fiabilidad, a algunos individuos muertos como muertos, entendiendo muerto como una propiedad que se aplica a los seres:

a. de los que cabría esperar que exhibieran el grupo de funciones características de los seres vivos de su clase, pero
b. que carecen del grupo de funciones características de los seres vivos de su clase y
c. que no pueden recuperar el grupo de funciones características de los seres vivos de su clase.”

Planteamiento desde el que desarrolla un amplio estudio para justificar cómo emerge el concepto de muerte en la naturaleza, concluyendo: “El desarrollo de este concepto por parte de un animal no es casual, sino que se da como resultado de la interacción de tres elementos fundamentales: COGNICIÓN, EXPERIENCIA y EMOCIÓN.” Elementos que identifica, con intensidades diferentes, en multitud de animales que han superado una reacción estereotipada ante la muerte ajena (como la de las hormigas) y presentan reacciones con contenidos cognitivos (como los elefantes).

De acuerdo con ello, conceptos identificadores de la muerte acompañan al animal humano desde antes de que se produzca la gran explosión de estructuras conceptuales en el cerebro, explosión que da soporte a nuestra consciencia permitiéndonos construir explicaciones sobre ese yo que se incorpora a nuestras percepciones. Dicho de otro modo, en el tránsito hacia la consciencia el cerebro que llegará a ser humano ya tiene incorporada una gran información (un abundante conjunto de conceptos) sobre la presencia de la muerte.

Resumiendo: cuando los seres humanos se asoman a la consciencia ya traen consigo un concepto mínimo de muerte. Habrá que reinterpretarlo y rodearlo de explicaciones justificadoras (y tranquilizadoras). Explicaciones que cuando alcanzan un cierto volumen constituyen una Cultura que enlazará y coordinará a todos aquellos que la acepten como verdad.

En la generalidad de los casos este tránsito hacia la consciencia se ha juzgado desde una óptica antropocéntrica cuando no ya sesgada por el dualismo cartesiano.

El profesor de Filosofía de la universidad de Pavía, Luca Vanzago [4], afirma:

“La idea de que algo puede estar «animado» no nace con la filosofía. La antropología acuñó un término, que se ha puesto en discu­sión en la actualidad, para describir la actitud de los pueblos llamados «primitivos» en relación con la realidad: animismo. En lo que pueda tener de válido hoy en día, ese término expresa la convicción de que la realidad no es inerte, sino que vive y actúa junto con todo lo que en ella existe. Los ríos, los árboles, los lugares e incluso los objetos se consideran dotados de un principio que los anima. Por no hablar, naturalmente, de los animales, de esos seres que muestran con toda evidencia poseer alguna forma de movimiento interno, que guía y permite los movimientos externos.”

Este animismo es un resultado coherente con el desarrollo de la consciencia descrito. La percepción de la propia vida lleva a proponer vida a todo aquello que también está en la misma óptica de percepción. Será en la evolución del inmenso conjunto de conceptos destinados a construir explicaciones cada vez más precisas sobre lo que rodea a la naciente humanidad donde se fraguará la invención animista que cita Puente Ojea.

Las religiones

Marco Terencio Varrón (-116 a -27 de la era común), amigo de Cicerón, es considerado como uno de los mayores sabios de la antigua Roma. Agustín de Hipona, en su obra La ciudad de Dios, lo cita abundantemente (123 veces) como teólogo ya que una parte de su obra está destinada a justificar la religión. Agustín está de acuerdo con sus argumentos pero lo considera errado en sus fundamentos. Ratzinger[5] anota que Varrón declara:

Es decir, la verdad y la religión, la inteligencia racional y el ordenamiento del culto se hallan en dos planos completamente diferentes. El ordenamiento del culto, el mundo concreto de la religión, no pertenece al orden de la res, de la realidad como tal, sino al orden de los mores -de las costumbres-. No son los dioses los que crearon el Estado, sino el Estado quien estableció a los dioses, cuya adoración resulta esencial para el orden del Estado y el comportamiento recto de los ciudadanos. La religión es por su esencia un fenómeno político.”

Donde quedan evidentes las razones del interés de Varrón por las religiones, ya que dedica una parte importante de sus esfuerzos a teorizar sobre la organización del Imperio, y se pueden entender las discrepancias del obispo de Hipona.

En paralelo permite aclarar a qué me refiero cuando hablo de religiones. Entiendo como tales aquellas narrativas globales, generalmente apoyadas en un texto (un libro sagrado) que pretenden ser el eje explicativo de la realidad para organizar los comportamientos de una determinada comunidad.

Veintiún siglos después Yuval Noah Harari [6] afirma:

 “Hace unos setenta mil años, los grupos de Homo sapiens empezaron a mostrar una capacidad sin precedentes para cooperar entre ellos, como ponen de manifiesto la aparición del comercio intercomunitario y de tradiciones artísticas, y la rápida dispersión de la especie desde nuestra tierra natal africana por todo el globo. Lo que permitió que diferentes comunidades cooperaran fue que una serie de cambios evolutivos en la estructura del cerebro y en las capacidades lingüísticas confirieron a los sapiens aptitudes para contar relatos ficticios y creerlos, así como para emocionarse profundamente con ellos. En lugar de construir solo una red de cadenas de humano a humano -como, por ejemplo, hicieron los neandertales-, los relatos proporcionaron a Homo sapiens un nuevo tipo de cadena, las cadenas de humano a relato. Con el fin de cooperar, los sapiens ya no tenían que conocer a los demás en persona; solo tenían que creer el mismo relato. Y un mismo relato puede darse a conocer a miles de millones de individuos. Por lo tanto, un relato puede servir como conector central, con un número ilimitado de tomas de corriente a las que puede enchufarse un número ilimitado de personas.”

Es decir, para Harari, hace unos setenta mil años la historia queda marcada por el desarrollo de una técnica determinada, sin duda una de las primeras grandes revoluciones técnicas en el desarrollo del homo sapiens: la construcción de un lenguaje (desarrollo que llevó, como señala Neil Shubin[7], a sacrificar parte de una capacidad vital, la de tragar los alimentos, para poder desarrollar una nueva herramienta, la capacidad de hablar). Ese lenguaje permitió la redacción y transmisión de historias explicativas del entorno percibido que pudieron hacerse comunes a grupos amplios. Y esos relatos, fácilmente expandibles, permitieron la construcción de grandes grupos de cooperación.

Y en paralelo a la capacidad de vinculación se mostró la posibilidad de dirigir y controlar grandes masas a través de dominar una narración común. Así para Terencio Varrón, antes del comienzo de nuestra era común, ya era manifiestamente claro como a través de una religión de Estado era posible ordenar las costumbres de las personas.

Vinculación alma/religiones

Estamos ahora en condiciones de analizar las relaciones entre las dos hipotéticas caras que habíamos planteado al principio. En el desarrollo de la consciencia, durante la construcción de conceptos que permitiesen a la humanidad naciente explicar el mundo que comenzaba a conocer, resultó coherente atribuir a todo lo que les rodeaba cualidades similares a las que comenzaban a descubrir en su yo. Lo que desde una visión posterior se calificó como animismo resulta un paso lógico en el proceso de construcción de la consciencia. Las pequeñas comunidades, con una comunicación local, establecen ritos relacionados con algo tan presente en la vida de todos: la muerte. La estructuración de ritos es previa a la aparición de la consciencia. La forma más elaborada de comunicación entre los animales preconscientes son conductas ritualizadas. En el tránsito hacia la consciencia las arrastramos. Y las hemos mantenido hasta nuestros días. (En estas fechas los católicos han asistido a la consolidación del poder de un nuevo Papa. El proceso ha sido una exhibición majestuosa de un rito tremendamente elaborado. Rito que resulta autosuficiente en sí mismo, sin necesidad de justificación. Rito que permite ocultar las fuerzas puestas en juego en el proceso).

Cuando las comunidades empiezan a crecer, cuando las técnicas agrícolas permiten (y necesitan) la construcción de grandes comunidades, cuando el desarrollo del lenguaje permite la construcción de historias compartidas entre muchos y, sobre todo, cuando esas historias se pueden acumular en un libro (el libro sagrado) se hace patente el valor que un conjunto de creencias comunes tiene para organizar esas comunidades. Aparecen las religiones del Libro. Se trata de elaborar un conjunto de verdades intersubjetivas que permitan reconocerse entre sí a individuos muy distantes. Y, en paralelo, permitan dirigir sus costumbres. Poco importa que esas verdades choquen con verdades objetivas, si su extensión es suficientemente amplia resisten la crítica de la verdad objetiva (a Galileo casi le cuesta la vida intentar sobreponer una verdad objetiva a la verdad intersubjetiva de que la Tierra era el centro del universo). Ahí es donde Varrón justifica el valor de las religiones como forma de organización social, como forma de construir un conjunto muy amplio de verdades intersubjetivas que den orden a la vida social de comunidades amplias.

A la hora de desarrollar una religión, en el proceso de organizar un conjunto de verdades relatadas para alcanzar una gran masa intersubjetiva, el apoyo del alma, de un pozo infinito donde nada puede ser sometido a comprobación y por lo tanto a crítica y donde todo puede ser recreado a golpe de imaginación simplemente con no acercarse en exceso a la “realidad como tal”, la “invención animista” que señala Puente Ojea efectivamente se convierte en “la mayor revolución de la historia humana”.

IA
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La organización del Estado

Enmanuel Kant [8],uno de los constructores intelectuales de ese gran movimiento cultural que conocemos como Ilustración, afirmaba:

“La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración.

En un importante esfuerzo por hacer crítica de las verdades intersubjetivas enquistadas como dogmas y percibidas ya como mecanismos de control de las conductas humanas intenta reforzar las verdades objetivas apoyándolas en la razón. La gran obra de esta Razón es el desarrollo del conocimiento objetivo sobre las cosas (orden de la res, de la realidad como tal que diría Varrón) y del reconocimiento de la necesidad de acuerdos subjetivos para la organización de la vida social (el orden de los mores -de las costumbres-).

(De los tres elementos fundamentales señalados por Susana Monsó: Cognición, Experiencia y Emoción, a la Ilustración le falló valorar adecuadamente el tercero: la Emoción)

Para finalizar. A partir de todo lo visto puede que estemos en condiciones de aceptar como imprescindible en la organización de un Estado:

1. “Producir un espacio que haga posible a priori la libertad de las opiniones no solamente reales sino también posibles” (Catherine Kintzler [9]). Para ello resulta imprescindible la separación de su organización de todas las estructuras de verdades intersubjetivas (creencias religiosas) existentes. [Catherine Kintzler: “El hecho religioso no es reconocido: es simplemente conocido por la ley; no tiene ningún carácter fundador o primordial, previo a la asociación política”].

2 Generar una organización que respete las verdades intersubjetivas de las diferentes comunidades que lo compongan o puedan componer. Libertad de las conciencias individuales.

3 Establecer un acuerdo imprescindible entre las distintas comunidades de respeto a las narraciones de las demás. Impedir la imposición dogmática de una determinada verdad intersubjetiva sobre las demás.

4 Construir un marco general asumido por todas las comunidades que incluya el respeto a las verdades objetivas que el desarrollo del conocimiento (la Ciencia como conjunto de explicaciones verificables de la realidad que nos circunda) vaya construyendo. Así cómo a los acuerdos (verdades intersubjetivas) necesarios para organizar la convivencia.

Es decir, resulta necesaria la configuración de un Estado Laico.

Luis Fernández González es presidente de Asturias Laica
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[1] Gonzalo Puente Ojea: La andadura del saber: Piezas dispersas de un itinerario intelectual (2003)

[2] Douglas Hofstadter:  Yo soy un extraño bucle (2007)

[3] Susana Monsó:  La zarigüeya de Schrödinger (2021)

[4] Luca Vanzago:  Breve Historia del Alma (2024)

[5] Joseph Ratzinger:  Fe, Verdad y Tolerancia (2005)

[6] Yuval Noah Harari: Nexus (2024)

[7] Neil Shubin: Tu pez interior (2025)

[8] Enmanuel Kant:  Qué es la Ilustración

[9] Catherine Kintzler: Tolerancia y Laicismo (2005)

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