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Pelotazos divinos

Mientras se jubila de su cargo el que ha sido presidente de la Conferencia Episcopal española desde 2008, Rouco Varela, atacando, en el acto conmemorativo a las víctimas del atentado del 11M, a los males del materialismo de la vida actual, nos enteramos de un pelotazo millonario de las monjitas de la caridad de San Lorenzo del Escorial. Y es que en los asuntos dinerarios la Iglesia católica parece vivir en un eterno embrollo conceptual. Y no se aclara.

Los obispos parecen tener un serio cacao mental con respecto a esos asuntos tan prosaicos y tan mundanos, como el dinero y el poder terrenal, que, mientras para el resto de los mortales suponen, según sus dogmas, un terrible pecado y el billete seguro hacia las llamas del infierno, para ellos es, según parece, un irresistible objeto de deseo. No es pecata minuta que la Iglesia católica sea una de las más grandes fortunas de todo el planeta, si no la que más; algo curioso, si nos percatamos de que esa enorme e incalculable fortuna no se ha hecho, precisamente, trabajando; a no ser que se considere el proselitismo, las artes en el adoctrinamiento y la difusión de la superstición y la irracionalidad trabajar.

Aunque ya sabemos, claro, que una de las terribles consecuencias del mordisco de la manzana y el pecado original consecuente fue que se condenó a los humanos a “ganarse el pan con el sudor de su frente”; claro que, hay humanos de primera y los hay de tercera y, además, probablemente algunos humanos no sean humanos, sino mutantes, y tengan dispensa divina para comer a mandíbula suelta con el trabajo, no propio, sino de los demás. Y no precisamente pan, no, porque algunos tienen un paladar de verdadero sibarita, como indica el aforismo italiano “bocato di cardinale”, que se refiere al lujo y a la exquisitez más refinados propios de un cardenal.

Y es que 630.000 euros de nada que han obtenido las monjitas de la Caridad con la venta al Ayuntamiento (del PP, para más señas) de un terrenito en San Lorenzo del Escorial da para algunas exquisiteces culinarias. Un terreno, por cierto, calificado como terreno deportivo y reconvertido, posteriormente, en residencial, quizás por intervención divina. Un terreno vendido a muy buen precio que, probablemente, en los tiempos que corren ningún español de a pie hubiera podido vender por un importe tan desorbitado. Cosas de los milagros, claro. Y es que ser creyente, es verdad,  en este país a veces proporciona muy suculentos beneficios. Nada mejor a veces para los bolsillos que renunciar a la lógica y a la razón. Que se lo digan a los ministros del PP, que nos tienen habituados a dedicar sus agendas a besar los pies de santos y a pedir la intercesión divina de los personajes del santoral. Tan píos, ellos.

Y es que, decía, ser pío en este país puede ser económicamente de lo más rentable. Y aquí vuelvo de nuevo a ese embrollo conceptual del clero del que hablaba al principio. Quien se haya educado en el catolicismo (y en este país aún hoy en día no se libra ni El Tato) recordará que en las homilías dominicales raro era el día en el que el cura no hablara, con tono ferviente, implacable y acusador, de los terribles pecados del dinero y de los bienes terrenales, después de lo cual, como es de rigor, se pasaba el canasto para las limosnas, entre cánticos que reblandecían el corazón y los bolsillos. Y rara era la arenga de domingo en que no saliéramos de la misa con ganas de tirar las monedas que llevábamos encima para chuches a un cubo de la basura, por lo culpables que nos hacían sentir ante “los diabólicos males del dinero y de las cosas mundanas”.

Claro que entonces, ni ahora tampoco, el cura de turno no nos contaba los miles de millones de pesetas, ahora de euros, que la Iglesia católica obtiene al año de los Presupuestos Generales del Estado sólo por el concordato aún vigente, firmado por Franco en 1.957, entre el Estado español y el Vaticano. Y no nos contaban que más de la mitad del suelo español es propiedad de la Iglesia, es decir, de un Estado extranjero. Ni nos hablaban de las subvenciones de todo tipo que reciben, ni de su exención en el pago de impuestos, ni de sus propiedades ni sus cientos de negocios, como bancos, acciones en todo tipo de grandes empresas, financieras, inmobiliarias, explotación de bienes culturales que deberían ser del patrimonio público español.

Ni nos contaban que las monjas que custodiaban a las republicanas presas les requisaban la comida que les llevaban sus familiares y la vendían de estraperlo. Ni nos decían cómo formaban parte de una trama en el franquismo que se enriquecía a manos llenas con las adopciones de niños robados a sus madres. En fin, que, insisto, deben de tener los señores obispos sus neuronas hechas un lío en estos temas mundanos y carnales, o quizás sufran de una amnesia galopante a la hora de soltar sus culpabilizantes y rotundas sentencias. Lástima que no viva Vallejo Nájera, el psiquiatra del franquismo. Probablemente él tendría, con sus ideas filo-nazis, un buen tratamiento para paliar esos extraños, pero demasiado sistemáticos, desórdenes neuronales. Aunque ya sabemos que las religiones son un gran negocio; el mismísimo Papa León X, en una carta al cardenal Pietro Bembo, lo dejó escrito a finales del sigo XV: “Desde tiempos inmemoriales es sabido cuán provechosa nos ha resultado esta fábula de Jesucristo”.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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