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Para algunos eclesiásticos Dios les sirve de coartada; quieren el poder político

La intromisión de la jerarquía eclesiástica en la soberanía política del Estado ha vuelto a proyectarse nítidamente durante estos días de apoteosis papal. El besamanos del Rey y del Príncipe heredero al Sumo Pontífice ha reflejado hasta qué punto se vulnera a menudo la aconfesionalidad aprobada por la constitución de 1978. El gesto de Juan Carlos I y del Príncipe Felipe ha sido, al respecto, bochornoso una vez más. El Rey es la máxima autoridad del Estado, que en España tomó la fórmula hace más de treinta años de una Monarquía democrática y parlamentaria.

Benedicto XVI no lo es, ni poco ni mucho. Sí es el jefe del Estado Vaticano; por cierto, único Estado teocrático –no democrático- con sede en Europa. Es decir, que el Rey y su heredero doblaron el otro día el espinazo ante el Papa e hicieron el inequívoco gesto de besarle la mano. Un gesto de vasallaje evidente. ¿Fue un episodio de simple cortesía sin mayor importancia? Casi siempre, a veces, la forma es el fondo. Los símbolos no son nunca ni inocentes ni neutrales. La cúpula de la Iglesia católica no ha renunciado al poder político que paulatinamente ha ido perdiendo. Pero ni lo ha perdido del todo ni se ha rendido. Su influencia es enorme y sus alianzas políticas son, por lo general, ocultas y más bien opacas.

Sociedad sobrenatural
Esta historia viene de muy lejos. En enero de 1947, por ejemplo, en El Mensajero del Corazón de Jesús, revista mensual bendecida por Su Santidad, podían leerse cosas como éstas: “Ante la grandiosa Intención pontificia de este mes, agradezcamos al Corazón de Jesús el reconocimiento de los derechos de Dios que profesa el Estado español, y pidámosle este mismo beneficio para todas las naciones del mundo (…) Puede asegurarse que jamás en la historia de España, de Isabel la Católica hasta nuestros días, ha gozado la Iglesia a un tiempo de mayor protección y de mayor libertad”. Y se añadía lo siguiente: “La encíclica Inmortale Dei del gran Pontífice León XIII nos presenta a la Iglesia como la sociedad sobrenatural, visible, perfecta e independiente, instituida por Cristo Señor Nuestro, y gobernada por su Vicario, Pontífice máximo para cuidar directamente de la religión y de la salvación de las almas”.

No hay potestad sin Dios
León XIII, en efecto, sostiene en su encíclica, escrita a finales del siglo XIX, en 1885, que “el poder político por sí solo, o especialmente considerado, no viene sino de Dios, porque sólo Dios es el Verdadero y Supremo Señor de las cosas, al cual necesariamente todos deben estar sujetos y servir, de modo que todos los que tienen derecho de mandar, de ningún otro lo reciben, sino de Dios (…) No hay potestad sin Dios”. ¿Defiende Benedicto XVI este tipo de teorías? Naturalmente que sí, aunque su lenguaje sea otro y sus matizaciones traten de suavizar algunas afirmaciones.

Que nadie se engañe
Es cierto que la proclama de León XIII subrayando que “no hay potestad sin Dios” entra –que nadie se engañe- en el disco duro de los Papas. Añoran el inmenso poder político que han tenido y que siguen teniendo aunque sea de más baja intensidad. Ya lo dijeron los monseñores en relación a su admirado Generalísimo: “Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios”. Para muchos jerarcas eclesiásticos, Dios sólo les sirve de coartada. Lo que más les mueve es el poder. Por supuesto, conservador.

Enric Sopena es director de ELPLURAL.COM

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