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Oh, Jerusalén

Con el futuro de la ciudad que ‘existe dos veces’ (en el cielo y en la tierra), convertido en eje de la disputa entre palestinos e israelíes, escribir sobre Jerusalén de forma imparcial es un empeño complejo. Simon Sebag Montefiore, judío británico laico y progresista, periodista e historiador especializado en Rusia y la URSS, autor de dos imprescindibles libros sobre Stalin (‘La corte del zar rojo’ y ‘Llamadme Stalin’), afronta ese desafío con ‘Jerusalén’ (Crítica), una historia “dirigida a los lectores en general, sean ateos o creyentes, cristianos, musulmanes o judíos, sin ninguna intención o propósito políticos”.

Montefiore sabe que “la verdad es a menudo menos importante que el mito” y que, aunque se recojan los hechos, a la hora de escribir sobre la ciudad tres veces santa la verdad histórica debe coexistir con la leyenda, confundida con tanta frecuencia en la Biblia. Esta argamasa, confiesa, le habría obligado (aunque lo evita casi siempre) a emplear en demasía expresiones como “tal vez”, “probablemente” o “pudiera ser que”.

La lectura de ‘Jerusalén’ se simplifica por el estricto orden cronológico de sus capítulos: judaísmo, paganismo, cristianismo, islam, cruzadas, mamelucos, otomanos, imperio y sionismo. Son 3.000 años de historia (y leyenda). Fue judía durante 1.000, cristiana otros 400, y 1.300 musulmana, “y ni una sola de las tres fes ganó jamás la ciudad por otro medio que no fuera la espada, el mangonel o la artillería pesada”. En este recodo de la historia, vuelve a estar por completo en manos judías, convertida en capital oficial del Estado hebreo. La conquista de 1967 supuso “un destello de revelación mesiánico y apocalíptico, estratégico y nacionalista (…) y modificó el espíritu que gobernaba Israel, tradicionalmente seglar, socialista y moderno”. Este es el nuevo Israel que personifican el actual primer ministro, Benjamín Netanyahu, y sus extremistas aliados, unidos por la oposición feroz a pagar por la paz el precio de la división de Jerusalén, aunque los palestinos la consideren también, y no con menor derecho, como su sagrada e irrenunciable capital.

Puede que Sebag Montefiore peque de iluso al creer posible que, como sostuvo Simón Peres en época más favorable que esta al optimismo, con la paz Jerusalén será capital de los dos Estados, los barrios periféricos árabes serán palestinos y los barrios periféricos judíos, israelíes, y la Ciudad Vieja estará desmilitarizada y gobernada por un comité internacional. En tal horizonte, el objetivo de este libro es que “aliente a ambas partes a reconocer y respetar la antigua herencia del otro”.

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