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Obligados a subvencionar la desigualdad

¿Los tribunales españoles pueden obligar por sentencia de obligado cumplimiento desde a tratamientos médicos dudosos a educación ideológica? ¿En ideología? ¿Con un sesgo tan definido que no es el votado por los ciudadanos?

Segregar por sexo en los colegios y a cargo del Estado. Vuelve la batalla por educar separados a los niños y las niñas, si alguna vez se detuvo. No es una lucha masiva pero sí sorda y persistente, gota a gota, por su hondo significado. Se trata de arraigar una ideológica retrógrada, criar a sus futuros continuadores y, desde luego, derrotar las directrices progresistas. Una forma de minar a los Gobiernos de ese signo. Interviene ahora y de nuevo el Tribunal Constitucional, próximo a esa renovación acordada con fórceps que va a mantener la presidencia y la mayoría conservadora aunque algo más reducida. La ponencia que decide sobre una denuncia de Vox está ya redactada a su favor, como informaba elDiario.es y pide obligar al Gobierno a sufragar los colegios que llaman de educación diferenciada.

La educación puede ser un trampolín o una losa con la que cargar. Buena parte de las generaciones hoy maduras se educaron en colegios separados. Con algunas excepciones en pueblos o barrios. La ley Villar del 70 abrió la puerta a la educación mixta, que se consolidó y generalizó en los años 80. No cabe la menor duda de que las niñas educadas con niñas se situaban en una escala inferior a los niños educados con niños y era un método para afianzar los papeles en desigualdad. Los papeles distribuidos por el largo franquismo. Luego la educación se transmite en familia. Y así vemos a esos especímenes ultraconservadores, incluso en política, que parecen transportados al presente desde mediados del siglo pasado. Y también millones de mujeres que superaron casi por completo las clases de subordinación recibidas. Las matemáticas son iguales pero no el espíritu dominante en el centro. Y nunca es lo mismo educarse en libertad e igualdad que bajo esas premisas que terminan por imponerse en estereotipos.

Los defensores de la segregación por sexos en los colegios, en su mayoría del Opus Dei, defienden su postura argumentando que las niñas maduran antes, el ritmo cognitivo del varón es más lento en destrezas verbales y esto puede generar en los niños cierta frustración, desánimo, reducción de su nivel de aspiraciones al encontrarse en inferioridad. Así lo decía textualmente, aunque parezca mentira, una de las ideólogas de la tendencia, autora de libros y todo, a la que entrevisté para un Informe Semanal de TVE emitido en 2006. Las niñas acomplejan a los niños, ya ven.

“No entiendo por qué tiene que plantearse cíclicamente estas acometidas contra los centros de educación diferenciada, porque esto no ocurre en otros ámbitos empresariales. Es curioso que la sociedad no cae por ejemplo en que existen Cortefiel hombre, Cortefiel mujeres”, decía la entonces presidenta de la Confederación Española de Centros de Enseñanza (CECE). La educación basada en el dimorfismo sexual que rige en el comercio. Lo que sí hay es colegios para pobres y colegios para ricos, me complementa una amiga.

Quienes separan niños y niñas son una minoría pero con objetivos claros y verdadero tesón por influir, al menos ideológicamente. Siempre desde una perspectiva conservadora y aun ultraconservadora. Argumentan que los colegios separados existen en otros países. Sobre todo en Gran Bretaña. Los hay subvencionados con dinero público, femeninos en su mayoría, y privados, elitistas, de precios prohibitivos, solo masculinos o solo femeninos.

El informe PISA de la OCDE se ha pronunciado varias veces sobre el tema afirmando que las diferencias de género no influyen en el rendimiento. Las escuelas segregadoras son consideradas por este organismo como síntoma de ausencia de progreso.

Ninguna legislación de la democracia ha prohibido estos colegios en España, lo que daba pie a que pudieran ser financiados además. La ley Wert del Gobierno de Rajoy se empleó a fondo en prevenir reclamaciones. Fue aprobada en 2013 únicamente con los votos del PP,  imponiendo que los colegios de educación diferenciada no tenían ni que especificar su modelo educativo para optar al concierto. El ministro Wert anunció que esa reforma superaría todos los escollos. Y así va siendo. En 2018, el Tribunal Constitucional ya rechazó un recurso del PSOE contra la Ley Wert. Y en 2020 el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya obligó a la Generalitat a seguir financiando las escuelas que segregan por sexo, tras haberles retirado la subvención. 

La actual Ley Ceelá del Gobierno de Sánchez rechaza la subvención estatal. Y es lo que recurrió Vox ante el Constitucional. El ponente Ricardo Enríquez, uno de los candidatos a presidir el tribunal tras el relevo de algunos cargos, opta por obligar al Gobierno a pagar esos colegios como quiere Vox porque no hacerlo sería, en su opinión, anticonstitucional. El borrador de la sentencia dice que “el principio de libertad de educación y el criterio de los padres están por encima de los planes del Gobierno”. La Constitución, de la que ese tribunal es garante por definición, se sustenta en una sólida base que consagra la igualdad de los seres humanos y la no discriminación por cualquier circunstancia.

Cualquiera. Y vivimos tiempos de una fuerte tendencia a la uniformidad del cliché más reduccionista y simple. El que no tiene otro color en la piel que el blanco, ni otra forma de ser que la más tradicional en lo que piensa, hace, siente, odia y ama. España es ya el tercer país de la OCDE, tras Turquía y Lituania, con mayor segregación escolar en educación primaria, en todos los parámetros que la determinan. Con Madrid en cabeza, al mismo nivel que Lituania especialmente en la discriminación de su alumnado pobre. Lo peor es que nuestro país ha ascendido en esa escala tres puestos en apenas tres años.

El mundo entra ahora por todas las pantallas. Pequeños y mayores tienen acceso a ellas. Pero a los dispositivos electrónicos les falta la piel, el olor y el sabor, la sonrisa y el llanto. Lo que los colegios que separan pretendían y pretenden es evitar el conocimiento que, para ellos, puede conducir a error y pecado, y alteración de las jerarquías. Por contra, se debe asumir con gozo y naturalidad el dictado del cerebro y las hormonas. El premio no tiene precio: conocerse, saber que la niña o el niño que alborota las entrañas ríe, llora, se empeña y se preocupa… como uno mismo. Para saber hacerlo siempre. Cierto que en este asunto la naturaleza y la vocación ayudan muchísimo pero se es más feliz sin tantos obstáculos.

Y ahora nos queda lo principal en este momento: ¿Los tribunales españoles pueden obligar por sentencia de obligado cumplimiento desde a tratamientos médicos dudosos a educación ideológica? ¿En ideología? ¿Con un sesgo tan definido que no es el votado por los ciudadanos? Pues ahora caducados, van a seguir siendo muy parecidos en su renovación, mientras el Régimen del 78 –aquí tienen a una que también lo llamó así– se besa en la boca para renacer.

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