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“Nombran a Vázquez embajador del Vaticano cuando empezaba a estar en paro en política”

Entrevista a Gonzalo Puente Ojea

Gonzalo Puente Ojea (Cienfuegos, Cuba, 1925), de crianza gallega y diplomático de carrera, es una de las principales voces del laicismo. Con la llegada del PSOE al Gobierno, en 1982, fue nombrado subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores, e inmediatamente después (1985-1987) embajador ante la Santa Sede. Habla, como siempre, sin pelos en la lengua.

¿Algún consejo para Francisco Vázquez, ex alcalde deA Coruña y nuevo embajador en el Vaticano?

Es un personaje que se presenta ante la opinión pública medianamente informada como un hombre de negocios en el sentido amplio y estricto de la palabra. Su nombramiento es un hecho inédito. La Santa Sede siempre se caracterizó por ser un puesto para diplomáticos de oficio o para políticos que habían tenido funciones muy relevantes y, por lo general, con una dimensión intelectual, cultural. Nombran a un hombre que empezaba a estar en paro políticamente y, además, que se ha dedicado fundamentalmente a los negocios. El hecho de ser alcalde puede potenciar esa vocación negociadora para hacer dinero o bien puede corregirla, pero en el caso de Vázquez la dimensión negocios preponderó durante muchos años en su gestión municipal.

Habrá pesado su condición de católico.

No es precisamente un hombre muy prestigioso y además se sitúa dentro del catolicismo español en posiciones extremas, absurdas y anacrónicas. El Gobierno no lo ha pensado bien. Si lo que querían era encontrarle empleo, otras cosas habrá, creo yo, pero que lo manden a la Santa Sede es irrespetuoso. En este pleito aparente entre la Conferencia Episcopal y el Gobierno, nombrar a este señor, que es un hombre ultramontano, es un cierta humillación para el ciudadano. El Estado no puede estar representado en este momento por un hombre de sacristía. Me pareció erróneo. Zapatero bate un récord de inoportunidad.

Pero el Vaticano no quiere ateos, como fue su caso.

Yo dije que era ateo y lo expresaba con toda claridad y sin ánimo de retar a nadie. Aquí se supone que todo el mundo ha sido bautizado dentro de la Iglesia y que es católico. En la carrera diplomática no hay ningún problema con ser católico o no serlo.

¿Usted ha apostatado?

No, me parece un simbolismo inútil.

Entonces, sigue en la lista.

Desde el punto de vista parroquial, soy un fiel infiel. No he apostatado porque sería tomar demasiado en serio lo que es el bautismo, un acto mecánico de carácter familiar, que se realiza en condiciones grotescas cuando un niño esta babeante y depende totalmente de los padres. Apostatar me parece una impostura innecesaria.

Cuando a usted le nombran embajador, ¿son conscientes Felipe González y el ministro Fernández Ordóñez del desafío que ello suponía ante el Vaticano?

Solicité ese puesto porque quería sentarme por primera vez en una Embajada tan representativa y simbólica. Además, yo tenía la intención de hacer público que el Estado era aconfesional. La actitud de la Iglesia no era pacifista conmigo, sino belicosa. Yo sé que Felipe González vaciló un poco, pero al final le pareció bien. Era mostrar a la Iglesia que no todo el monte era orégano y era un acto de soberanía con plena legitimación. La Santa Sede.

¿Por qué esa actitud belicosa?

En 1974 había escrito el libro Ideología e historia. La formación del cristianismo como fenómeno ideológico, que fue recibido en círculos eclesiásticos con mucha hostilidad. Estudiaba los escritos neotestamentarios con criterios científicos. Era una absoluta novedad en un país tan anticlerical como éste, donde la gente hacía muchas piruetas para demostrar su anticlericalismo y nadie se había tomado en serio que por la parte crítica y por la izquierda lo primero que hay que hacer al examinar el contenido dogmático de una religión es estudiar como surgió. Esto a la Santa Sede no el gustó nada.

Su divorcio también fue obstáculo.

En ningún momento causé ninguna situación de escándalo, ni escena de ese tipo. Separé perfectamente lo que es la vida social de un embajador de lo personal. La maledicencia fue inmoral.

Pero el reto estaba planteado y el Vaticano retrasó el placet dos meses.

El Gobierno no quiso desafiar ni retar. Yo tenía miedo de que González chaquetease a última hora y hablé con Alfonso Guerra, que estuvo muy alerta, incluso cuando mis compañeros de Exteriores, de una manera inamistosa hacia mí, habían señalado fecha para que se presentaran las cartas credenciales y el placet se retrasaba, lo que significaba que el Vaticano estaba diciendo que España cambiase la propuesta.

¿Por qué cae usted a los dos años?

Cuando llegué a Roma en automóvil, a las cinco de la tarde del día que entraba en la Embajada, pasó a saludarme el cardenal Giovanni Re, un hombre interesante, de mucha calidad. Me dio una bienvenida agradabilísima y ofreció colaboración amistosa que no tenía nada que ver con la actitud montañera de la Conferencia Episcopal Española y con la prensa católica, que me trató muy mal. El cardenal Somalo, que resultó ser muy hipócrita, fue afable y mantuvo sinceridad coloquial conmigo y hubo un trato facilísimo. Yo no iba a hacerle mimos a la otra parte, sino a plantear con honestidad y espíritu constructivo el caballo de batalla grave de la educación, el aborto, que era en ese momento un asunto virulento y terrible, y el tema del divorcio, que no se había digerido todavía bien. Con Casarolli tuve un trato exquisito. Es la única persona en la que yo reconocí un hombre muy digno de respeto y del que podía ser amigo a base de mucha sinceridad. Yo le decía: "Soy representante del Gobierno de un partido de larga tradición laicista". Y el respondía: "El hecho de que yo le exprese nuestras posiciones no quiere decir que no entienda las suyas".

¿Entonces?

Es el tema de las beatificaciones el que desencadena la crisis, que luego quisieron tapar con el problema de si yo me divorciaba. Eran las primeras beatificaciones de mártires de la guerra civil, de cuatro monjas de Guadalajara a las que unos milicianos les dieron el alto y no pararon, y las mataron por la espalda, un hecho infame. Ni con Juan XXIII, ni con Pablo VI, ni con UCD se había abierto la espita de los mártires de la guerra, pero Somalo me dijo que el Papa estaba encariñadísimo con esas beatificaciones, como imagen de la Iglesia martirial, y que quería la máxima representación de España, el jefe de Gobierno, por ejemplo. Yo le repliqué que el acto era inamistoso. Entonces, Somalo dijo que por lo menos el ministro de Asuntos Exteriores, o el de Justicia, o, por lo menos un ministro. Al final, el Gobierno decidió enviar al vicepresidente del Congreso, Leopoldo Torres, que después sería fiscal general del Estado y era además diputado del PSOE por Guadalajara. Bueno, pues lo recibieron de uñas y a mí me boicotearon un almuerzo muy importante y también una recepción. No sé si imaginarían que yo no había hecho lo suficiente, pero yo cumplí con mi deber porque ahora en 2006 opino lo mismo. Era un acto inamistoso e injusto en el marco general de tolerancia que ha tenido la llamada democracia con la Iglesia española. Después, el Gobierno fue dejándome caer despacito ante los ataques. Felipe González demostró lo que siempre ha sido, un sinvergüenza en términos morales. Luego, se podrá opinar de su obra de gobierno lo que se quiera.

¿La del 36 es guerra de religión?

Hay que deshacer el falso estereotipo de que la República era ingobernable, que no aseguraba la vida de los españoles, que introducía factores de tipo sectario, que aquello era un desbarajuste…, y por eso la derecha no tuvo más remedio que poner las cosas en su sitio. Eso es absolutamente falso. Cuando sale el Rey, es la primera vez en España que un gobierno cae por el voto. Y la Iglesia reta a la República y dice que ésta no es nuestra democracia y lo dice el cardenal Herrera Oria. El reto a la Constitución es inmediato. Después, la coalición que comenzó por el cedismo fue amalgamando hasta el carlismo y todo lo que era la Iglesia católica en forma política.

¿Cuál fue el éxito de la República?

Resolver la forma de gobierno y la estructura de la jefatura del Estado. No nos sacábamos de encima la institución monárquica, ni siquiera la dinastía.

¿Qué falló?

La dialéctica poder religioso/poder político, y el reflejo de la pugna en el aparato constitucional.

La Monarquía vuelve con la transición.

Con un Rey que, amparándose en una soberanía depositada en él y en las Cortes de procuradores, traiciona el juramento de 1969, cuando dijo literalmente que su legitimidad deriva del 18 de julio de 1936. Este señor se despoja de la única legalidad que tenía y pacta una ley de reforma política que significa un perjurio claro y recíproco entre la Cortes y él. Ninguna de las dos partes podía otorgarse una exención de ese juramento y se instala un sistema en el que la soberanía no arranca del pueblo, sino que arranca como una carta otorgada.

¿Por tanto?

El poder hay que devolvérselo a la República porque la legitimidad sigue estando allí únicamente, en 1931. Aunque hayan pasado ya 25 años desde la transición, eso no es nada de tiempo. En cambio, los títulos por los que un Estado se constituye son muy duraderos y la memoria histórica que hay que recuperar es la memoria real de la República.

¿Y las relaciones Iglesia-Estado que no resolvió la República?

En el interregno de los 40 años de Franco, la Iglesia y el Estado fueron celebrando sus bodas de una manera ostentosa y obscena y lo que está pasando hoy día es que volvemos a caer en el nacionalcatolicismo. Zapatero está fingiendo una actitud que no le corresponde, porque además ayuda a la Iglesia con su estupideces. Se ha transformado en ley orgánica, permanente y constitucional, lo que eran parte de los acuerdos de 1979 sobre educación. Zapatero ha ido más lejos que González. Zapatero es un templagaitas que cree que con los matrimonios gay ha cumplido la revolución en este país, o cree que por darle un estatuto a Cataluña es un gran liberador. Es un tipo que truca todas las cartas y que no hace lo que dice, ni piensa lo que hace. Lo que quiere es aparentar una armonía entre dos poderes, pero uno de ellos, la Iglesia, lo exige todo, y el otro, a regañadientes lo va concediendo. Lo dijo una vez Felipe González: "A la Iglesia, lo que nos pida". En aquella comisión de subsecretarios en la que estuve comprobé la cesión sistemática a la institución monárquica, a las prerrogativas de la Iglesia y al capitalismo.

¿Su hoja de ruta para un Estado laicista?

Primero, el aviso de que vamos a empezar otra etapa histórica. No se puede pedir que el Estado distraiga de la masa tributaria cantidades para pagar las necesidades de la Iglesia. En segundo lugar, hay que revisar de verdad la forma de financiación de la enseñanza concertada, que es una manera descarada de atribuir a colegios privados fondos públicos. Ya es discutible que figure la Religión en el currículo, para los que deseen la catequesis a través de la escuela, pero lo que no puede ser es que se detraiga asignación presupuestaria para la enseñanza pública.

La obra de los gobiernos, empezando por González, y, antes, UCD, fue despontenciar la enseñanza pública, que hoy día está en jirones.

¿Benedicto XVI?

El gran teórico de la tradición dogmática del catolicismo. El inspirador teológico de Juan Pablo II, que en términos teológicos no era más que un cura de pueblo. Tuve dos entrevistas largas con él, siendo embajador. Es un hombre muy correcto, sereno, alemán típico. De formación sólida, típica de la buena escolástica alemana, que sigue la imaginación teológica de los protestantes. Se ha erigido en algo que por otro lado me parece totalmente coherente. Lo que pasa es que hay una disfunción y un enfrentamiento dialéctico con la opinión pública y los sentimientos del siglo XXI que la Iglesia no puede resolver, salvo desmintiéndose a sí misma. Mientras que los neocristianos de la Asociación Juan XXIII quieren un cristianismo de vaguedades, que se carga la dogmática, Ratzinger es un cristiano integral.

¿Gustavo Bueno, con quien ha polemizado en varias ocasiones?

Es un hombre que por su talla intelectual y sus inmensos conocimientos es una cabeza privilegiada que debió tener un reconocimiento ya muy antiguo y sincero por parte del país. Pero como tenía un cierto desliz hacia interpretaciones marxistas, siempre se le hizo poco sitio. Él tenía razones para sentirse preterido, no reconocido, y como es un hombre egotista, fue encarnándose en él esa especie de resentimiento hacia un país que no le reconoce. Sus alumnos cada vez son menos y menos convencidos, pero no se atreven a expresarlo porque Bueno es todavía una potencia universitaria. Su giro ideológico no es súbito. Su formación escolástica y un cierto catolicismo que profesó en su época de estudiante han perdurado, y cuando hace filosofía es un escolástico que sigue incorporando elementos innovadores y ha creado un estilo de pensar. En la última interpretación que ha hecho de la historia de España está muy desorientado, aunque todo esté muy razonado, porque es brillante. Tiene mi admiración intelectual, pero es el triste espectáculo de un hombre que había entendido muy bien las cosas y que ha dejado de entenderlas.

¿Díaz Merchán, presidente de los obispos en los ochenta?

Conmigo se portó correctísimamente. Fue el único obispo que, recién cesado yo, dijo que mi tarea le había parecido correcta. En aquel momento era mucho decir. Revela espíritu de independencia. Tiende a poner paz. Un buen obispo.

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