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«No tememos a los rebeldes, tememos a la “sharía”»

Ahamadou Mahanane era comerciante en Tombuctú (norte de Malí), donde regentaba una tienda. Negro, de etnia songhay, hoy vive al pie de una de las colinas que rodean Bamako, la capital del país, junto a 28 personas más, la mayoría mujeres y niños. Son su familia, hijos y sobrinos. “Vi a un hombre con un fusil obligando a una joven a acostarse con él. Ese día, recogí lo que pude, cogí a los niños y salí de Tombuctú”, asegura. Igual que él, 372.000 personas han huido del norte de Malí después de que este territorio cayera en manos de los rebeldes tuaregs y grupos islamistas radicales. Algo menos de la mitad, unos 170.000, siguen en Malí como desplazados internos y sobreviven con escasos medios.

Los niños corretean por la casa de Ahamadou. Es imposible contarlos a todos. “Me vine casi con lo puesto. Salí a las cuatro de la madrugada de Tombuctú y nos pararon muchas veces. Los rebeldes del Movimiento de Liberación Nacional del Azawad (MLNA) y los islamistas de Ansar Dine nos pedían dinero si queríamos seguir. He dejado a uno de mis hijos para cuidar la tienda, pero tengo miedo de que un día entren y la saqueen”, asegura este comerciante. “La convivencia entre los tuaregs y los songhay siempre ha sido buena. Solo quiero que haya paz y poder volver a casa”, insiste.

También en Bamako, pero al otro lado del río Níger, en el barrio de Faladyé Sokoro, el joven Ali Ag Almoubarek (27 años) masca su enfado. Desde que salió huyendo de Kidal está al frente de tres familias que incluyen a su madre, la mujer de su tío, sus hermanas, su novia y una decena de niños. En total, 18. “Me acuerdo como si fuera ayer. Fue el viernes 30 de marzo. El Ejército se retiró de la ciudad y entraron los rebeldes. Vi saqueos, torturas, detenciones y otros abusos. Pero en realidad, la gente no tiene miedo de los rebeldes, tiene miedo de la sharía (ley islámica)”, asegura. “Es desolador, Malí no se merece esto”.

La caída del norte del país en manos rebeldes a finales de marzo y la declaración de la independencia del Azawad a principios de abril ha provocado un auténtico éxodo. Aunque más de la mitad de los norteños se encuentra en países vecinos, como Níger, Argelia, Mauritania y Burkina Faso, el resto sigue en Malí. Según un censo de Naciones Unidas, 107.000 personas que han abandonados sus hogares continúan en las regiones de Gao, Kidal y Tombuctú, escondidos en pueblos o en el desierto, y el resto se reparten por todo el país concentrados sobre todo en las regiones de Mopti (32.000) y la capital, Bamako (20.175).

Sin embargo, no suelen ser bien recibidos. Es el caso de la familia Ag Intarga. Huyeron precipitadamente de Gao y ahora viven 30 personas en una casa que han alquilado en Sangarebougou (Bamako). No son ni rebeldes ni islamistas, pero por ser tuaregs están estigmatizados. No pueden vestir sus bubus tradicionales porque les llaman terroristas por la calle. A Khadaffi Ag Intarga le golpearon el otro día al grito de “¡aquí hay un salafista!”. Tienen miedo. Y pasan dificultades. Todos viven del exiguo sueldo de maestro de Moussa, el mayor.

Alioune es otro de los hermanos. Estaba en Menaka cuando estalló la rebelión. Fue la primera ciudad en caer. “Nos habían dicho que había rebeldes a unos 45 kilómetros, pero nunca pensamos que se atrevieran a atacar. A la mañana siguiente rodearon la ciudad con sus pick-ups [camionetas]. Hubo un intercambio de disparos con el Ejército, que al final ordenó un repliegue táctico. De repente, nos vimos indefensos. ¡Nuestro Ejército nos había abandonado! La gente salió de sus casas sin nada y se fue al desierto. Algunos pudimos escapar. Yo me vine a Gao, nunca pensé que la rebelión llegaría hasta allí”, explica.

Pero llegó. Los islamistas se han hecho con el control de las ciudades del norte y prohíben que se juegue al fútbol en la calle, que se fume, que las mujeres salgan con el rostro descubierto. Los habitantes que han quedado empiezan a estar hartos. Las mujeres tuareg han expresado su rechazo a la sharía en Kidal y Tombuctú y en esta última ciudad hay un enorme sentimiento de indignación después de que los islamistas destrozaran varios mausoleos y la Puerta del Fin del Mundo de la mezquita Sidi Yayia.

Moussa Ag Intarga los llama “bandidos”. A unos y otros. Explica que “en Gao, combatientes de Ansar Dine atacaron la gendarmería y mataron a un capitán del Ejército, un tal Maïga. Le cortaron la cabeza y la pusieron sobre un muro, para que todo el mundo lo viera”. No les gusta vivir en Bamako. “Nosotros somos de espacios abiertos, de desierto y de llevar una vida tranquila. Solo queremos volver a casa”, añade Moussa.

Algunas organizaciones internacionales, como USAID o la Cruz Roja, organizan algún reparto de comida concreto, pero no quieren vivir de la beneficencia. “Tenemos nuestras casas, nuestro ganado, nuestros negocios. Lo que soñamos es que pronto vuelva la paz y regresar”.

Alí Almourabek (derecha) y su familia, refugiados de Kidal. / J. N.

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