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No robarás

Todos tuvimos que aprender, de pequeños, los diez mandamientos católicos que, sólo teóricamente, marcan los principales supuestos morales en que deben basar su actuación los cristianos. Y crecimos todos con esos preceptos in mente, aunque algunos se nos escaparan de la lógica y nos hicieran vivir en un continuo desasosiego. Porque, el primero en la frente, ya era difícil plantearse el modo en que había que comportarse para vivir “amando a Dios sobre todas las cosas”. Al menos yo ignoraba qué significaba esa frase lapidaria, porque por más que recreara en mi imaginación al dios cristiano como un tierno abuelote, corpulento, bonachón y de barbas blancas, me costaba horrores sentir sentimiento amoroso hacia él por los castigos tan radicales y terribles que se guardaba bajo la manga. Porque lo peor de todo era que, de no cumplir sus preceptos, arderíamos por siempre en el fuego eterno, por los siglos de los siglos, y eso no era ninguna tontería

Sin embargo, había otros mandamientos que estaban más claros que el agua, y con los que no teníamos que triturar nuestras neuronas para poder sentirnos personas de bien. Por ejemplo, el séptimo mandamiento estaba “chupao”: No robarás. Es más, tenía que ser muy importante para Dios este precepto, porque se repetía, con otras palabras pero con significado muy similar, sólo tres mandamientos después, en el décimo: “No codiciarás los bienes ajenos”.

Con el tiempo, tras muchos libros leídos y muchas ganas de entender, muchos fuimos descubriendo que aquél primer mandamiento, tan abstracto e implacable, no es otra cosa que un precepto irracional y sectario que busca la adhesión y el sometimiento incondicional a una determinada ideología; y fui haciéndome consciente de que las religiones son las organizaciones más irracionales y totalitarias del planeta; de que, como decía Karl Marx, la religión no es otra cosa que el opio del pueblo, y de que, como dijo Chapman Cohen, los dioses son cosas muy frágiles, porque se disuelven sólo con un atisbo de ciencia o una pequeña dosis de sentido común. Y fui descubriendo que ese código moral tan básico no pertenece a ninguna religión, sino que no es otra cosa que el código ético más primario y universal.

Y fui descubriendo también, poco a poco, que donde menos se cumple ese código ético es en las organizaciones que le venden como propio, y que los que más hablan de esos valores deseables suelen ser los que menos los contemplan. Sin alejarnos en la historia (no hace falta), que se lo pregunten a la cúpula de la Iglesia católica en España, que lleva inmatriculando a su nombre, desde la reforma de Aznar de la Ley Hipotecaria en 1.998, muchos miles de bienes inmuebles y culturales del patrimonio público, como la Mezquita de Córdoba, sin ir más lejos. O que se lo pregunten a sus grandes aliados políticos, los del Partido Popular, tan cristianos ellos; tanto, que parecen tener una desmedida devoción, no sólo por los santos del santoral católico, sino especialmente por el dinero.

Saltaba a la luz hace pocos días la noticia de la posesión de una cuenta en Suiza con un millón y medio de euros por parte del senador y diputado en la Asamblea de Madrid por el PP Francisco Granados. Hace unos meses nos enterábamos de que la fortuna en paraísos fiscales del tesorero del Partido de la gaviota, Luis Bárcenas, ascendía a cuarenta y siete millones de euros. Y nos hemos enterado del cobro de comisiones a empresarios, de repartos de sobresueldos, de sobres en blanco, de contabilidades paralelas, del presunto pago de la reforma del mismísimo edificio de la sede del PP con dinero sin declarar; de una trama mafiosa, la Gürtel, que ha infestado hasta los tuétanos a los que ahora nos desgobiernan y que se declaran tan cristianos, aunque pasen por alto algunos de sus propios mandamientos. Claro que como se confiesan, ya pueden cometer las atrocidades más tremendas que su alma tiene garantizada la pureza.

Como ha dicho recientemente el Secretario de Organización del PSOE, Oscar López, desde que Rajoy llegó al gobierno “los salarios de los trabajadores no han parado de bajar, mientras en el Partido Popular se estaban repartiendo sobresueldos y abriendo cuentas en Suiza”. Y sin escrúpulo alguno, lo cual es lo más demencial. Ese es, muy resumido, el balance de la gestión de la derecha más de dos años después de hacerse con el poder. E invocan a los santos para sacarnos a los españoles de la crisis, y condecoran con la medalla al mérito policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor, mientras dejan morir a quince hombres exhaustos en el mar, y pasan hambre y penurias una buena parte de los españoles.

Un absurdo despropósito que simboliza lo útil que creen que sigue siendo fomentar la superstición y la irracionalidad a la hora de idiotizar las conciencias, y de llenar los bolsillos propios y afines. Porque algunos hombres siguen utilizando a los dioses, en pleno siglo XXI, para justificar su locura y su inconsciencia, como si estuviéramos aún en la Edad Media. Y es que, en palabras del gran Sigmund Freud, gran conocedor de la condición humana, la inmoralidad siempre ha encontrado en la religión gran tutela.

Coral Bravo es Doctora de Filología

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