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No es anticlericalismo

Hace poco más de una semana, un grupo de estudiantes fue protagonista en la Universidad Complutense de Madrid de una actuación en la capilla del campus que ha provocado diversas reacciones. En términos generales, podríamos concluir que todo el mundo ha condenado los métodos y las formas elegidos a la hora de ejercer la protesta contra la presencia eclesiástica en los centros universitarios, comenzando por el rector Carlos Berzosa, pero ello no obsta para que también haya surgido un movimiento de apoyo a que por fin se impongan unos criterios laicos a la hora de eliminar los derechos de los que goza una confesión religiosa como la católica en los centros universitarios

Al mismo tiempo, ha circulado también una Declaración conjunta de profesores y universitarios para que se alcance un acuerdo entre Iglesia y Universidad para regular todo lo referente al ejercicio de la libertad religiosa y de culto amparadas en la Constitución.

Además, la Iglesia ha respondido con la celebración de una misa de desagravio, con asistencia de más de dos mil personas, contra lo que ha calificado como una “profanación”. La utilización de estos términos, unidos a las palabras pronunciadas durante la celebración religiosa por el obispo auxiliar de Madrid, oficiante de la misma, me llevan a opinar que en determinados sectores se pensaba en dar respuesta más a una acción de carácter anticlerical que a un movimiento defensor del laicismo. La historia de España, a lo largo de los siglos XIX y XX, ha estado llena de episodios anticlericales, especialmente violentos durante la II República y la Guerra civil, en una coyuntura muy diferente a la actual, cuando al anticlericalismo, como ha explicado Julio de la Cueva, se había convertido no solo en una categoría política, sino también en un elemento de movilización política y en una seña de identidad para determinados sectores de la izquierda. Para explicar aquellas manifestaciones de violencia se ha recurrido a la antropología, la sociología y la historia, dada su complejidad.

Sin embargo, aquellas formas del viejo anticlericalismo ya no están presentes en la sociedad española. Los movimientos anticlericales han sido sustituidos por los defensores de la separación entre la iglesia y el Estado, y del establecimiento pleno y real de un modelo laico. Sin embargo, ciertos sectores de la Iglesia aún responden a la defensa de esos principios con los mismos métodos utilizados frente al anticlericalismo del pasado siglo. Siempre habla de persecución, de falta de libertad religiosa o de atentado contra su moral. Cuando la realidad es que al día de hoy goza de una situación de privilegio con respecto a otras organizaciones en general y en relación con otras confesiones religiosas en particular.

El hecho de que haya una mayoría de católicos entre la población española, es interpretado por la Iglesia como que eso le da derecho a considerar que sus formas, sus consideraciones y su moral deben ser las que se impongan, incluso en lo que pueda parecer más anecdótico. Así, en estos inicios de la primavera y como preludio de la Semana santa, en las calles de los pueblos andaluces nos podemos encontrar en cualquier momento con una procesión, sin que nadie haya avisado previamente y sin control (al menos aparente) por parte de la policía local, y ante eso no te cabe nada más que la resignación de esperar, o dar un rodeo, si tienes suerte de que a pesar de todo aún puedas acceder hasta tu domicilio. Algún tipo de respuesta a esa práctica, sin duda, sería tachada de anticlericalismo, cuando en realidad no es sino la defensa de los derechos ciudadanos. Entiendo que lo ocurrido en la Complutense no tiene el mismo rango que una mera protesta, sin embargo sería deseable que se abriera un proceso de reflexión y de diálogo sobre la base del criterio de que nadie debe gozar de privilegios en la sociedad del siglo XXI.


* José Luis Casas Sánchez es Profesor de Historia

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