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«Nigeria no se puede romper en un país cristiano y otro islámico»

A un lado, John O. Onaiyekan, arzobispo de Abuja. Al otro, Abubakar Siddeeq, imán de la Mezquita Nacional

No ha sido fácil sentar a la misma mesa a los protagonistas de esta entrevista. Desde que en 1999 se implantara la «sharia» (ley islámica) en doce estados de Nigeria, al menos 12.000 personas han muerto en atentados contra iglesias y enfrentamientos entre musulmanes y cristianos. Un campo de batalla en el que, sin embargo, nuestros dos interlocutores, dos de los principales líderes religiosos del país, comparten un mismo afán de convivencia. A un lado, John O. Onaiyekan, arzobispo de Abuja. Al otro, Abubakar Siddeeq, imán de la Mezquita Nacional.

«No hay conflicto religioso en Nigeria. Los últimos sucesos (como el ataque a una iglesia cristiana el que murieron 44 personas) han creado una sensación de inseguridad, pero no representan la realidad profunda del país», asegura el arzobispo. El imán interrumpe: «Pero en los últimos tiempos hay un interés del Gobierno por desviar la atención de los problemas económicos. Y el islam se ha convertido en el perfecto chivo expiatorio».

Y es que tras la retirada del subsidio a los combustibles, Nigeria vive una de las peores crisis sociales de su historia. Y es ahí donde entra la religión. «Por un lado, tenemos una crisis social y económica; y por otro, una situación de inseguridad religiosa. Y hay quien quiere sacar partido de ambas», destaca Onaiyekan.

Los radicales, contra todos

Y como verdugos, autores de los más atroces atentados, en el centro de la crisis, los terroristas islamistas de Boko Haram. «Parece que el único objetivo de Boko Haram son los cristianos. Pero estos han asesinado a incluso más musulmanes», denuncia Siddeeq. El arzobispo se muestra de acuerdo. «Seamos realistas —insiste el imán—. El único interés de Boko Haram es dividir el país». A lo que añade Onaiyekan: «Y para ello, usarán cualquier excusa posible. Sobre todo, la religión».

Los enfrentamientos entre pastores de la etnia fulani ( musulmanes) y los agricultores berom (cristianos y animistas) son habituales en el noreste de Nigeria. Se trata de una lucha por la posesión de la tierra que nada tiene que ver con ninguna yihad global. Pero que los integristas aprovechan para sus fines.

«En cada nueva matanza entre estos grupos, los medios de comunicación culpabilizan a la religión, pero son más importantes otros factores —sociales, económicos y tribales— para entender esas disputas», denuncia el arzobispo.

El imán Sideeq es, además, categórico a la hora de responsabilizar a las autoridades en el azote del extremismo. «El Gobierno nigeriano —asegura— subvenciona, financia y apoya a los seguidores de Boko Haram. Los rebeldes simplemente hacen la guerra sucia al Estado». El arzobispo se muestra más comedido, pero también muy crítico: «Lo que está claro es que el aumento de ataques de Boko Haram, su complejidad interna, muestra su infiltración en las instituciones. Sin esa ayuda no podría desenvolverse como lo hace».

El arzobispo tampoco elude la responsabilidad de la Iglesia: «Como líderes comunitarios debemos identificar aquellos templos donde se inculque el odio religioso, sean del credo que sean». Punto este en el que disiente el imán: «Los líderes de Boko Haram no acatan la autoridad del «sultán de Sokoto» (máximo líder espiritual de los musulmanes nigerianos). La responsabilidad mayor es del Estado, no nuestra».

«¿Sabe cuál es mi mayor preocupación?» —nos pregunta el arzobispo—. «Que unos simples asesinos tiren por la borda tantas décadas de convivencia». El menudo Siddeeq sonríe. «La ruptura de Nigeria en dos estados es imposible. No se puede dividir el país entre musulmanes y cristianos». El acuerdo en este punto es total. Sellado con un cálido apretón de manos.

El arzobispo católico John O. Onaiyekan, a la izquierda, y el imán Abubakar Siddeeq

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