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¿Ni un Papa santo?

El escándalo de los abusos

El Viernes Santo de hace cinco años, a punto de ser elegido Papa, el cardenal Ratzinger clamó contra la suciedad que veía en su iglesia ("¡Cuánta suciedad entre los que, por su sacerdocio, deberían estar entregados al Redentor!"), pero también contra la soberbia de los discípulos del fundador crucificado ("¡Cuánta soberbia! Nuestra traición es el mayor dolor de Jesús"). Nadie le ha hecho caso, ni siquiera él mismo. Lo que escandaliza más en esta fastidiosa riada de noticias sobre curas pederastas y obispos encubridores, es la actitud del Vaticano. Todo son disculpas, lloriqueos, incluso acusaciones contra el mensajero que llega con tan desagradables noticias. Es soberbia de la peor especie, sin propósito de enmendarla. Se deduce tras la asombrosa proclamación del Papa, el pasado domingo de ramos, de que no se dejará intimidar por "las mezquinas habladurías de la opinión dominante". ¡Vaya por Dios!

También queda en evidencia estos días la ineficacia de la curia romana. Ratzinger habla poco, pero todo es ruido a su alrededor. Ayer mismo, el portavoz papal, el jesuita Lombardi -único que puede hablar en nombre de la Iglesia- tuvo que lavar la cara nada menos que al predicador de la Casa Pontificia, el franciscano Cantalamessa, por comparar en un sermón ante el Papa los ataques por los escándalos de pederastia, con las brutalidades contra los judíos. De barbaridades como esas no sale airoso ni Lombardi, pese a ser sabio y prudente.

Ratzinger ha podido hacer una especie de discurso sobre el estado de la nación en el Viacrucis de este año, a punto de cumplir el lustro en el pontificado. Prefirió callar, quizás porque sus lamentos de hace cinco años, ante el imponente Coliseo romano, fueron sólo discurso para impresionar a los cardenales que aquellos días buscaban al sucesor de Juan Pablo II. Lo cierto es que Papa y curia se comportan estos días como esos secretarios de organización de los grandes partidos que encubren (y se benefician de) la corrupción, látigo disciplinario en ristre, con la orden de que "la ropa sucia se lava en casa". Llega el día en que la porquería les sale por la ventana, y entonces se dan golpes de pecho, ya sin remedio.

Con estos mimbres, no extraña que la sufrida comunidad católica viva esta semana de pasión en estado de perplejidad. Su preocupación es Roma, como casi siempre; y las consecuencias, desastrosas para el prestigio de su iglesia. En vida, los pontífices se hacen llamar "Santidad" o "Santo Padre", pero la lista de Papas proclamados santos (es decir, modelos de vida ante el mundo) se interrumpió bruscamente después de la canonización de Pío V, pontífice número 225, entre 1566 a 1572. Era fraile dominico, ejerció de comisario general de la Inquisición y es conocido como el Papa de la Contrarreforma y de Trento. Fue él quien encargó al pintor Bragettone cubrir las figuras que Miguel Ángel había pintado sin vestimenta en la Capilla Sixtina, y quien acabó en los dominios pontificios con las corridas de toros bajo pena de excomunión. También financió las guerras santas en Francia contra los hugonotes y expulsó a los judíos de los estados de su jurisdicción.

Tuvieron que pasar 382 años hasta la canonización de otro sucesor de san Pedro. Se trata de Pío X, Papa entre 1903 y 1914. La decisión de elevarlo a los altares fue del polémico Pío XII, en 1954. Pío X también destacó por su contrarreformismo, empeñado en condenar los pocos ismos (modernismo, laicismo, liberalismo, socialismo…) que habían dejado vivos sus antecesores. Pecadillos de nada. Los que cargan ahora sobre el honor de los pontífices contemporáneos llevan el nombre de delito. Malos modelos, en todo caso.

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