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Navidad y conciencia en el banco (¿de alimentos?)

Me lo encontré una de las raras veces que acudo a esos templos del consumo compulsivo  que llegan a ser las  “grandes superficies”. Me pareció a lo lejos pero, como llevábamos mucho tiempo sin vernos, no me lo creía. Al acercarnos nos saludamos con el cariño entrañable de amigos y primos que guardamos, pese a todo, desde chiquillos. Después de la habitual efusión, me separo de él y le digo:

            -Pero Pepe,  ¿qué haces tú aquí ayudando a la caridad del Opus Dei como si fueras el criado de una señorona de misa de doce? Parece mentira, con todo lo que tenemos hablado sobre lo que vienen padeciendo nuestra gente joven, como tus hijos sin ir más lejos.

            -Para, para, para, que yo ayudo a esa pobre gente que pasa necesidad con alimentos, que tú  también puedes tocar si quieres, para que coman. Así me respondió desorientado y cabizbajo.

Cuando nos miramos con el mismo gesto guasón/ceñudo de cuando éramos chicos,  mi dedo señalaba las tres palabras “Banco de Alimentos” como respuestas a su muda pregunta. Pepe empezó a recordar la conversación que habíamos tenido hacía casi un año sobre el asunto. Se quitó el peto dejándolo junto a los paquetes recogidos y se fue hacia un lado mirándome de soslayo. La preocupación me duró lo que tardé en recordar la mojiganga mágica para estos casos entonces. Tras ella, me acerqué a él y con voz trémula, recordé nuestra conversación, luego de ponerme en su lugar  de recién jubilado, siempre activo y altruista.  Tras mostrar su acuerdo con leves, pero crecientes amagos de cabeza, mientras le recordaba nuestra vieja apuesta por la justa dignidad de cada persona frente a efímeras caridades, a Pepe se le saltaron las lágrimas. Lo dejé estar y le sugerí por señas  que diéramos una vuelta para alejarnos de aquel ambiente.

Al cabo de un paseo en la fría tarde, él recuperó la voz serena para pensar en voz alta sobre lo que le venía pasando. De su reciente jubilación aceptaba que, metido en la asociación, no había tenido cuajo para defender oponerse con firmeza a la propuesta del “banco” y, al quedarse en minoría, se dejó llevar ante la perspectiva de quedarse en casa otra vez “parado”. Se lamentaba de haber perdido el poco hábito lector, que en su momento llegó a tener, o de la iniciativa de joven para buscar alternativas a lo que surgía.

Pasamos por un local cerrado, donde estuvo la frutería que su hija y su yerno cerraron por  no poder competir con la gran superficie. Era la misma en que habíamos estado y donde ellos acabaron de reponedores por horas. Tras mirarla ambos, él volvió a asentir al pensamiento común del “casi monopolio” de las grandes cadenas que venían eliminando al pequeño comercio de los barrios dejándolos casi desiertos. Volvió el agua a sus ojos recordando el negro porvenir de su nietecilla que  había contrariado sucumbiendo al poder avasallador ante del brillo mercantil. Ante él claudican quienes traen sus mercancías por dos chavos, o quienes malbaratan su vida con trabajos cercanos a la esclavitud, como quienes nos engañamos creyendo en las apariencias, abundancias, e incluso precio discutible, de lo necesitamos menos. Un nuevo nudo calló nuestras palabras.

Seguimos paseando nuestros pies y nuestras mentes por anécdotas y lugares que a veces coincidían o nos alejaban. Pepe me recordó a Ana, una joven monja de la familia a la que ambos queremos mucho. Acabó contándome que ella había rechazado unos lotes que les habían llevado el llamado “banco” diciendo que allí podían pagar lo necesario. Se acordó de ella también ensalzó  el mayor mérito de “Cáritas” ya que en general contaban con un personal más sensible para liberar de la pobreza perenne. Recordamos ambos que esta asociación es financiada en una mínima parte por la Iglesia  y que ésta apenas le aporta la tercera parte de lo que invierte en su cadena, 13TV .  También Pepe comentó lo mal que le sentó al ministro Montoro el informe sobre la pobreza severa en España en el informe de 2.013. Tal vez, concluyó, por eso se apoya tanto al Banco de Alimentos.

Ahora ya, cuando el berrinche entre ambos era apenas un recuerdo, volví al principio: Justicia antes que caridad o beneficencia, y que no nos engañen también en eso. Tanto en los Ayuntamientos, como los gobiernos que nadie aproveche la pobreza para corromper a quienes la sufren fomentando clientelismo y o el voto cautivo. Los servicios de bienestar social han de ejercerlos personas íntegras y cualificadas para que, con clara autonomía, propicien la emancipación activa de quienes se vean en la pobreza. En ese sentido, no tuve que decir más. Fue mi primo Pepe quien concretó el acuerdo que tan laboriosamente habíamos recompuesto. A quienes acudieran  a su asociación o similar proponiendo este tipos de caridades, hacerle llegar el mensaje: que las buenas intenciones de los destacados miembros del Opus que las canalicen, junto al  ministro de Guindos, hacia las personas y  no hacia los bancos por muy alimenticio que parezca el ropaje.

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