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Nadar y guardar la ropa

Ya está más cerca la tan anunciada regulación entre lo religioso y laico. En la primavera próxima parece que llegará al Congreso la denominada ley de libertad religiosa, que se asentará en el principio de más laicidad y más libertad religiosa. Según las fuentes, el Gobierno pretende evitar la confusión entre lo civil y lo religioso, y no se le ocurre mejor cosa que incrementar ambos platillos de la balanza para satisfacción de laicos y creyentes. Ejercicio este que no contentará a ninguno.

La estrambótica figura del Estado aconfesional que nuestra Constitución ha creado, es un instrumento de confusión que para nada diferencia los ámbitos civiles y religiosos, e imposibilita el camino hacia una verdadera separación entre ambos. El problema suscitado por tal rareza constitucional, impide la progresión hacia un Estado laico. Ya se puede quemar las cejas el legislador buscando atajos, que nunca conseguirá cuadrar el círculo. O una cosa u otra, pero nunca ambas a la vez.

Se dice que el proyecto de ley en cuestión pretende suprimir los símbolos religiosos en lugares públicos, y sustituirlos por otros constitucionales. Y para que los obispos católicos no muerdan, les aumentan sus prerrogativas, al tiempo que les someten a la libre competencia de otras confesiones a las que sitúan en igual rango. Café para todas.

Véase el ejemplo de nuestra televisión pública. Suprimidos los anuncios de pago, no por ello desaparece la publicidad gratuita de la catequesis religiosa. Bien está que los pastores cuenten con un espacio que ilumine la senda por la que transitan los creyentes, pero siempre y cuando se amplíe el panorama con otras opciones laicas en libre y controvertida competencia de ideas.

La mera supresión de símbolos religiosos en espacios públicos, es ahorrar en el chocolate del loro. Es más necesario erradicar los usos habituales de actos y ceremonias que muestran la asfixiante omnipresencia religiosa en la sociedad civil, como son los funerales, bodas y bautizos de Estado; procesiones y ofrendas con intervención de cargos públicos; festividades religiosas creadas por presidentes autonómicos, etc. La misma existencia de locales adscritos a prácticas religiosas, pero participados en íntimo compadreo por autoridades civiles, desmiente la tan cacareada independencia del Estado. En Madrid existe una híbrida iglesia catedral de las fuerzas armadas, que reunió el día de reyes a lo más selecto de nuestros representantes civiles, militares y religiosos. Todos juntos y revueltos en armónico festejo aconfesional.

Quizás si protestantes, judíos o musulmanes, copian la idea, lo mismo cunde la fraternidad y se acaban las guerras. Pero no estoy seguro, por lo que mejor será no tentar la suerte.

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