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Muerte al faraón

Si la Hermandad Musulmana se queda con el poder en Egipto y Siria, el desequilibrio en la zona sería enorme.

“He matado al Faraón, y no temo a la muerte”. Estas fueron las frases que pronunció Khalid al-Islambuli, el 6 de octubre de 1981, después de haber asesinado al presidente de Egipto,Anwar el-Sadat. La denominación de ‘faraón’ ha tenido para los fanáticos religiosos del Islam el peyorativo de gobernante laico, o sea aquel que se rige por las leyes y normas de los hombres y no por la ‘ley de Dios’.

Esta contraposición refleja la transición que estamos observando de la estructura política ‘panárabe’ hacia un sistema ‘pan-islámico’, donde los corruptos y desprestigiados regímenes laicos están siendo sustituidos por algo peor, la dictadura religiosa, apoyada por la apresurada e irreflexiva actitud de las potencias, que obsesinadas en la coyuntura y sin control alguno de los acontecimientos y desenlaces posteriores pueden estar entregando a los países árabes a un mal mayor, los fanáticos religiosos.

Dentro de todos los grupos político-religiosos que infestan el Medio Oriente, la Hermandad Musulmana ha tenido una constante y muy peligrosa participación. Lo que estamos observando en Egipto y Siria tiene una directa vinculación con el accionar de esta poderosa y extremista organización.

Nacida en 1928, en Egipto, se creó para luchar contra occidente y defender los valores islámicos. En la década de los 60 desarrolló una ala extremista promovida por Sayyid Qutb, y sus acciones fueron especialmente agresivas, empezando por el intento de asesinato del presidente Nasser, como exponente del laicismo y de los valores de occidente, y tener el honor del mayor número de muertos por un carrobomba.

Son los mismos que promovieron la caída de Mubarak y la inestabilidad reinante en Egipto, y que, además, tienen al régimen de Siria al borde del colapso. Ya en la década de los 70, esta ‘venerada hermandad’ se había enfrentado a Hafez al-Assad, padre del actual presidente de Siria, al que intentaron asesinar; y su clan de los alauitas, quien tratando de modernizar al país abogó por la separación de religión y Estado.

Si la violencia de estos días nos aterra, debemos recordar que en 1979 la Hermandad, entre otras muchas atrocidades anteriores, atacó a la Academia Militar de Alepo y asesinó de 270 a 300 cadetes, por ser alauitas. Las represalias fueron violentas y el célebre ejecutor del régimen, el hermano de Hafez al-Assad, Rifaat, atacó la prisión de Tadmur y exterminó a 1.100 hermanos musulmanes presos, para después –en 1980– emitir una ley que castigaba con la pena de muerte pertenecer a este grupo.

En el centro del conflicto siempre estuvo la ciudad de Hama, la misma donde hoy se centra la violencia, la cual fue semidestruida varias veces con un elevado número de víctimas civiles de todo tipo.

Si la Hermandad Musulmana se queda con el poder en Egipto y en Siria, –ejes del mundo árabe– el desequilibrio en la zona sería enorme y la presencia del regímen religioso iraní, con la acción de movimientos como Hamás y otros extremistas, podrían generar una reacción en cadena, donde la maldad y corrupción de los ‘faraones’ que están cayendo, parecería un juego de niños. Eso no parece verlo Occidente.

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