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Moretti renuncia a la crítica contra el Vaticano

El director italiano presenta «Habemus Papam», una farsa sobre la crisis depresiva de un papa recién elegido. Su brillante apuesta inicial por la comedia paródica se diluye en un retrato tierno y humano que huye de controversias religiosas

Fieles e infieles, atentos: Habemus Moretti. El ganador de una Palma de Oro regresa al festival que le premió por La habitación del hijo y lo hace con una farsa sobre el Vaticano, divertida y brillante a ratos, pero desperdiciada en su conjunto. Nanni Moretti presentó ayer Habemus Papam en la sección oficial a competición generando menos entusiasmo del previsto. La idea inicial es brillante: un papa recién elegido tiene un ataque de pánico antes de salir a saludar a sus fieles, que se agolpan ansiosos en la plaza de San Pedro. Cuando del brote de miedo el Papa pasa a una crisis depresiva en toda regla, acude en su ayuda un psicoanalista (el propio Moretti, cómo no) que, sin embargo, no puede evitar que su excelencia huya despavorido del Vaticano para refugiarse en las calles de Roma junto a un grupo de comediantes.

Moretti arranca el filme con una divertida farsa vaticana, pero pierde muchas oportunidades al no profundizar suficientemente en las ansiedades del papa depre y al no explotar del todo las posibilidades cómicas de la situación ni sacarle el partido que merece al actor que encarna al sumo pontífice, el mítico Michel Piccoli, que brilla en sus secuencias aunque el guión no le merezca. La primera media hora de Habemus Papam tiene momentos de auténtico gozo: desternillante es el cónclave cardenalicio, donde los mandamases de la jerarquía católica eligen a su nuevo gran hombre como si se tratara de la elección del delegado de la clase. Sin embargo, el filme decae rápido y muestra sus muchas fallas: Moretti se muestra perezoso y poco atinado en la resolución.

El filme tiene escenas hilarantes, pero el director se muestra perezoso

Más momentos de alta parodia: las secuencias del guardia encerrado en la habitación papal haciéndose pasar por el pontífice o la idea de organizar un campeonato de voleibol entre los cardenales para pasar el tiempo mientras al papa se le pasa el susto. La secuencia del partido es ocurrente, pero se alarga y muestra uno de los vicios preferidos de Moretti: él mismo.

No esperen de esta película lo que se podría pedir a Moretti: una crítica implacable a la jerarquía católica. El director de Caro diario ha preferido ponerse tierno y entregar un retrato humano de los hombres del Vaticano. En Habemus Papam hay pullas, pero son suaves: el director, ateo ortodoxo, compara la parafernalia católica con la del mundo del teatro, un poco obvio pero efectivo. Y quita hierro a la fe y a la rigidez católica, al presentar unos cardenales infantiles y cafres.

“Preferí no meterme en cosas que todos conocemos, como los escándalos de pedofilia. Mi película es sobre mi Vaticano, mi cónclave, mis cardenales”, dijo ayer durante la presentación en el festival. El Vaticano de Moretti es un patio de colegio. Los cardenales copian y hacen trampas cuando se encierran a cal y canto en el cónclave cardenalicio. De puertas adentro ni dios quiere salir elegido y el más pringado, el que nunca sobresalió, el que nadie conoce es llamado a filas. Michel Piccoli es Melville, guiño más que probable al creador del personaje de Bartleby y su mítico “preferiría no hacerlo”. Lástima que el director desaproveche la mina que supone tener al mismísimo papa deambulado solo y perdido por las calles de la gran ciudad. La crisis existencialista y el pánico escénico del sumo pontífice queda en segundo plano, y pronto nos cansamos de tanto cardenal enrollado.

No esperen de esta película una crítica implacable a la jerarquía católica

Sin poética

Más que cansancio, hartazgo es lo que produce la propuesta de la tercera realizadora de la competición oficial, la francesa Maïwenn Le Besco, que presentó Polisse. La película toca uno de los temas que empiezan a ser recurrentes en la competición: la infancia corrompida y las relaciones viciadas entre el niño y el adulto. La directora pone su mirada en el trabajo cotidiano de una brigada de delitos contra menores de la Policía francesa. Asistimos a los casos de pedofilia que la unidad maneja, de miseria y abandono familiar, y al indiscutible heroísmo diario de estos hombres y mujeres, que forman una piña.

Pero la película, que pretende ser realista y pseudodocumental, no plantea dudas ni fisuras en la labor que realiza el equipo de agentes. Por otra parte, el planteamiento de los casos es superficial y muchos se abandonan sin dar al espectador oportunidad de entender. Polisse se convierte así en un batiburrillo simplista.

“Preferí no meterme en los ya conocidos escándalos de pedofilia”

La realización es una mezcla desafortunada entre el Laurent Cantet de La clase y Abdellatif Kechiche, pero sin la poética ni la eficacia en la búsqueda de diferentes tonalidades de ambos. Si a todo esto sumamos un final disparatado y absurdamente dramático, y ciertos momentos que generan estupor, la película se convierte en un desastre que abre la pregunta que popularizó Burning: ¿pero qué hace una chica como tú en un sitio como este?

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