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Moncloa y el Vaticano quieren al frente de la Conferencia Episcopal al cardenal que medió en el 1-O

Los obispos españoles celebran elecciones para elegir presidente a principios de marzo. Juan José Omella aparece como el candidato predilecto de la Santa Sede y del Gobierno por su perfil negociador con el independentismo.

Una estrategia que puede abordar por el flanco de la eutanasia -se debate mañana en el Congreso-, por el de un nuevo Concordato, por el de las inmatriculaciones o, sobre todo, por el de la escuela concertada.

Del 2 al 6 de marzo próximo está convocada una plenaria importantísima de la Conferencia Episcopal (CEE), en la que, tras dos trienios sucesivos de mandato del cardenal Ricardo Blázquez, se tiene que elegir nuevo presidente de la institución que integra a todos los obispos españoles. Los mitrados no desarrollan campaña electoral como en la vida civil, pero ello no quiere decir que no se esté librando una pugna entre bambalinas. Y en esa batalla han venido a confluir dos intereses, que parecían divergentes, pero que ahora podrían ser concordantes: Roma y Moncloa.

Hace unas semanas desembarcó en Madrid el nuevo nuncio vaticano, Monseñor Bernardito Auza, un filipino relativamente joven, con una prometedora carrera diplomática, que llegó a la capital de España procedente del puesto de observador permanente en la ONU. Su primera actividad pública que tuvo fue una reunión con la vicepresidenta Carmen Calvo. No fue una mera visita de cortesía. Tiene órdenes estrictas de Roma. La Santa Sede (desde el papa Francisco al secretario de Estado Pietro Parolin) no desea propiciar enfrentamiento alguno con el nuevo gobierno de Pedro Sánchez. A la par, espera contención desde el Ejecutivo.

Para ese pacto de no agresión resulta necesario acomodar a los obispos y la ocasión puede ser las elecciones en la CEE. Un potente sector episcopal tiene ganas de plantar batalla a la ofensiva gubernamental. Una estrategia que puede abordar por el flanco de la eutanasia -se debate mañana en el Congreso-, por el de un nuevo Concordato, por el de las inmatriculaciones o, sobre todo, por el de la escuela concertada.

Ante este horizonte, Roma pide prudencia, y ésta iría de la mano de su candidato a la presidencia de la CEE: Juan José Omella, cardenal-arzobispo de Barcelona. De los cuatro cardenales españoles en activo (Blázquez, OsoroCañizares y él) es el más joven. El actual presidente Blázquez presentó la renuncia por edad hace casi tres años y los cardenales de Madrid y de Valencia lo harán en mayo y octubre, respectivamente.

ASCENSO

Forzosamente no ha de ser cardenal el presidente, pero las bendiciones papales a Omella resultan evidentes: designado miembro de la Congregación para los Obispos, donde se cuecen los nombramientos episcopales de las iglesias occidentales, cuando era un simple obispo de Calahorra; promocionado a la diócesis de Barcelona, sin haber pisado tierra catalana en su currículo sacerdotal y episcopal; creado cardenal con inusitada rapidez, a diferencia de otras sedes tradicionales (París, Milán, Venecia, Turín) que son postergadas inexplicablemente. Es el verdadero hombre del papa Francisco en España, el cual también tiene en consideración que haya sabido congeniar en Barcelona tanto con independentistas como con constitucionalistas, en tiempos no precisamente fáciles. Y este tema es el que ha suscitado el interés de Moncloa.

En estos tiempos de negociación entre el Ejecutivo y los independentistas, tener al mando de los obispos a un prelado que participó personalmente en negociaciones en los tiempos álgidos del procés está bien visto por los actuales gobernantes. Omella negoció personalmente con Carles Puigdemont y con Oriol Junqueras, e incluso guarda cierta amistad con este último, quien de manera explícita pidió que ejerciera como mediador. «He hecho lo que he podido, he hablado con unos y otros en aquellos momentos de tensión. Rajoy me escuchó muy bien. Y también Puigdemont», confesó Omella en Catalunya Ràdio sobre su mediación en los días previos al referéndum ilegal.

Omella fue uno de los cardenales que impulsó una nota de la CEE, días antes de la consulta ilegal del 1-O en la que los obispos ya no esgrimían la unidad de España como bien moral y se postulaban por el diálogo entre iguales. Tenerlo como palanca en un escenario de negociación es una oportunidad que no se le escapa al Gobierno Sánchez.

OTROS CANDIDATOS

Ahora bien, ese fervor socialista puede provocar un efecto boomerang. No hay una proclividad mayoritaria entre los obispos a la hora de aceptar componendas con un Gobierno que amenaza con la eutanasia, la revisión de las inmatriculaciones, del Concordato o con trabas a la escuela concertada. Muchos prelados creen que es necesario plantar cara como se plantó cara al Gobierno de Zapatero con el matrimonio homosexual o la ampliación de los supuestos de aborto. Esa corriente, a pesar de las indisimuladas predisposiciones vaticanas, gozaría de un importante predicamento en el seno del colegio episcopal.

Sería abanderada por los llamados rouquistas, muy cercanos al anterior arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, el cual sigue gozando de una notable capacidad de influencia. También tienen un candidato indiscutible: el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes. Mucho más joven que Omella, con más arrestos que el de Barcelona y sin los peajes de este con el nacionalismo catalán.

Omella contra Sanz Montes. Parece que las espadas están en todo lo alto. Y no sería la primera vez que la CEE desoye las recomendaciones que vienen de la Santa Sede. Ahora bien, como en todas las batallas, los obispos pueden optar por un tertium genus. Y ahí suenan dos nombres con futuro: el actual obispo de Bilbao, Mario Iceta o el de Getafe, Ginés García Beltrán, dos figuras emergentes del episcopado español, llamados a ser, más pronto que tarde, residenciales de sedes importantes (Sevilla, Madrid, Valencia).

Tampoco cabe desdeñar que finalmente, ante una polarización tan acentuada, se optase por una presidencia de transición, en cuyo caso se escogería al cardenal Antonio Cañizares, actual vicepresidente. Por edad no parecería lo más lógico, pero se buscaría un mandato que no enervase al sector rouquista, sin apostar decididamente por él.

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