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Modernidad y premodernidad

En el Vaticano conviven hoy dos tendencias no fácilmente armonizables: la espectacular representación de la dimisión y despedida del papa, y el funcionamiento premoderno de la institución eclesiástica. Es lo que llamaría el filósofo de la esperanza Ernst Bloch la "no contemporaneidad". Lo estamos viendo estos días, y lo seguiremos comprobando hasta que se produzca la elección del nuevo papa.

La dimisión, contra todo pronóstico, y la despedida, producida con gran celeridad, han contado con una estética impecable, diseñada por el propio papa hasta los mínimos detalles: el nombre a dar al dimisionario, el tratamiento a recibir, la ropa a vestir, los zapatos a calzar, el servicio femenino por el que va a ser atendido, el juego de luz de la despedida del atardecer del 28 de febrero con el helicóptero sobrevolando la cúpula del Vaticano, las decenas de miles de personas despidiendo al papa en la plaza de San Pedro, las miles de personas para recibirlo en Castelgandolfo a su llegada.

Era lo más parecido a la despedida en vida de una estrella. Todo un espectáculo transmitido en directo donde nada desentonaba. El diseño fue perfecto con los medios técnicos más modernos, sin reparar en costes económicos. Pareciera que la crisis que azota a la sociedad italiana se hubiera detenido en el Vaticano y no le afectara.

A todo esto cabe añadir la impresión de la gente más crédula que decía ver en el helicóptero sobrevolando el cielo el revoloteo del Espíritu Santo por la cúpula del Vaticano asistiendo a la Iglesia en sede vacante. ¡La tercera persona de la Santísima Trinidad, no en forma de paloma sino a modo de helicóptero: el extremo de la posmodernidad!

Esta representación contrasta con la premodernidad del Vaticano –cuyo reloj pareciera haberse detenido en el Medioevo–, que se manifiesta en la organización, la doctrina y la moral de la iglesia católica, que es la monarquía más longeva de la historia. Ella conserva intactas las estructuras del Antiguo Régimen con un dirigente que detenta el poder absoluto, tiene el título de Vicecristo y está investido de un atributo que ningún otro poderoso ha osado reclamar: la infalibilidad. Tiene carácter estamental: clérigos/laicos, jerarquía/pueblo cristiano, Iglesia docente/Iglesia discente. Posee una estructura patriarcal: las mujeres no son consideradas sujetos morales ni eclesiales; a ellas no se les reconoce capacidad para ejercer funciones sacerdotes y directivas, alegando para ello que esa fue la voluntad de Cristo al "fundar la Iglesia".

Democratización

La mejor representación de la premodernidad de la iglesia católica es la institución del cónclave: 115 príncipes de la Iglesia, nombrados por los dos papas anteriores, elegirán al "Vicario de Cristo". No creo que, con esa forma de elección, el nuevo papa se considere representante de los cerca de 1.200 millones de católicos en el mundo. Si quiere serlo deberá cambiar las normas de elección e iniciar un proceso de democratización de la iglesia católica desde abajo. De lo contrario solo representará a los 115 cardenales que lo han elegido. Y esa me parece una representación muy exigua para lo numerosa que es la Iglesia.

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