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Misa por la familia: festival de irrealidad e intolerancia

El domingo se celebró en Madrid una nueva concentración “en defensa de la familia cristiana” promovida desde posiciones ultraconservadoras. Esas posturas siempre apelan a principios etéreos, gaseosos, evanescentes (valores, patria, Dios, familia…).

Así, para atacar a Zapatero y a quienes no piensen como ellos (objetivo real de todas estas manifestaciones) nos presentan una visión irreal, mítica, dulzona, de la institución familiar. Sin embargo, hay mucho fraude en este cuadro idílico. Veamos.

En primer lugar, la familia puede dividirse en dos grandes grupos: de origen y voluntariamente adquirida. La familia de origen (abuelos, padres, tíos, hermanos…) no se escoge. Lejos de plasmar una estampa sublime, anidan terribles desavenencias en su seno. Desde matrimonios por interés y padres que abandonan y maltratan a sus hijos hasta millones (sí, he dicho millones) de casos de abusos sexuales…

Así, se estima que el veinte por ciento de la población femenina ha sufrido agresiones sexuales en su infancia y adolescencia, y que aproximadamente el setenta por ciento de esos abusos sexuales se han perpetrado por los padres, tíos o abuelos.
Estos hechos sobrecogedores suelen mantenerse en secreto, como cánceres enquistados. Pero todo es real. Aterradoramente cierto. Y desmonta la visión edulcorada de la “institución familiar” que pretenden vender los autodenominados “defensores de la familia” como pretexto para impedir otras formas familiares.

Y qué decir de ancianos que se pudren sin las visitas de sus hijos (aunque no estaría de más preguntar a los hijos cómo fueron esos padres), o hermanos que no se soportan y dejaron de hablarse hace muchos años. Cuadros que, lejos de ser esporádicos, resultan muy habituales.

Ciertamente, aunque la familia atesora aspectos muy positivos, también encierra asuntos terroríficos que destrozan la visión idílica que los ultraconservadores pretenden utilizar.

En el otro gran grupo, la familia voluntariamente adquirida (cónyuge e hijos) observamos que la mitad de los matrimonios concluyen en divorcio. Y el porcentaje aumenta a medida que se incrementan los niveles de renta. Por otra parte, no hay más que dar una vuelta por los Juzgados para desmitificar la “institución familiar”.

Sí, los Juzgados de Violencia Familiar se saturan, los jueces no dan abasto firmando órdenes de alejamiento, las cárceles revientan alojando sujetos que han machacado la cara y costillas de su pareja o que, en no pocos casos, la han acuchillado o estrangulado, los pleitos por cuestiones hereditarias se apilan en Juzgados de Primera Instancia y Audiencias Provinciales, los altercados con lesiones se multiplican cuando las familias se juntan en fiestas…

¿Significa todo lo anterior que la familia resulte perversa? Por supuesto que no. Pero la familia es una institución compuesta por seres humanos y en ella concurre, sin distinción, lo bueno y lo malo de las personas. La realidad. Simplemente.
Por ello, pretender excluir realidades sociales humanas en su configuración (bodas del mismo sexo, familias monoparentales, adopciones por parejas homosexuales, etc.) implica vivir fuera de la realidad.

Pero muchos necesitan creerse su irrealidad para propiciar esa intolerancia y por ello se alinean en una entelequia que les justifique predicar la exclusión. No quieren aceptar la realidad porque ésta contradice sus prejuicios.

Por supuesto, pueden refugiarse en una visión mitificada e irreal de la familia si eso les supone unos miligramos de seguridad artificial en dosis de mañana, tarde y noche. Nadie debe impedírselo. Pero sí debemos imposibilitar, con todas nuestras fuerzas, que cercenen el derecho de otras personas a constituir diferentes modelos de familia. Esa es la línea roja. Y allí nos van a encontrar.

Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor

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