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Milagros

Desde que era niña y me hablaban con tanta solemnidad de los milagros, esos hechos, aparentemente sorprendentes, ocuparon durante un tiempo mi imaginación y mi curiosidad infantil. No llegaba a entender lo que significaban aquellas apariciones marianas que para tanta gente poseían un significado que a mí se me escapaba. Y es más, me parecían algo tétrico y oscuro que, en lugar de maravillarme, me daba miedo y me asustaba. Y pensaba que si ocurría algo que todo el mundo parecía considerar como tan extraordinario, tendría que ser con una finalidad igualmente importante o extraordinaria; sin embargo, me encontraba, al contrario, con mensajes subjetivos, con ideas vagas e inentendibles, con incoherencias, divagaciones, ambigüedades e imprecisiones; eso sí, todas ellas relacionadas con el dogmatismo religioso. Entonces estaba aún muy lejos de comprender que no entendía porque no se puede entender, porque en cuestiones de “fe” la divagación es la norma.

Con el tiempo me fui dando cuenta de que aquellas supuestas apariciones a pastorcillos o niñas de corta edad, imagino que sugestionados y muy abducidos, tenían, quizás, un significado cuya explicación es ajena a la racionalidad tanto como a la inocencia infantil; esos supuestos milagros acababan por convertirse en mitos y santuarios que expandían el fervor de los adeptos a esas doctrinas, y a través de las cuales se intensificaba la incondicionalidad de los creyentes en mitologías religiosas, y, de paso, se erigía un gran negocio. Porque el reino de lo divino no es tan incompatible, como algunos dicen que es, con el mundo de lo terreno.

Ante tal contradicción no es extraño que Víctor Hugo utilizara en su obra, a modo de metáfora, la Corte de los Milagros (zona de París en el barrio de Les Halles, donde falsos mendigos enfermos de día recuperaban la salud de noche) a la hora de describir la falsedad y la doblez humana. Y no es extraño que Valle-Inclán acudiera a la misma alegoría para ridiculizar la corte corrupta, decadente y viciada de Isabel II. De tal manera que ambos autores, desde el ámbito de lo literario, convirtieron a esa palabra manida en un símbolo de la impostura y la falsedad.

“El Gran Milagro” es el título de una película mexicana que acaba de estrenarse y que difunde los dogmas y los “valores” del cristianismo desde las salas de cine. Y es que a la Iglesia no se le escapa ni una, y, mientras ha demonizado al séptimo arte en películas que han tratado la temática religiosa, lo utiliza en esta ocasión para hacer proselitismo. La película, iniciativa encuadrada en el Año de la Fe , convocado por Benedicto XVI, se conforma en un panfleto cinematográfico propagandístico que, según leo en la crítica, supuestamente pretende llevar, como siempre, un “mensaje esperanzador” a los millones de personas azotadas por la crisis.

Y es que la desesperanza y la crisis son buen caldo de cultivo para ganar adeptos. La vulnerabilidad y la indefensión humanas suelen ser grandes oportunidades para religiones y sectas a la hora de ganar la adhesión de aquellos que han dejado de confiar en ellos mismos y en el mundo que les rodea. La cuestión primordial sería si esos mensajes de amor y paz son acordes con la realidad, o son un señuelo. En cualquier caso, y desde mi respeto a toda creencia, lo que considero inaceptable es que se exponga a menores a mensajes sobre demonios, ángeles, pecados, almas vagando en el purgatorio, infiernos y demás siniestros arquetipos. Este tipo de mensajes alientan el miedo, la culpa, y el terror en las mentes infantiles, que aún carecen de herramientas de defensa intelectual, además de coartar su desarrollo racional, intelectual y emocional.

Volviendo a los milagros, lejos ya de la inocencia infantil por la que no cuestionamos los idearios a los que se nos somete, me resulta una contradicción y una gran paradoja humana que consideremos milagros supuestas apariciones y hechos oscuros y obtusos que nos alejan de una interpretación racional y veraz del mundo, mientras nos alejamos de lo que, a día de hoy, ya sí considero verdaderos milagros. Un milagro hubiera sido, por poner un ejemplo pertinente, que el nuevo pontífice hubiera sido persona tolerante y solidaria; ya sabemos de su misoginia, su homofobia y de su buena relación con la dictadura argentina, como manda su credo.

Verdaderos milagros, que nos suelen pasar inadvertidos como tales, son la vida misma, la sabiduría de la natura, capaz de reinventarse ciclo a ciclo y año a año, una mirada llena de asombro y de inocencia, la ternura, la grandeza de un bosque o la inmensidad del mar, la alegría, la inmensa lealtad de esos pequeños seres vivos que sólo por una caricia te regalan incondicionalidad el resto de sus vidas, los logros de personas que dedican sus vidas a investigar por el bien de la humanidad, el respeto a la verdad, la inquietud honesta de entender el mundo, la bondad del corazón, la tolerancia y el respeto a todo lo que tiene vida, la amistad sincera, las puestas de sol, el enorme potencial que todos tenemos para reinventarnos, la palabra honesta y profunda del otro, la solidaridad, la alegría, el reconocimiento de la maravilla que es el mundo, la belleza de una flor, la poesía, la capacidad de amar, el encuentro de dos seres humanos que se reconocen en su piel, en sus pupilas y en sus profundos… Estamos realmente tan rodeados de milagros reales, cotidianos y sencillos, aunque grandiosos, que esos otros milagros dogmáticos, lúgubres y sombríos, al menos para mí, sobran.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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