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Miedo a la libertad

Detrás del «burka» o del «hiyab» se esconden sin duda pensamientos de opresión hacia la mujer, pero por experiencia sabemos que no se elimina el espíritu del monje quemando su hábito

El miedo es como un pozo de noche sofocante en el que te hundes con sólo pensar en él, un pozo negro repleto de ofuscaciones que ciegan y pesadillas que braman hasta arrancarte las alas. En nuestras infancias había pozos de leyenda donde los moros iban cayendo uno a uno, con el caballo incluido, por arte de magia cristiana. Tal vez fueran éstos los mismos pozos donde dormían las historias de las doncellas cautivas y los renegados guerreros, los mismos donde las brujas arrojaban el polvo que les daba Satanás para provocar los desarreglos del cuerpo y las tormentas del espíritu. Detrás de una postura intransigente no hay más que un miedo cegador al pensamiento diverso, miedo al otro como ser humano diferente, miedo a perder los privilegios conquistados. Hay mucho miedo detrás de la incomprensión. No comprendemos por miedo a comprender. La intransigencia es el delito de nuestro espíritu, la traición de nuestra personalidad. No comprender es ponerse esas gafas oscuras de la ceguera del alma para fingir que uno no mira, que no existe esa realidad, la cual, no obstante, nos muerde los ojos con su presencia. Gafas negras en el terreno arbitrario y convencional de la vida sin roces ni ruidos, del mundo de atmósfera oxigenada libre de todo lo infecto. Enterrados en el lodo simulamos que flotamos al lado de hermosos nenúfares. La incomprensión es una mortaja que oculta miedos y también enormes mentiras.
Es más que probable que todas las religiones estén fundamentadas en el miedo a lo desconocido. Miedo a lo misterioso o inexplicable, a la derrota, al hambre, al dolor, a la muerte. Ya Lucrecio, en el siglo anterior a Cristo, explicaba el miedo a la muerte (alimentado por mitos y ensueños) como el origen de los errores y las creencias, y hablaba de la tiranía del monstruo religioso, de la cual únicamente podríamos liberarnos a través del descubrimiento de las leyes científicas. Sea la religión (en una visión más optimista) una enfermedad surgida del miedo o (en una visión más pesimista) una fuente de indecible miseria para la raza humana al ser la causa principal de guerras, terrorismos, inquisiciones, represiones, condenas y sufrimientos diversos, lo cierto es que, ante todo, son las religiones fenómenos sociales, que, además, por medio de sus iglesias, han desvirtuado las doctrinas originales de sus maestros a través del poderoso e infalible cuerpo de intérpretes oficiales.
Pero nos encontramos en una encrucijada social donde las religiones van y vienen y se entrecruzan, una sociedad donde interactúan cada vez con mayor intensidad diferentes religiones, una comunidad que, aunque pretende ser laica, aún mantiene en su inconsciente ese miedo a lo desconocido, siendo en esta ocasión lo desconocido todo aquello que expresa contenidos o símbolos asociados a comunidades de alguna manera extrañas. En medio de este fenómeno de interrelaciones, comuniones y contagios el laicismo es la única fórmula capaz de garantizar la neutralidad religiosa y el respeto a todas las religiones. El laicismo no se opone a ninguna religión, sino que garantiza la existencia de todas ellas. Es, pues, sinónimo de tolerancia, de igualdad y, por supuesto, de respeto. Debe, pues, el laicismo, velar porque en los espacios llamados públicos (escuelas, hospitales, ministerios, etcétera) no se exhiban símbolos religiosos de ninguna índole que lleven a pensar que el estado (laico por definición) se decanta en favor de una u otra confesión religiosa. Debemos recordar que «público» significa «obligado para todos». Pero debe también (no podría ser de otra manera) preservar el derecho de cada uno a mostrar individualmente los símbolos religiosos que estime oportunos (medalla, cruz, velo, sotana, ‘burka’, túnica, tonsura, hiyab, turbante, pañuelo, hábito, etcétera). Esta es la grandeza del laicismo contra la intransigencia y el fanatismo. El laicismo no tiene miedo a la libertad.
Detrás del ‘burka’ o del ‘hiyab’ se esconden sin duda pensamientos de opresión hacia la mujer, pero por experiencia sabemos que no se elimina el espíritu del monje quemando su hábito. Las representaciones mentales erróneas (y el machismo es una de ellas) no se combaten con prohibiciones que afectan únicamente a los distintivos individuales. Prohibir a las personas, que soportan la esclavitud de sus miedos, lucir sobre sus pechos una cruz o medalla que suponen protectora, vestir sobre sus cuerpos un hábito o sotana o ‘burka’ que sienten como recordatorio de su pertenencia a Dios, llevar sobre sus cabezas el velo o el turbante o la cofia que entienden como muestra de su dignidad y del respeto hacia sus dioses, prohibir estas muestras individuales de religiosidad, digo, sería tan imposible socialmente como indefendible jurídicamente.
Así, pues, vamos a reflexionar, a comunicarnos más unos con otros, a entendernos, a dialogar sin miedo. Escribe Erich Fromm, en ‘El miedo de la libertad’: «Nunca se ha abusado más que ahora de las palabras para ocultar la verdad».
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