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Más religión. Sin filosofía

Más religión y menos filosofía: la fórmula perfecta para convertir la enseñanza en un campo de adoctrinamiento y de irracionalidad. Así es la Educación española desde que en octubre pasado fuera aprobada en el Congreso la nueva Ley Educativa, Lomce, impulsada por el Partido Popular, sin ningún voto a favor, por cierto, de ningún otro grupo parlamentario. Entrará en vigor el siguiente curso escolar, aunque todos los portavoces del resto de partidos ya han anunciado que derogarán la Ley en cuanto el PP pierda su nefasta mayoría absoluta. Eso espero.

Es una Ley absurda, decimonónica, obsoleta, injusta, segregadora y antidemocrática, porque no respeta el pluralismo social, porque está pensada a la medida de la derecha y de sus retrógrados intereses, porque no contempla el conocimiento y los intereses del alumnado, porque induce a la robotización intelectual, porque nos retrotrae a tiempos del pasado predemocrático en el que la Educación era un arma más de la propaganda de un régimen que atentaba contra los derechos y las libertades básicas de los ciudadanos.

Confesionalismo en la enseñanza
Pero en esta reflexión me voy a centrar en uno de los aspectos que más me preocupan y que más atentan contra la Educación española: su evidente e indecente confesionalismo. Se les ve, una vez más entre tantas, el plumero a los del PP. Se percibe con nitidez su descarada ideología contraria a las premisas más básicas de un sistema democrático. Porque la democracia es laica, o no es democracia, como dice el chileno Sebastián Jans, y, como dice François Coll, la laicidad es un imperativo democrático, el mayor imperativo democrático, diría yo, porque las religiones son las organizaciones más totalitarias y menos democráticas del planeta; y, de hecho, son los mayores enemigos de las democracias, por más que se tiñan las vestiduras cuando las circunstancias lo requieren.

Raíces en el XIX
Y se trata de un problema que hunde sus raíces en el pasado remoto. Históricamente la Iglesia católica ha ostentado secularmente el monopolio de la educación y de la cultura, y ha impedido, prácticamente hasta el siglo XX, que la Educación fuera un derecho universal, limitando la expansión de la cultura según sus propios intereses, y restringiendo su acceso únicamente a los varones de las clases sociales más privilegiadas. Y no hace falta leer mucha historia para constatarlo. Mi propia madre tuvo una educación misógina y restringida. Y mi bisabuela, a finales del siglo XIX, consiguió estudiar Magisterio, no sin antes una tremenda lucha campal contra todos, y previa acta notarial y permiso paterno de por medio; porque en esos años el que una mujer estudiara era casi un pecado mortal. A pesar de lo cual, mirar sus actas de materias y calificaciones, que conservo, es casi como asistir a una sesión de misa: Historia Sagrada (que no Historia de la religión, cosa muy distinta) en todos los cursos, Catecismo, Costura, etc.etc.etc.

La Iglesia y su monopolio de la Educación
Y es que, en lo referente a la pedagogía y a la educación, huelga decir que estuvo, salvo breves y anacrónicas excepciones, en las manos de la Iglesia Católica en todo el siglo XIX. A pesar de que se produjeron varios intentos por parte de la burguesía de reformas educativas, la férrea alianza de la Iglesia con los sectores de poder, conservadores e integristas, frenaron esas tentativas de una enseñanza laica y democrática. Tras un breve período de secularización en la enseñanza tras la caída del absolutismo, la firma del Concordato con la Santa Sede en 1.851 devolvió a la Iglesia el monopolio de la educación y de la vigía permanente de la ortodoxia religiosa en el precario y elitista sistema educativo. Posteriormente, seis años más tarde, la Ley de Instrucción Pública de 1.857 ratificó y legitimó, bajo la firma del ministro de Fomento Claudio Moyano, ese intervencionismo eclesiástico esbozado en ese Concordato. Esa Ley de Educación se mantendría vigente más de cien años.

Krausismo e intentos de Educación racional y laica
En lo cultural, en un contexto en el que la “arreligiosidad” era un elemento limitante y limitador de cualquier teoría, doctrina o argumentario político o filosófico, los intelectuales liberales de la época encontraron en el krausismo la herramienta idónea con la que hacer compatibles sus tendencias de pensamiento progresistas con su marcada, ya consciente o inconsciente, religiosidad. Porque, repito, era impensable la educación alejada del adoctrinamiento religioso. El krausismo propugnaba la independencia de la Educación con respecto a la superstición de la religión, y defendía una enseñanza basada en el conocimiento, el cientifismo y la razón. Huelga decir que toda su lucha y sus esfuerzos fueron en vano, porque nunca se consiguió en España una Educación libre de los dogmas religiosos, excepto en el breve paréntesis de la República, en la Institución Libre de Enseñanza y en la escuela que propugnaba en Cataluña Ferrer i Guardia.

Enseñar a pensar, no a obedecer
Vemos, por tanto, que la historia de la Educación española en el siglo XIX se repitió en el siglo XX, y vuelve a repetirse en el siglo XXI con la Ley Wert. Reintroducen la religión en la enseñanza como materia obligatoria y eliminan del currículun educativo la filosofía. Un verdadero disparate, encaminado a secuestrar el conocimiento, las libertades y los Derechos Humanos. La cultura es todo lo que envuelve el universo de las ideas. La superstición y la irracionalidad son incultura, cuando no barbarie. La medida de la cultura es intrínseca a la capacidad de análisis racional de la realidad que nos rodea. Sin filosofía no hay conocimiento, ni hay cultura. Nos quieren acríticos, incultos, ignorantes e idiotas. Porque la Educación sólo es tal si enseña a pensar, no a obedecer. Y porque, como decía Paulo Freire, enseñar no es sólo transmitir conocimiento, es, sobre todo, crear la posibilidad de producirlo. La Ley Wert no crea nada. Acaba con todo. Muera la inteligencia, dijo supuestamente Millán Astray, al inicio de la Guerra Civil, ante Unamuno. Wert privilegia la religión y quita la filosofía de la Educación. Es lo mismo.

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