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Mala Religión

El esfuerzo homosexual por la aceptación es capaz de evadir cualquier hueco ético con tal de sentir la anodina serotonina de la pertenencia común y corriente. Hace algunos años, no pocos homosexuales alabaron que un partido de oportunista reputación, como lo es Nueva Alianza, incluyera a protagonistas gays en sus spots televisivos apoyados por guiones llenos de lugares comunes sobre la tolerancia, sin importar que detrás de ese guiño a la diversidad sexual estuviera el incómodo y gandalla nombre de Elba Esther Gordillo y su lamentable historial de corrupción adicta a la parafernalia de Chanel.

El mismo ciego aplauso que en su momento recibió el partido de Elba Esther, se dirigió a una postura de la Iglesia Católica de Suiza: “Es importante que los niños que crecen en parejas del mismo sexo reciban un marco legal que sirva al interés superior de la infancia”, declaró Hansruedi Huber, portavoz de la Diócesis Católica de Basilea al diario Luzerner Zeitung, reconociendo que si bien las parejas del mismo sexo siguen sin considerarse como matrimonio oficial, según la acepción de la Iglesia Católica, de parte de la institución representada por Hansruedi, podían contar con su bendición para todas aquellas parejas del mismo sexo que desearan acometerse a la ceremonia religiosa.

La Iglesia Católica refuerza una y otra vez su sistema de valores en buena parte con el aplastamiento del carácter sodomita, apostólico sinónimo para los homosexuales, pues nuestra ejecución del placer carnal, además de retar las leyes de la reproducción humana va en contra de la voluntad celestial. La bendición de un obispo suizo no es nada en comparación con el divino rechazo del aparato Petrino.

¿Cómo insertar la bendición católica en el debate legislativo sobre derechos humanos Lgbttti? Semanas antes de elogiar a la Iglesia Católica de Suiza, en México se exigía que se cumpliera cabalmente la separación Iglesia-Estado.

Hace muy pocos días tuve la oportunidad de charlar con Jay Bentley, bajista original de Bad Religion, a su vez fundador del legendario sello Epitaph Records. Fue inevitable tocar base en el tema que da nombre a la poderosa y altamente seminal banda de punk californiano desde 1980. Bentley sugería que, para él, uno de los principales obstáculos de las religiones es que suelen estar encadenadas a la concepción de una verdad única, esto último entendido como una virtud, peligrosa, cuando se utiliza la plena convicción de divina singularidad para introducir en las personas ideologías, miedos o prejuicios, como la homofobia, imponiendo una suerte de absolutismo que mucha gente adopta casi como brújula de salvación espiritual. Nos meamos de la risa cuando Jay y yo caímos en cuenta que a pesar de lo bélico de las discusiones entre religiones, casi todas parecen unir fuerzas en el rechazo a la homosexualidad. La entrevista completa saldrá publicada en la revista Marvin de noviembre por venir.

Pero Bad Religion no ha podido hacerse de un puesto en el soundtrack gay. Sus golpes de guitarras y letras que patean la alienación social que engendra un irracional medio a la diferencia no resuena en el arcoíris, como si sucede con los lamentos de autoayuda de Sam Smith o las noticias de Ricky Martin comunicando su debilidad por las familias grandes.

No entiendo cómo los gays no nos cansamos de las agotadoras exigencias morales del catolicismo que orillaron a que el filósofo Ludwig Feuerbach renunciara a la fe cristiana después de cuestionar, luego comprender, sus auténticos y clásicos valores, homofobia incluida: “La simulación es la esencia del tiempo actual. Simulación es nuestra política, simulación nuestra moral, simulación nuestra religión y nuestra ciencia”, dice Feuerbach en el prólogo de la segunda edición alemana de La esencia del cristianismo: crítica filosófica de la religión, en referencia al cristianismo moderno, sin ignorar el hecho de que el cristianismo clásico era más severo. Y homofóbico. Como sea ahí tenemos a Ricky Martin, haciendo público el cuarto embarazo de él y su pareja en una chocante simulación de misoginia pop: emplazar a las mujeres como máquinas para hacer bebés, certificando esa desvencijada noción de estirpe al interior del matrimonio igualitario. Quizás por eso ovacionan palabras como las del vocero de la Diócesis Católica de Basilea, pues encuentran en ellas la oportunidad de alienarse con quienes que nos han sobajado por siglos. Una frustrante y masoquista lectura de aquello que si no puedes con el enemigo, únete a él, cásate, ten muchos hijos, los que Dios quiera y recuérdale a las mujeres su advocación mariana. Ni Ricky Martin ni su wey se meterán la chinga física de alterar su cuerpo durante nueves meses.

La testaruda búsqueda de una aceptación social sin cuestionamientos es un acto desesperado que pone en riesgo nuestro digno derecho a la diferencia. Nos anula como sujetos diversos. ¿De qué serviría entonces salir del clóset si terminamos mimetizados por la trivial satisfacción de la aceptación generalizada?

Wenceslao Bruciaga

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