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Machismo y moral cristiana

Todos nos hemos quedado “alucinados”, aunque estemos habituados a tanto disparate, con unas afirmaciones que hizo la semana pasada en su homilía el cura de Canena, un pueblo de Jaén. “Hace tres décadas a lo mejor un hombre se emborrachaba y llegaba a su casa y le pegaba a la mujer, pero no la mataba. Hoy es que la mata. ¿Por qué? Porque antes había un sentido moral y hoy no lo hay”, dijo, y se quedó más fresco que una lechuga recién cortada. Y no es un caso aislado, sino la actitud sistemática y generalizada en las filas del clero.

¿Sentido de la moral? ¿De qué moral habla? Ah, claro, de la moral cristiana, esa que lleva veinte siglos difundiendo y alentando la misoginia, el desprecio a lo femenino, la inferioridad de la mujer. Esa moral artera que disfraza de falsa espiritualidad el control férreo e inhumano de la condición humana y la anulación de la tendencia hermosa hacia la felicidad y la libertad. Sí, claro, esa moral que defiende guerras y cruzadas, que ha torturado y matado durante muchos siglos, que a cambio de la abducción en ideas tan irracionales como cruentas y disparatadas, ha obtenido las fortunas de imperios, de reyes, de viudas y ricos. Esa moral que demoniza el dinero mientras ostenta una de las mayores fortunas del planeta. Esa moral que habla de amor pero que difunde el odio. Esa moral que cuadricula las mentes, que manipula a las personas, que utiliza el temor, el chantaje emocional, la culpa y la falaz idea de pecado para mantener a las personas en su redil, el redil de la intolerancia, de la exclusión, del odio al progreso, del temor a la libertad, y de la criminalización de la felicidad.

Por supuesto, para el ideario cristiano y su cosificación de la condición femenina, el que las mujeres sean golpeadas por los maridos, la justificación del maltrato femenino, forma parte de lo que llaman  moral, de su moral.  Esa moral que muchos conocemos muy bien y que, como decía John Lenon, se escandaliza por un beso entre un hombre y una mujer mientras ni se inmuta ante guerras, dictaduras, genocidios y muertes por doquier. Esa moral que ha secuestrado y enclaustrado durante veinte siglos la dignidad femenina en conventos o en el papel semiesclavo de la mujer en “sus labores”; esa moral de los que despellejaron viva a la científica Hipatia de Alejandría por defender el conocimiento y la tolerancia.

Esa moral que convirtió en culpable y bochornoso, desde sus propias fábulas primigenias, el cuerpo femenino. Esa moral que aún sigue instando a las mujeres a la sumisión, como su supuesto papel en la vida según sus inhumanas doctrinas. Esa moral inmersa en un embaucador antropocentrismo, incitando al desprecio de los animales y de la natura. Esa moral que nos ha metido a las mujeres el miedo en el cuerpo durante siglos, miedo a los hombres, miedo a la libertad, miedo a la vida; que ha quemado a las mujeres por sabias, por lectoras, por disidentes de sus dogmas. Que inventó la caza de brujas, como un método infalible de justificar su persecución secular de esas mujeres sabias, o cultas, o libres; que ha instado secularmente al odio a lo foráneo, a los diferentes, a los homosexuales, a los judíos, a los librepensadores, a los científicos, a los ateos, a los sabios, a todo cuanto existe de hermosamente humano.

El pasado día 10, de otro lado, el diaro ABC, cada día más aliado ideológicamente a los obispos y al extremo-centro, que diría Wyoming, publicó un titular sorprendente y propio, no sólo de zotes, sino de verdaderos enegúmenos intelectuales: “Casi uno de cada tres divorcios se debe al síndrome premenstrual de las mujeres”. Y se quedaron, una vez más, tan frescos.

 
 

¿Cómo nos van a extrañar este tipo de declaraciones si provienen de mentes adiestradas y embaucadas en el machismo y la misoginia más contumaz? Hace unos pocos años, un colectivo gallego de mujeres artistas y activistas editó un vídeo promocional de un acto colectivo de apostasía que, titulado “Reinventemos el futuro” https://www.youtube.com/watch?v=CMHdp_Rf05o , animaba a las mujeres a ser conscientes de los orígenes ideológicos del machismo y del desprecio a lo femenino. “Inventaron la culpa, adoran el sacrificio, predican el dolor, quemaron a las brujas y a los sodomitas, inventaron el pecado, la culpa, la confesión, la burla y el escarnio a los diferentes. Inventaron la castidad, la oración, el rosario de la aurora, el cielo y el infierno…”

Así son las cosas. El machismo no es un invento de los hombres, según muchas mujeres creen, sino de los patriarcados y de las religiones. Los hombres son unas víctimas más de la ideología misógina que difunden, y han difundido y alentado durante veinte siglos, y lo que queda, los ámbitos religiosos (“…bueno le sería al hombre no tocar mujer” 1 Corintios 7:11). Y no sólo la religión católica; no hay más que observar a las mujeres del Islam, enclaustradas de por vida en verdaderas cárceles de tela. Las religiones son misóginas y feminicidas en su propia esencia. El machismo es una de las consecuencias cotidianas nocivas de esa misoginia clerical. No nos dejemos subyugar por ese tipo de mensajes retrógados. Despreciar a la mujer es despreciar a los hombres también, no lo olvidemos; es despreciarnos y hacernos daño a todos. Con ello impiden esos ámbitos de poder la relación equitativa, natural y cómplice de los distintos sexos, generando coordenadas de desigualdad, rivalidad y enfrentamiento, e impidiendo la complicidad entre las parejas y entre las personas; induciendo a la mujer a la subordinación masculina y alejando al hombre de la emocionalidad y de lo femenino. Amputándonos a ambos parte de lo que somos. Alejándonos, por tanto, de la felicidad. Porque la gente feliz es mucho más libre y menos manipulable. Y a algunos ámbitos de poder eso no les interesa.

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