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Los teólogos sí que están en el limbo

Parece ser que las veleidades de unos irresponsables teólogos, que no supieron interpretar la voluntad de Dios, han provocado sorprendentes mudanzas a todos los no bautizados que en la Historia han sido.

Algunos de los lectores de mi artículo “¿Puede ser bautizado un embrión?” han comentado que, según la Iglesia Católica, el destino de toda persona no bautizada, y consecuentemente de un embrión fallido -me cuesta decir fallecido-, es el limbo. Éste era un lugar reservado por Dios para esta eventualidad y se caracterizaba porque allí ni se sufría ni se gozaba. Me refiero a él en pasado porque, estando interesado en este tema, he acudido para informarme a un buscador de Internet que me ha conducido a la web de “Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María” (www.corazones.org) y, por lo que allí he leído, la existencia del limbo ha tenido relevantes vicisitudes. Trataré de explicarlas por la importancia que ello tiene para la situación eterna de cientos de millones de seres humanos.

Parece ser que las veleidades de unos irresponsables teólogos, que no supieron interpretar la voluntad de Dios, han provocado sorprendentes mudanzas a todos los no bautizados que en la Historia han sido. Hace ya cientos de años, allá por el siglo XII de nuestra era cristiana, se les obligó, si bien en su propio beneficio, a trasladarse, del horrendo lugar en el que se encontraban, a otro espacio en el que no sufrieran el dolor físico y psíquico que venían experimentando desde tiempos remotos. Fue entonces cuando pasaron del infierno, en el que estaban, al limbo.

Se pensó que el castigo del infierno parecía excesivo para personas que no habían hecho uso de su libertad para enfrentarse, con conocimiento del daño causado, al Creador. Pero como, por otra parte, tampoco habían hecho méritos para ganarse el cielo; lo que supone haber superado la prueba de las tentaciones del pecado sin doblegarse a él, se pensó, por los teólogos del momento, que lo más justo sería que toda la eternidad, descontando, lógicamente, el periodo ya transcurrido, estuviesen en un lugar en el que ni sufriesen ni gozasen.

Toda esta doctrina en torno al limbo estaba bien pensada, era complicada de entender y lo suficientemente críptica para que fuese acorde con el resto de las enseñanzas impartidas por estos sesudos teólogos.

Así pues, la decisión de dar cabida en este lugar, donde reina la total indiferencia, a los seres humanos muertos que no habían sido bautizados, fue muy agradecida por éstos que del fuego eterno pasaron a la eterna inopia. Las cicatrices serían difíciles de restañar pero, al menos, no se producirían más, y al mismo tiempo, en su nuevo estado de absoluto desconocimiento no sabrían a que se debían aquellas monstruosas señales que adornaban sus chamuscados cuerpos.

Pues bien, en éstas estábamos cuando, de nuevo, otros teólogos especialistas en esta suerte de teorizar sobre el mundo esotérico de extrañas creencias irracionales, se han descolgado recientemente con una nueva teoría; que no hay limbo. Es decir, todos los no bautizados que se habían habituado a este estado anímico de completa indiferencia se encuentran ahora, en pleno siglo XXI, con la sorpresa de que el sitio donde descansaban desde el pasado siglo XII no existe. Que han de mudarse de nuevo. ¿Pero adónde? Pues, los modernos padres de la Iglesia admiten que no lo saben, pero que confían en la misericordia de Dios y que, con toda seguridad, serán de nuevo trasladados para instalarse, ahora sí, definitivamente -hasta mejor veredicto de otro teólogo- en el cielo.

En fin, tal como lo he entendido lo cuento. Sólo una reflexión final. Los mismos padres de la Iglesia que han decidido, tan irresponsablemente, sobre la situación de cientos de millones de personas, haciéndoles pasar desde el fuego eterno a la visión beatifica de Dios con una estación intermedia en la plena vacuidad, son los que hoy dictaminan, con la seguridad de quién dice palabra revelada, sobre la verdadera e inmutable naturaleza de los embriones humanos. ¿Que opinarán mañana?

Gerardo Rivas Rico es Licenciado en Ciencias Económicas

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