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Los secretos de la investigación a Renato Poblete, medio siglo de abusos sexuales del excapellán del Hogar de Cristo en Chile

Medio siglo de abusos sexuales -desapercibidos o nunca denunciados- marcaron la vida sacerdotal del excapellán del Hogar de Cristo Renato Poblete. Su primer asalto sexual fue en 1956, y el último, en 2008, cuando ya tenía 84 años. Estos son los secretos que escondió toda su vida.

Ocurrió en 1956, en un día indeterminado. Por ese entonces Renato Poblete tenía 32 años y su carrera sacerdotal recién comenzaba. Poco más de 20 años después llegaría el punto de inflexión en la trayectoria de Poblete al asumir como capellán del Hogar de Cristo, cargo que mantuvo por 18 años y que lo transformó en un referente no solo entre los jesuitas -congregación a la que ingresó, según señaló en su momento, por influencia directa del padre Alberto Hurtado-, sino que también como asiduo e influyente consejero de la élite chilena.

“Nunca había pensado en ser sacerdote ni nada por el estilo. Pero después no evalué otra cosa que ser jesuita. En el fondo, quería imitar al Padre Hurtado… Él era mi modelo, pero mi convicción era Cristo; todo lo que leía sobre su vida, el conocimiento del Evangelio, era para seguirlo a Él. Si no hubiera conocido al padre Hurtado, no habría sido sacerdote”, comentó el propio Poblete a la periodista Blanca Etcheberry, quien en 2005 publicó  la biografía del sacerdote: Un puente entre dos mundos.

Los sucesos de 1956 -que se repetirían con sorprendente frecuencia y virulencia mayor por los siguientes 50 años con víctimas que iban de los tres a los 44 años, algunas madres, otras hijas, también hermanas e incluso una religiosa, la mayoría sino casi todas con vulnerabilidades económicas, educacionales o de vocación, forman parte de la investigación del abogado Waldo Bown, elegido por los jesuitas para encabezar la indagatoria sobre los casos de abusos sexuales, de conciencia y de poder cometidos por Poblete y cuyos secretos La Tercera logró reconstruir.

El caso de 1956 -una joven de 19 años- fue el primero de un ciclo de agresiones sexuales, recién hoy conocidas, realizadas por el sacerdote. Uno de 2008 -una mujer de 40 años- es el que cierra  la etapa y lo cometió cuando Poblete tenía 84 años. Ambas víctimas acudieron a entregar su testimonio a Bown.

La investigación del abogado evidencia que no es posible disociar la condición de sacerdote de Poblete y sus ataques sexuales, incluso en el caso de las seis relaciones estables que el excapellán sostuvo a lo largo de su vida supuestamente célibe. Tanto así, que Marcela Aranda -la víctima que, de acuerdo a la indagación de Bown, mantuvo la relación abusiva más larga con el sacerdote y cuyo testimonio dio origen al caso- declaró que en al menos una oportunidad Poblete le administró el sacramento de la confesión luego de un encuentro sexual.

Entre sus seis relaciones estables y abusivas, solo dos de esas mujeres acudieron a prestar declaración a Bown. Otras dos estaban muertas al momento de la investigación, otra no calificó su relación con Poblete como abuso y la última de ellas no quiso declarar o reconocer una relación con el sacerdote, pese a que había varios testimonios que la confirmaban.

“No te corrái, mierda”

Cachetadas y gritos exigiendo “amor” son parte de las descripciones permanentes de los testimonios de las 22 víctimas que concurrieron ante Bown y de las otras 26 potenciales agredidas que logró determinar.

La imagen pública del sacerdote tiene una contracara feroz en la violencia con la que solía atacar a sus víctimas, con un “abordaje sexual inesperado y violento”, según estableció en su investigación el abogado.

Según pudo recrear Bown, en base a 16 de los 22 testimonios directos que recibió, Poblete actuaba por sorpresa: intempestivamente intentaba besar y tocar a las jóvenes o mujeres, siempre mayores de edad, quienes solían tener dependencia del sacerdote por motivos pastorales, educacionales o laborales. Los “abordajes” se realizaban preferentemente a puertas cerradas, en la oficina de Poblete, en el Hogar de Cristo o el Centro Bellarmino, hasta donde las víctimas concurrían bajo la excusa de una situación laboral. Así lo testificaron nueve de ellas.

Otro escenario de los abusos fue el automóvil del sacerdote, quien ofrecía a sus víctimas trasladarlas a su casa; los espacios de actividades sociales donde solía ser invitado también eran utilizados para realizar agresiones, y al menos en dos casos, los ataques se produjeron cuando Poblete cumplía labores estrictamente sacerdotales: durante la confesión de una religiosa y en un retiro espiritual en Punta de Tralca, al que una mujer acudió con inquietudes de vocación religiosa.

Las situaciones, en todos los casos, eran violentas. En ellas, Poblete las abordaba y varias de ellas recuerdan que durante el ataque el sacerdote les gritaba “dame amor”, “te quiero hacer sentir querida”, “quiero darte cariño de padre”, “no te corrái, mierda”, “te quiero querer de la mejor forma” y frases de ese tipo junto a golpes físicos.

Pese a lo agresivo de los asaltos, el sacerdote lograba mantener el vínculo con sus víctimas y no era denunciado. En buena parte, según lo estableció la investigación de Bown, porque Poblete era considerado casi parte del entorno familiar por la mayoría de las atacadas. Era común que el sacerdote generara relaciones muy íntimas con los padres y madres de las afectadas, participara de cenas familiares, almuerzos de fines de semana, paseos a la playa y otros momentos de la vida familiar. Como religioso, además, era confidente, confesor y guía espiritual de los padres, el sacerdote de cabecera que celebraba los matrimonios y bautismos de toda la familia.

Un factor no menor era que las mismas víctimas o las familias de estas tenían dependencia económica de Poblete. Un grupo familiar -de hecho- era mantenido en su totalidad por el sacerdote. A otros, Poblete les ofrecía ayuda en momentos de dificultad, prometiendo y consiguiendo trabajo, apoyando con materiales de estudio, consiguiendo vacantes en colegios de renombres, becas y apoyos sociales y económicos en programas del Hogar de Cristo. También -confidenciaron las víctimas- facilitaba dinero en efectivo y créditos hipotecarios y se ufanaba de tener contacto con “gente poderosa”, con la cual podía conseguirse el dinero que fuera necesario. Todos estos  “regalos” eran enrostrados por Poblete al momento de los asaltos sexuales: “Sin mí, ustedes no podrán comer”, “acuérdate todo lo que yo hago por tu familia”, son parte de los testimonios recogidos por Bown.

“SI ESTÁS GORDA NO CONSEGUIRÁS A NADIE”, “MIREN, SI LA VIOLACIÓN ES INEVITABLE, RELÁJENSE Y GÓCENLO”, “TÚ ERES TAN FEÍTA, PERO YO TE QUIERO TANTO”, “A TODOS HAY QUE PERDONARLES ALGO, A TU PAPÁ QUE TE ABANDONÓ, Y YO QUE TE QUIERO TANTO”, FORMAN PARTE DE LAS FRASES RECORDADAS POR LAS MUJERES.

Una niña de tres años y botellas de alcohol

Si el testimonio de Marcela Aranda es crudo, la relación que Poblete mantuvo con dos familias rivaliza en perversión.

Uno de los casos -en que el sacerdote estableció una relación de pareja con una madre de familia sobre la base de una dependencia moral, sicológica y económica- es particularmente impactante, ya que la mujer daba acceso a Poblete a sus hijas menores, a quienes el sacerdote abusaba fundamentalmente con besos y tocaciones de connotación sexual. Una de las niñas fue abusada desde que tenía tres hasta los 10 años, entre 1973 y 1983, generando un ciclo de abusos que se fue intensificando en el tiempo.

Poblete -de acuerdo a la indagatoria de Bown- atacó a  cuatro niñas y adolescentes menores de 18 años en su casi medio siglo de asaltos sexuales. La primera vez que violentó a una niña fue en 1959, cuatro años después de que se ordenó sacerdote. Esta tenía 13 años y los abusos -según ella misma confesó a Bown- se prolongaron hasta que cumplió 15 años. La última de sus víctimas jóvenes, en tanto, fue ya en 2002, cuando Poblete ya sumaba 78 años. Ella comenzó a ser abusada a los 12 años y los excesos terminaron al alcanzar los 16 años.

El otro caso en el que Poblete se involucró con un grupo familiar fue cuando mantuvo una relación estable con la jefa de hogar, una mujer alcohólica, a quien el sacerdote solía llevar botellas de alcohol de regalo.

“Feíta, pero te quiero”

Medio siglo de abusos evidenciaron “un componente de género claramente definido” en la conducta de Poblete, según la investigación de Bown.

Lo más nítido eran las demostraciones permanentes de poder a sus víctimas, a quienes citaba en su oficina y hacía esperar por horas y no las atendía. En otras ocasiones, las subía a su auto y las dejaba abandonadas en cualquier parte. Las propias víctimas relataron a Bown que este tipo de acciones se producían cuando el sacerdote temía ser denunciado. “Nadie te va a creer”, les señalaba.

También resultaba común en el ciclo de abusos perpetrado por Poblete que -en instancias públicas y personales- el sacerdote denostara a sus víctimas, particularmente a su condición femenina. “Si estás gorda no conseguirás a nadie”, “miren, si la violación es inevitable, relájense y gócenlo”, “tú eres tan feíta, pero yo te quiero tanto”, “a todos hay que perdonarles algo, a tu papá que te abandonó, y yo que te quiero tanto”, forman parte de las frases recordadas por las mujeres.

Al menos mientras Poblete vivía -murió de un ataque cardíaco en 2010- ninguna de sus víctimas hizo públicos sus abusos, pese a que ellas declararon ante Bown que sus experiencias afectaron “fuertemente sus vidas, su experiencia religiosa y/o sexualidad”.

El propio abogado -sin embargo- logró establecer que varias de ellas al momento de contar o denunciar a personas de su entorno cercano o al de Poblete los abusos del sacerdote, esas personas no solo “tendían a callar o a tolerarlo”, sino que también sostenían cierto tipo de normalidad en los actos del religioso o minimizaban su dimensión abusiva calificándolo de “galán y aventurero”.

El propio Poblete tenía una imagen de sí mismo parecida. Cuenta un conocido que el sacerdote señaló alguna vez que “cuando conocí al padre Hurtado, me fregué. Claro, tuvo que dejar su vida de alegre gozador, exitoso estudiante, pololo reincidente y líder natural, para seguir la vida sacerdotal. Además, no pudo casarse y tener una linda descendencia. Cambió todo eso”.

El karma jesuita: 15 sacerdotes sabían de los abusos

Renato Poblete no era particularmente popular entre los jesuitas. Al menos eso se desprende del testimonio de los 27 sacerdotes a quienes Waldo Bown tomó declaración. Esa falta de simpatía -sin embargo- no fue suficiente para derribar lo que el abogado describe como “prácticas de carácter cultural de la Compañía de Jesús”, entre ellas: el orgullo y defensa corporativa (“hay una fuerte obediencia jerárquica respecto de decisiones institucionales (…) La información disonante es leída como una amenaza a la institución y, en el caso de las noticias y rumores en torno a Poblete, se tendió a desconocerlas en función de mantener esa reputación institucional y no dañar su prestigio”, señala Bown en su investigación); la exaltación del logro y la autonomía individual (“para la mayoría de los sacerdotes, Poblete no solo era intocable por el poder que manejaba y por su imagen pública, sino porque sus logros lo hacían automáticamente un sujeto ajeno a la sospecha”); uso de la cercanía y la influencia con círculos de poder (“las redes de Poblete lo hacían “intocable” para el gobierno de la provincia (…); en ese marco, el sacerdote pudo construir su sistema de abuso sistemático”); modelo de masculinidad tradicional (“fuerte importancia otorgada a los estereotipos masculinos tradicionales y en algunos de ellos a las capacidades de seducción, coquetería, cercanía y “llegada” de los integrantes de la Compañía de Jesús con las mujeres (…); las relaciones sentimentales que eventualmente pueden establecer los sacerdotes pareciera que serían vistas como meras relaciones románticas”. Y silencio respecto de la sexualidad y los temas personales (“la sexualidad era un tema tabú que se trataba privadamente”).

La investigación de Bown establece que  -ya sea por la propia declaración del cura o por testimonios de terceros- supo que 15 sacerdotes sabían de los intentos de besos, tocaciones, acosos y/o aparentes relaciones estables de Poblete. Respecto de siete de ellos se determinó que recibieron algún tipo de información de abusos, y de los otros ocho, tres no recuerdan nada, tres han muerto y dos tienen una enfermedad mental grave.

Entre quienes tuvieron información de la conducta de Poblete, cinco señalan que fueron rumores o comentarios de terceros y dos de ellos recibieron testimonios directos de las víctimas.

De estos últimos dos, uno recibió expresas instrucciones de la víctima para no divulgar la información y el otro se refiere al sacerdote Juan Ochagavía, quien hizo llegar los antecedentes de que disponía al provincial de la época, Guillermo Marshall, y a su superior Patricio Cariola. Sin embargo, no hizo seguimiento a su denuncia.

Sí, Poblete no era popular entre sus pares. Casi todos declararon ante Bown que recelaban de su forma de administrar recursos económicos y su acceso a fondos de dinero sin control de sus superiores; que desconfiaban de sus nexos con el poder político y económico, de su comportamiento con las mujeres, la gestión de sus tiempos personales y su animada vida social. Pero de sus otras conductas solo uno levantó una queja en sus casi 50 años de sacerdocio.

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