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Los papistas, los críticos y los más papistas que el Papa

No se ve que haya una nueva mirada en asuntos importantes como la separación de la Iglesia del Estado, cese de la homofobia, admisión de la ley de matrimonio igualitario y el divorcio, darle a la mujer iguales derechos dentro de la Iglesia, etcét

El inicio del papado de Francisco dividió las opiniones en tres. Los hay papistas de la primera hora, los críticos del obispo Bergoglio y, los más desubicados, los más papistas que el Papa.

Tras su elección el 13 de marzo por el cónclave de obispos, Francisco, que es Bergoglio, fue formalmente entronizado el martes, cuando se dio un baño de multitud en la plaza de San Pedro. Dio su primera misa, recibió a presidentes de algunos de los 132 países que asistieron al Vaticano y emitió algunas señales doctrinarias. Estas fueron tomadas como signos políticos del nuevo tiempo que empezó a correr.

En simultáneo, en la Catedral de Buenos Aires y muchas iglesias, el Obelisco y el Congreso, hubo transmisión de lo que sucedía en Roma, misas y declaraciones de políticos. Hasta las paredes de la Capital se vistieron con afiches laudatorios del Pontífice, casi como si el Vaticano quedara a metros de la Plaza de Mayo o fuera parte del Estado.

A propósito, el cronista cree que lo mejor para Argentina sería contar con un Estado realmente laico y no confesional, con separación clara entre esta institución y la Iglesia.

Y eso no va en desmedro de que esa iglesia -mayoritaria en esta orilla del Plata sin gozar del apoyo de sus fieles como en otros tiempos-, tenga la mayor libertad de movimientos para hacer su tarea. Está muy bien que exprese de mil modos su enorme alegría por la conversión en Papa de uno de los suyos. Eso es muy respetable, como fe, sentimiento y visión del mundo, aunque con el límite de que los popes de esa religión no deberían entrometerse en los asuntos internos del Estado, su legislación, la justicia y el presupuesto nacional.

Los papistas

Se cita a Napoleón afirmando que la victoria tiene muchos padres y la derrota ninguno. Los acontecimientos romanos comprueban que ese aserto también se aplica allí. Es que el triunfo de Bergoglio por sobre los otros candidatos a reemplazar a Benedicto XVI, más algunos gestos suyos bien orientados (austeridad, sencillez, preocupación por los pobres, relación de la Iglesia con la gente y diálogo interreligioso) le granjearon más apoyos dentro y fuera de la feligresía.

Se nota que el Papa busca sumar fuerzas para acometer pesadas tareas que lo aguardan tras los muros del Vaticano. De allí que en un bien propagandizado estreno de gestión se vistió sin oropeles, pidió y dio bendiciones, se detuvo a consolar a discapacitados, fue a un penal a visitar jóvenes en conflicto con la ley y dijo a las autoridades eclesiásticas -desde obispos hasta sacerdotes-, que debían caminar hacia el pueblo y sensibilizarse por los más pobres.

Con ese enfoque, trasuntado por el propio nombre que eligió, Francisco (emparentado con aquello de "pobreza franciscana"), el Papa se metió a muchísima gente en el bolsillo. Por supuesto que en esto colaboraron en nuestro país todas las publicaciones y medios que desde el 13 de marzo no hablan de otra cosa que de la "papamanía", incluso los oficialistas.

Los obispos argentinos, su Episcopado, el arzobispado de Buenos Aires, los colaboradores de Bergoglio, los jesuitas y no jesuitas, etcétera, están de parabienes. Y otro tanto los políticos que cultivaron una buena relación con el obispo, tales como Mauricio Macri, Daniel Scioli, Elisa Carrió, Gabriela Michetti, Julián Domínguez, etcétera.

Ellos son los papistas, que siempre valoraron a Bergoglio y ahora mucho más. Están convencidos de que Francisco sacará a la Iglesia de sus propios atolladeros y crisis. Y confían en que hará una contribución especial a la unidad nacional y reconciliación de Argentina, que para esos políticos supone darle una flor de penitencia a Cristina Fernández, una "pecadora" para la mayoría de esos opositores. Ella merecería una excomunión, según los cruzados de Clarín y "La Nación". O directamente un tiro en la cabeza, como se desprende de las declaraciones del genocida Jorge R. Videla a la revista española "Cambio 16".

En cambio el Papa recibió a la presidenta y fue muy amable con ella. Todo un político…

Los críticos

El vocero vaticano, el jesuita Federico Lombardi, trató de refutar las críticas de algunos intelectuales y periodistas argentinos contra el pasado del Papa, diciendo que era una campaña difamatoria de grupos de izquierda. Un macartismo demodé, que le hizo flaco favor a la idea de que el 13 de marzo había comenzado una nueva etapa vaticana.

Algunos renegados del progresismo, como Jorge Lanata, dispararon munición gruesa contra Horacio Verbitsky, considerado el artífice de esas críticas al obispo que llegó a Papa. Ayer en Clarín, el ex director de Página/12 cuestionó a quien sigue escribiendo para ese diario; refritó viejas denuncias en contra del autor de "Robo para la corona", de supuesta relación con la Aeronáutica durante la dictadura. Más específicamente, de haber trabajado con el almirante Juan J. Güiraldes en un libro sobre la aeronáutica.

La táctica de Lombardi, Clarín y Lanata es simple: matar al mensajero. El problema no es tanto lo que escribió profusamente HV, sino -sobre todo- lo que pasó en esos años de dictadura y el rol cómplice, cuando no colaboracionista, de la Iglesia.

Eso no lo inventó Verbitsky, como tampoco se confabuló con Emilio F. Mignone para crear la historia de los dos curas villeros (Yorio y Jalics) secuestrados en el Bajo Flores y torturados en la ESMA. Eso efectivamente ocurrió y ambos relataron que fueron denunciados por el entonces Provincial de los jesuitas. Por eso un laico que trabajó la mayor parte de su vida para la Iglesia, como Mignone, incluyó en su libro una opinión descalificadora sobre los pastores que entregaron sus rebaños. Esa crítica incluyó a Bergoglio.

Los tres hijos de Mignone salieron esta semana a respaldar a su padre, ya fallecido, y le dieron la razón al periodista de Página/12. Paradojalmente, el mismo Jalics dijo ahora desde Alemania que había llegado a la conclusión de que Bergoglio no había sido su denunciante, creencia que sí tenía antes.

Horacio González, titular de la Biblioteca Nacional, en una reunión de Carta Abierta, fue crítico del significado de la designación de Bergoglio. Puede ser un retroceso, aseguró, y repitió ese concepto en el programa "Palabras más, palabras menos".

Abuelas de Plaza de Mayo, con la sencilla contundencia de Estela de Carlotto, dijo que Bergoglio no se acercó nunca a ellas ni a ningún organismo de derechos humanos. Hoy se cumplen 37 años del golpe y el Papa sigue ausente, en falta: para muchos creyentes podría ser pecado.

Más papistas que el Papa

En estos diez días posiblemente lo más irritativo a la vista haya sido la voltereta de aquellos políticos, intelectuales y dirigentes de entidades humanitarias que solían despellejar a Bergoglio, o al menos contarle las costillas de su supuesta colaboración con la dictadura, y de golpe se hincaron ante él.

Si esa mutación fue motivada por razones políticas, tendría una justificación, pero deberían haber sido explicitadas. Sería honesto y perfectamente lícito, propio de alguien que descubre que estaba en un error y desea repararlo.

La crítica no alcanza tanto a políticos como Guillermo Moreno, uno de los más fervientes admiradores de Bergoglio, porque él compartía muchos postulados del conservadurismo popular y el tronco común de Guardia de Hierro. Que el secretario de Comercio diga que el Papa es argentino y peronista, como José I. Rucci, es un acto de coherencia.

No así en Hebe Bonafini, quien lo había defenestrado como "basura de la dictadura" en 2007 y ahora descubre sus bondades pastorales y expresa su confianza en que el personaje se sumará a una campaña mundial para erradicar la pobreza.

Ver a Andrés Larroque y La Cámpora promoviendo una misa en una villa porteña, en coincidencia con la asunción de Francisco, no se compadece con la política de esta rama juvenil del kirchnerismo que en estos años, como su gobierno, tuvo serios enfrentamientos con el arzobispo.

Gabriel Mariotto, Emilio Pérsico y Juan M. Abal Medina también hicieron profesiones de fe papista, en un giro más oportunista que copernicano. Por encima de ellos, quien orienta esa nueva táctica es la presidenta de la Nación. Como interpretó José P. Feinmann, que acuerda con el polémico emprendimiento, ella busca "disputar" el Papa para el kirchnerismo.

¿La gente puede cambiar o no? El cronista cree que sí, al menos teóricamente puede hacerlo aunque algunas personas no lo harán. Las declaraciones de Videla, por ejemplo, demuestran que morirá haciendo la apología del genocidio y alentando la violencia antidemocrática.

El caso de Bergoglio, por supuesto, no es el mismo. Puede cambiar. Pero esa evolución, a futuro, demanda como cosa básica y para empezar, una admisión de culpas del pasado setentista.

Y también demanda nuevos pensamientos en asuntos importantes como la separación de la Iglesia del Estado, cese de la homofobia, admisión de la ley de matrimonio igualitario y el divorcio, darle a la mujer iguales derechos dentro de la Iglesia, etcétera. Y no se ve que en estos temas haya una nueva mirada ni un plan del flamante Pontífice. Mientras estuvo en Buenos Aires resistió tenazmente las reformas estudiadas y propuestas para un Código Civil más moderno y democrático. Y ahora que es Papa puede volcar su pulgar aún más hacia abajo.

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