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Los orígenes laicos de la Europa Unida

La laicidad de los cimientos de la Unión Europea viene reforzada también por la adscripción a la francmasonería de muchos de sus pioneros.

Como describió Immanuel Kant (1724-1804), la Ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa no radica en la falta de entendimiento, sino en la falta de decisión y de valor para utilizar el propio entendimiento sin la tutela de un tercero.

Por esta razón Kant incita vehemente a sus conciudadanos: sapere aude! Y por eso la historia de la humanidad sólo cambia el signo de la sumisión por el del libre pensamiento después de Kant. No resulta nada extraño, por tanto, que fuera precisamente Kant quien en su tratado Por la paz perpetua formulara con audacia la tesis de que la razón, desde la altura que le concede el poder de la ley moral, condena absolutamente la guerra como procedimiento jurídicamente admisible y convierte el estado de paz en un deber inmediato y acuciante, que sólo puede garantizarse mediante un pacto entre los Estados, que vaya más lejos de un tratado de paz (pactum pacis) para llegar a ser una federación de paz (foedus pacificum), porque el tratado sólo zanja una guerra, mientras que la federación acaba con todas las guerras para siempre.

Condorcet, Voltaire, Rousseau… ponen de manifiesto en sus obras hasta que punto Europa, la Razón, el Progreso y la Fraternidad mundiales eran valores estrechamente vinculados para los filósofos de las Luces.

En octubre de 1814, el conde de Saint-Simon (1760-1825), que había participado en las revoluciones americana y francesa, publica un tratado que propone la reorganización de la sociedad europea con el fin de congregar a los pueblos de Europa en un único cuerpo político que respetara la independencia nacional de sus miembros. Aunque se refiere a la Edad Media como un momento de unidad cristiana de Europa, no deja de criticar que el cimiento del viejo orden fueran los prejuicios y las supersticiones. Reivindica el progreso basado en las luces, el raciocinio y la experiencia. Precursor ideológico de la moderna unidad europea, Saint-Simon es también un primer exponente de la laicidad avant-la-lettre como forma de organización política. La Europa de Saint-Simon tenía que abandonar el absolutismo y la arbitrariedad dinásticas para adoptar el sistema parlamentario inglés. Europa tenía que nacer de la unión entre Francia e Inglaterra, núcleo de una monarquía constitucional que acogería a los países que adoptaran un sistema de gobierno representativo. Esta idea de unión franco-británica volverá a aparecer al inicio de la segunda guerra mundial, en junio de 1940, mientras avanzan las tropas nazis hacia París, cuando Jean Monnet se la propone en Londres a Winston Churchill y Charles de Gaulle, los cuales, al menos en aquel momento, la aceptaron: Inglaterra y Francia ya no tenían que ser dos naciones, sino una unión, con un parlamento común.

Entre los discípulos de Saint-Simon, todos ellos activos en la construcción de puertos, ferrocarriles y canales, como un medio de aproximación hacia una Europa unida, hallamos a Charles Lemonnier, quien consagrará su vida a la acción pacifista y federalista. El año 1867 fundará en Génova la Liga de la Paz y de la Libertad, con la asistencia a la reunión de Giuseppe Garibaldi (1807-1882) y de John Stuart Mill (1803-1873). El lema: si vis pacem, para libertatem. Garibaldi soñó también los Estados Unidos de Europa, como la fórmula para alcanzar la paz, para dejar de malgastar tanto dinero en ejércitos y armadas e invertirlos al servicio del pueblo, para desarrollar la industria, construir carreteras, puentes, viviendas y escuelas, y sacar así a la gente de la miseria resultado del egoísmo de las clases privilegiadas.

Los saint-simonianos influyeron poderosamente sobre los socialistas, muchos de los cuales militarán en favor de la idea europea. Ayudante de Saint-Simon, Auguste Compte (1798-1857) -a quien debemos la idea nuclear de la laicidad de que "la única máxima absoluta que hay es que no existe nada absoluto" – encuentra en su maestro la inspiración para su propuesta de república occidental, que incluiría en su Sistema de política positiva y, sobre todo, en el Catecismo positivista de 1848. La república occidental de Compte debía de incluir a Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia y España para extenderse después a otros países. La primera capital de la república tenía que ser París y, posteriormente, al ensancharse su territorio, Constantinopla.

Pero el siglo XIX no entendió el idealismo europeísta ligado a los inicios del socialismo. El siglo XIX es el momento de exaltación de las nacionalidades y de construcción del Estado y, ciertamente, éste es un proceso muy importante, porque implica el establecimiento de la primacía de la sociedad sobre la corona y sobre la religión y la progresiva configuración del concepto central de ciudadanía como resultado de la llegada del ser humano a su mayoría de edad. Esta dimensión positiva de la construcción de los Estados modernos halla la otra cara de la moneda en el reforzamiento de los nacionalismos y en el enfrentamiento entre ellos. Sin embargo, algunas personas vinculadas a la lucha por la unidad nacional también verán más lejos. Así, Giuseppe Mazzini (1805-1872), en el manifiesto de la Joven Italia de 1831, escribe que las unidades nacionales son el presagio de la gran federación europea que tiene que unir en una sola asociación a todas las familias del mundo antiguo. La federación de los pueblos libres borrará las divisiones de los Estados, queridas por los tiranos, mientras se consolidan las nacionalidades, queridas por el derecho y las necesidades locales. El año 1834 fundará en Berna el movimiento Joven Europa, más tarde convocará desde Londres un comité revolucionario europeo y, al final de su vida, reivindicará la unidad moral de Europa mediante la república democrática. Mazzini, quien luchaba por la tercera Roma, tras la antigua y la papal, fue triunviro de la efímera república romana (enero-julio de 1849), y siempre un militante anti-monárquico y republicano.

El ideal de Mazzini es compartido por los republicanos y por los socialistas de su época. La unidad europea no encuentra sus raíces en el cristianismo, que no dejará de ser durante el XIX y la primera mitad del XX – con pocas excepciones – absolutista, monárquico y terriblemente conservador, sino en los defensores de la república que asumen como propios los valores de la revolución francesa. La proclamación de la república en Francia el año 1848 no es un acontecimiento local, es el inicio de un combate esperanzador por la libertad en toda Europa y en el conjunto del mundo. La fraternidad universal de los hombres y de las naciones es discutida en la Asamblea Nacional francesa y se habla de la creación de una asamblea universal de los pueblos que convierta en imposibles las guerras. Europa y la Paz son dos conceptos complementarios, como demuestran trágicamente el siglo XX y sus dos conflagraciones mundiales, verdaderas guerras civiles europeas, tributo de sangre que la conciencia social del continente querrá proscribir por el futuro mediante la creación de instituciones comunes.

Gustave Rolin-Jacquemins (1835-1902), hombre de Estado belga, ministro de Asuntos Exteriores de 1878 a 1884, jefe del Partido Liberal, director de la clase de Literatura de la Academia de Bélgica, fue el impulsor junto a Gustave Moynier, suizo y primer presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, del Instituto de Derecho Internacional, en Gante, el 8 de septiembre de 1873. En el clima intelectual que dio origen al Instituto, Moynier había propuesto el 3 de enero de 1872 el establecimiento de una instancia judicial internacional dedicada a conseguir la aplicación directa sobre los individuos de las normas del Derecho internacional humanitario que la Cruz Roja empezaba a desarrollar. Su sueño no se haría realidad hasta la creación de la Corte Penal Internacional en Roma el 17 de julio de 1998, ¡ciento veinticinco años más tarde!

Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) bebe en las fuentes de la revolución francesa, con el fin de ir más allá y dotar a los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad de un contenido real. Proudhon se manifiesta contrario al movimiento de las nacionalidades porque adivina los peligros del nacionalismo, el mayor de los cuales, pero no el único, es la guerra. La solución que propone Proudhon para establecer la paz, el respeto del derecho, la libertad y la justicia es el federalismo. De las pequeñas células de convivencia natural nacerá la necesidad de encontrar vínculos de cooperación entre ellas; no se trata de construir un super-estado ni los Estados Unidos de Europa; la idea gira alrededor del federalismo universal, garantía suprema de toda libertad y de todo derecho, que tiene que llegar, sin soldados ni clérigos, a sustituir a la sociedad cristiana y feudal.

El federalismo proudhoniano influirá en cierta medida sobre uno de nuestros conciudadanos más ilustres, Francesc Pi i Margall (1824-1901), traductor del pensador francés al castellano durante su exilio, y principal referente, hasta hoy, de todo el pensamiento republicano, demócrata, progresista, laico y federalista. Pi i Margall se inscribe también en la historia de los defensores de una Europa unida, como puede leerse en Las nacionalidades (1876).

La baronesa Bertha von Suttner (1843-1914) fue una mujer notable, agnóstica y librepensadora, que en 1892 fundó el International Peace Bureau. En 1889 publicódonde ya criticaba los nefastos resultados del nacionalismo exacerbado y de la carrera armamentista. En el mismo año, su novela Die Waffen nieder, que viene a significar deponed vuestras armas, causó una profunda impresión en la opinión pública por la crudeza con la que describía los horrores de la guerra. En 1905 recibió el Premio Nobel de la Paz y se comprometió con el Comité de Amistad Anglo-Germano que buscaba desesperadamente la conciliación entre ambas potencias europeas. En el Congreso de la Paz de 1908 en Londres repitió hasta la saciedad que Europa es Una y que la unificación del Viejo Continente era el remedio para evitar las catástrofes mundiales que empezaban a intuirse. Das Machinenzeitalter,

Europa no escuchaba, sin embargo, a los federalistas: las potencias anexionaban nuevos territorios y establecían y explotaban colonias. La Gran Guerra de 1914-18 será el corolario inevitable. El 27 de noviembre de 1914, a propuesta de Eugeni d’Ors (1882-1954) se crea en Barcelona la asociación de Los Amigos de Europa, cuyo manifiesto fundacional firman, entre otros, Miguel de los Santos Oliver, Pau Vila, Rafael Campalans, Esteve Terrades y Carmen Karr. La finalidad del movimiento es la defensa de la unidad moral de Europa, considerando la guerra entre Francia y Alemania como una verdadera guerra civil. Gabriel Alomar, que discrepó del neutralismo del grupo anterior, en La guerra a través de un alma (1917), lo hacía defendiendo también la unidad de Europa, que llama federal, rota por el separatismo alemán. John Maynard Keynes (1883-1946) no compartirá al final de la guerra los criterios de los vencedores sobre el sistema de reparaciones impuesto a Alemania, en The economic consequences of peace (1919).

La paz llevará a la reflexión sobre el porvenir y tomará forma un amplio movimiento pacifista en el que destaca la escritora Louise Weiss (1893-1983), editora de la revista Europe nouvelle, amiga de Aristide Briand y el año 1979, presidenta de la mesa de edad del primer parlamento europeo elegido por sufragio universal. Se creará la Sociedad de Naciones y el conde de Coudenhove-Kalergi (1894-1972) fundará el movimiento pan-europeo en Viena. Coudenhove-Kalergi lanzó su primer llamamiento a la unidad europea el año 1922. Para él, Europa es una fraternidad de personas que comparten visiones comunes. Las piedras angulares de la unidad europea entiende que son la preservación de las particularidades de los pueblos, el rechazo de los prejuicios nacionalistas, la defensa de la libertad y la consolidación de la paz, así como la reconciliación de Francia y Alemania. Éste es el legado de Coundenhove-Kalergi. Bajo su influencia, el 29 de enero de 1925, Edouard Herriot (1872-1957), miembro del partido radical, alcalde de Lyon desde 1905 durante cincuenta años, partidario de la unidad de acción de la izquierda en las elecciones de 1924 y en el Frente Popular de 1936, defensor de la enseñanza secundaria gratuita como ministro de Instrucción Pública entre 1926 y 1928, presidente del Consejo de Ministros francés y ministro de Asuntos Exteriores, se declara favorable a la creación de una Europa unida. El año 1949 pronunciará el discurso inaugural del Consejo de Europa. En la misma estela intelectual, Aristide Briand (1862-1932), socialista independiente, Premio Nobel de la Paz de 1926 [junto con su interlocutor alemán Gustav Stresemann (1878-1929), un liberal considerado también precursor de la Unión Europea], apóstol del desarme general, impulsor de la Ley de 1905 de separación de la Iglesia y del Estado, 23 veces ministro y 11 presidente del Consejo, propondrá el 7 de septiembre de 1929 a la asamblea general de la Sociedad de Naciones la creación de un vínculo federal entre los pueblos de Europa.

El año 1928, Marcelino Domingo (1884-1939) publica el libro Libertad y Autoridad que dedica, precisamente, a Edouard Herriot, su correligionario radical-socialista (en el léxico de la época, liberal-demócrata o liberal de izquierdas), y en el que analiza con detalle el diálogo entre Briand y Stresemann, un diálogo imposible si uno habla francés y el otro alemán, un diálogo en el que si los dos hablan un lenguaje europeo el entendimiento se da por descontado. Para Domingo, en el momento en que Europa empieza a advertir la perturbación que las dictaduras significan para la paz en el mundo, hace falta recordar que la democracia es una conquista del pueblo y reivindicar la unidad de Europa -a la que tiene que incorporarse España, a pesar de su retraso educativo y social-, basada en el trabajo exigente por la paz, por la libertad y por la democracia en el propio país y en todos los otros: es Europa la que tiene que ponerse en pie y en marcha, es Europa la patria de la que merece ser patriota.

Era demasiado pronto o demasiado tarde para el federalismo o para la patria europea, pues el año 1930 el partido nacional-socialista obtuvo 107 escaños en el Reichtag y tres años más tarde llegaba al poder… Una nueva guerra civil europea era inevitable.

La paz de 1945, como ausencia de guerra, tenía que producir un salto cualitativo, y ser entendida como un valor en ella misma. Los gobiernos dan señales de aproximación: Winston Churchill propone la creación de un Consejo de Europa. Los días 27 a 31 de agosto de 1947 se celebra en Montreux el primer congreso de la Unión Europea de Federalistas (UEF), que propone la unión de los pueblos europeos en torno a un poder federal eficaz basado en un régimen de federalismo integral de raíces proudhonianes. En España, durante años, la UEF hallaría sólo como exponentes a los profesores José Vidal Beneyto y Mariano Abad, así como al grupo catalán de la Juventud Europea Federalista, creado el año 1978 en mi propia casa. Pero, a la vez, la paz de 1945 supuso la desaparición de las democracias liberales del Este de Europa y su forzada exclusión del proceso continental hasta 1989.

Altiero Spinelli (1907-1986) es probablemente, el último de los grandes precursores de la Unión Europea. Muy joven se afilió al Partido Comunista Italiano y el año 1927 fue detenido por sus actividades antifascistas. Permaneció diez años en prisión y siete más confinado en Ventotene. Durante esta etapa de exilio interior estudió a los federalistas anglo-sajones del siglo XVIII y eso lo llevó a abandonar el comunismo para consagrar su vida al federalismo. Junto con Ernesto Rossi y Eugenio Colorni redactó el Manifesto de Ventotene de 1941, en el que proclamaban que la nueva línea política divisoria ya no era la demanda de más democracia o de más socialismo, sino el combate por la creación de un Estado internacional sólido que garantizara la unidad mundial.

Spinelli -uno de los fundadores de la UEF- abanderó durante los cincuenta la lucha por la Comunidad Europea de Defensa [contra la que, por cierto, votó Herriot en nombre de Francia el año 1954]. Tras esta derrota continuó difundiendo el europeísmo. Entre 1976 y 1986 fue diputado independiente, elegido en las listas del PCI, del Parlamento Europeo. Fue la segunda gran oportunidad de Spinelli para llevar a cabo una campaña constituyente y proponer el Tratado de establecimiento de la Unión Europea (aprobado por el Parlamento el 14 de febrero de 1984, por 237 votos contra 31, pero no ratificado por los gobiernos, que se conformaron con el Acta Única Europea). Altiero Spinelli fue el fundador del Club del Cocodrilo, un grupo transversal de europeístas militantes en el seno del europarlamento, que llevaba el nombre del restaurante de Estrasburgo en donde se celebró la primera reunión.

El 1 de marzo de 1954, cuando era Presidente de la República Italiana, Luigi Einaudi (1874-1961), elegido en las listas del partido liberal Unión Democrática Nacional, escribe que el problema de los Estados europeos no es la discusión entre independencia y unión, sino la opción entre unirse o desaparecer. En el futuro, dice Einaudi, debería existir un territorio italiano, pero no una nación, un territorio que podría vivir como una unidad espiritual y moral sólo a cambio de renunciar a una absurda independencia militar y económica.

A partir de 1945 se crearán numerosas organizaciones no gubernamentales europeas, sin más participación española significativa hasta 1976 que la de los exiliados como Salvador de Madariaga (1886-1978), en la primera línea, o Enric Adroher Gironella y Josep Sans en la cocina; con la honrosa excepción de una entidad de extracción empresarial, financiera y universitaria, la Liga Europea de Cooperación Económica (LECE), que preside hoy el Académico Carles Gasòliba, cuyo pensamiento liberal y laico es conocido tras su notable actividad en el Europarlamento y en el Senado. Resultan remarcables dos grandes actividades del Movimiento Europeo con relación a nuestro país: el contubernio de Munich, 5-6 de junio de 1962 y la primera gran reunión en España, Madrid, 26-27 de octubre de 1979, en la que participé con Xavier Molins. Del europeísmo nacerá el Consejo de Europa y se firmará el Tratado de Roma que nos llevará a la actual Unión Europea. Los cristianos, convertidos en parte a la democracia, darán nombres ilustres [Robert Schuman, Joseph Bech, Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi] a la lucha contra el nazismo y el fascismo, y al panteón de padres fundadores de la naciente Comunidad Europea, una contribución que nadie les puede negar. Pero la historia de Europa como un valor de convivencia política ni nace en la Edad Media ni es tributaria del cristianismo ni se inscribe en una civilización pretendidamente cristiana. Las religiones del Libro –salvo sus expresiones minoritarias favorecedoras de una espiritualidad liberal (como, en nuestro país, los krausistas)- son, en el mejor de los casos, conversos recientes en materia de democracia, derechos humanos e igualdad. Y les queda, todavía mucho camino que recorrer. La Europa Unida nace -después de tantas guerras entre intereses, entre países y entre religiones – del optimismo social y de la fe en la democracia de los republicanos, de la defensa de los derechos humanos de los liberales, del combate por la autonomía moral de los laicos, de la negativa a la guerra de los pacifistas, de las propuestas para un mundo mejor de los librepensadores, de la solidaridad obrera transnacional de los socialistas y de la inteligencia política de los federalistas. Los cristianos demócratas aportan una buena capacidad de entendimiento diplomático entre ellos y dosis importantes de pragmatismo, que han hecho posible la construcción gradual de la Unión Europea a partir de la creación de "comunidades" inter-estatales especializadas (CECA, EURATOM, CEE, UEO). Los otros, los integristas de una religión, de una idea, o de una nación, sólo han sido un obstáculo y, como máximo, unos compañeros de viaje cuando han sido capaces de abrir un poco los ojos.

La laicidad de los cimientos de la Unión Europea viene reforzada también por la adscripción a la francmasonería de muchos de sus pioneros. Es conocido que Saint-Simon, Garibaldi, Mazzini, Proudhon, Rolin-Jacquemins, Pi i Margall, Stresemann, Domingo, Amendola, Sans … eran francmasones. Creyentes o no, todos ellos respetaban la pluralidad de cultos, otorgaban un papel central al valor de la fraternidad, se encontraban en las logias como componentes de una orden con vocación universal y, por lo tanto, estaban inclinados a cultivar los principios de la paz, la democracia, los derechos humanos y la federación de los pueblos. La francmasonería no construyó la Sociedad de Naciones ni el Consejo de Europa – contrariamente a lo que dicen sus detractores, entre los que hay que destacar al fanático presbítero catalán Juan Tusquets-, pero si que fue la escuela de formación ciudadana de muchas personas dedicadas a lo largo de su vida al servicio de un mundo más justo, escuela en la que muy a menudo durante los siglos XIX y XX estos temas han constituido objeto de trabajo en las logias. Hay una frase de Marcelino Domingo en la que se refiere a su partido, que creo resume la visión masónica liberal de la política y con la que me siento particularmente identificado: Impórtale ser, más que un Partido, una escuela; más que una fuerza, una norma; más que un impulso avasallador, una orientación moral; más que un elemento integrado en todos los Gobiernos de izquierda o de derechas, una grande reserva ética que siempre tenga la República … [Tercer Congreso Nacional Extraordinario del Partido Republicano Radical-Socialista de España, Madrid, 23-25 de septiembre de 1933].

El mérito de los pioneros de la Unión Europea reside en haber defendido el amor a un continente que muchos de sus habitantes no amaban, bien porque no lo hacían ni con el suyo propio [Questa Italia non ci piace, decía Giovanni Amendola (1882-1926), víctima del fascismo al final de su vida], bien porque su odio principal estaba centrado en el vecino. Como destaca Víctor Pérez-Díaz, la estimación a Europa de sus habitantes es un fenómeno reciente, de las dos últimas generaciones, basado en la existencia perdurable de la paz, no solo de la derivada de la reconciliación franco-alemana, sino, sobre todo, de la nacida de las victorias contra el totalitarismo nazi-fascista el año 1945 [seguidas tan desesperantemente tarde por la extinción de las dictaduras en Grecia, Portugal y España] y contra el totalitarismo comunista simbolizado por la caída del muro el año 1989. Así, como en el caso de la adhesión de los tres países del Mediodía, ésta es una de las razones que a mi entender fundamenta la vocación federalista pan-europea, que comporta la ampliación de la Unión hacia el Oriente, Turquía incluida, con independencia de la velocidad del proceso y de los intereses en juego, temas en los que son innegables las presiones de los Estados Unidos de América. El fracaso de la Alemania nazi y del Japón en 1945 y el fracaso de la Unión Soviética medio siglo después no representan el fin de la historia, como ha destacado Jorge Semprún, sino, muy al contrario, la posibilidad de que se inicie la historia de la libertad y de la responsabilidad.

El mejor elogio a los europeístas es que un indeseable fanático como Jean-Marie Le Pen nos hubiera insultado con un neologismo peculiar: ¡federastes! Europa es la patria de la laicidad, la república acogedora de mil pueblos de ciudadanos libres, unos ciudadanos que, finalmente, comparten lo que Mill llamaba simpatías comunes y una misma concepción de los derechos humanos, nacida históricamente de la Declaración de Derechos del hombre y del ciudadano de la Asamblea Nacional francesa de 26 de agosto de 1789 y tutelada por una jurisdicción única incardinada en el Consejo de Europa, la Unión en la que ni la raza, ni el sexo, ni el origen, ni la religión ni el dinero han de alzarse como obstáculos a la autodeterminación personal y en la que, quizás, un día una Constitución federal será el mejor homenaje a los pioneros de pensamiento laico que la soñaron y que la habrán hecho posible.

Como ha señalado Timothy Garton Ash los hilos que tejen la nueva historia de Europa deberían ser la libertad, la paz, el Derecho, la prosperidad, la diversidad y la solidaridad. En realidad creo que el europeísmo federalista y laico siempre ha bebido de estas fuentes, como he descrito en las páginas anteriores, a diferencia de otras concepciones míticas de Europa que han querido –al modo nacionalista- fundar la propia identidad en la-oposición-al-otro, en el enfrentamiento con el enemigo real o inventado que pudo ser el bloque soviético o que hoy estaría representado por los Estados Unidos de América o por el Islam. Pero, en cualquier caso, ni siquiera el europeísmo más optimista puede permitirse la falta de autocrítica ni la amnesia sobre los errores cometidos en el Continente, el más grave de los cuales fue el Holocausto y la capacidad de convivir con indiferencia (si no de colaborar), primero, y de olvidar rápidamente, después.

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Referencias:

  • Francisco Aldecoa Luzárraga: "La innovación política europea", El País, 11 de enero de 2003, pág. 12.

  • José Borrell Fontelles: "Dejemos en Dios en paz", El País,29 de diciembre de 2002, pág. 13

  • Michael Burgess: Federalism and European Union: the building of Europe 1950-2000, Routledge, London-New York, 2000.

  • Víctor Pérez-Díaz: "La formación de Europa", en Claves de Razón Práctica, 1999, nº 97, págs. 10-21.

  • Maurice Duverger: Europa de los hombres -Una metamorfosis inacabada, Alianza, Madrid 1994.

  • Francisco Aldecoa Luzárraga: La Unión Europea y la reforma de la Comunidad Europea, Siglo XXI, Madrid, 1985.

  • Capotorti et alii: Le Traité de Union Européenne, Editions de l’Université de Bruxelles, 1985.

  • Bernard Voyenne: Historia de la idea europea, Labor, Barcelona, 1968.

  • Salvatore Carrubba & Flavio Caroliz, with an introduction by Graham Watson: The art of Liberty, Mondadori, Milano, 2007.

  • Anthony Giddens: “Ocho tesis sobre el futuro de Europa”, en Claves de Razón Práctica, 2007, nº 175, págs. 4-14.

  • Timothy Garton Ash: “Las verdaderas historias de Europa”, en Claves de Razón Práctica, 2007, nº 170, págs. 64-67.

  • Tony Judt: “Desde la casa de los muertos: la memoria europea contemporánea”, en Claves de Razón Práctica, 2006, nº 166, págs. 4-14.

  • Jorge Semprún: Pensar en Europa, Círculo de Lectores, Barcelona, 2006.

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