El apoyo del presidente electo al derecho al aborto plantea “una situación difícil y compleja” para la Iglesia, toda vez que Biden se convertirá el 20 de enero en el segundo presidente católico de la historia de los EEUU
“El presidente electo nos ha dado razones para pensar que apoyará algunas buenas políticas” pero también algunas que “socavan nuestra prioridad de la eliminación del aborto”
Tras las felicitaciones, la consigna. Los obispos norteamericanos, con su presidente a la cabeza, hicieron gala de su vena más ‘trumpista‘, lamentando que algunas de las políticas defendidas por el presidente electo, Joe Biden, “suponen una seria amenaza para el bien común”.
Así lo subrayó al cierre de la plenaria on line de la USCCB su presidente y arzobispo de Los Ángeles, José Gómez, quien hizo hincapié en que el apoyo del presidente electo al derecho al aborto plantea “una situación difícil y compleja” para la Iglesia, toda vez que Biden se convertirá -Trump mediante- el próximo 20 de enero en el segundo presidente católico de la historia de los Estados Unidos.
Como sucede en estos casos, Gómez no subrayó las políticas progresistas y sociales del tándem Biden-Harris, sino que se limitó a admitir (la pasada semana) que algunas de sus posturas sobre inmigración, justicia racial y cambio climático son plenamente evangélicas, lo que le valió una seria reprimenda por parte del sector más conservador del episcopado norteamericano.
Confusión entre los fieles
Esta semana, el prelado volvió a abordar la cuestión Biden. “Nos enfrentamos a un momento único en nuestra historia”, dijo. “El presidente electo nos ha dado razones para pensar que apoyará algunas buenas políticas” pero también algunas que “socavan nuestra prioridad de la eliminación del aborto”.
“Estas políticas suponen una seria amenaza para el bien común”, señaló el presidente del episcopado. “Cuando los políticos que profesan la fe católica las apoyan… se crea confusión entre los fieles sobre lo que la iglesia realmente enseña sobre estas cuestiones“. De hecho, Gómez anunció un grupo de trabajo para abordar el asunto, comandado por el vicepresidente y arzobispo de Detroit, Allen Vigneron.
