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Los mártires, la política y el cardenal Amato

Angelo Amato, un purpurado de la vieja guardia, actualmente en entredicho, pronunció una larga homilía, repleta de soflamas político-religiosas contra la República.

La Iglesia católica española quiso despolitizar por todos los medios la beatificación de mártires más numerosa de la historia celebrada hoy en Tarragona. Por eso se prohibieron banderas y pancartas. Por eso, los obispos no hablan de mártires de la guerra civil, sino de “mártires del siglo XX”. Y, por eso, todos ellos, encabezados por el anfitrión de la celebración, Jaume Pujol, arzobispo tarraconense, insistieron, una y otra vez, en que “la beatificación no va contra nadie”. Tanto en sus intervenciones previas como en las que realizaron durante la ceremonia.

Pero, para presidirla vino de Roma el cardenal Angelo Amato, un purpurado de la vieja guardia, actualmente en entredicho (una comisión de expertos está examinando las cuentas de la congregación para la Causa de los santos que él preside). Y, saltándose el guión establecido, tanto por los obispos españoles como por el propio Papa, pronunció una larga homilía, repleta de soflamas político-religiosas.

Con dos ejes fundamentales: Demostrar que los mártires no fueron asesinados por motivos políticos y que, en cambio, la República, el sistema político de aquella época (“años treinta”) había programado políticamente “el exterminio de la Iglesia católica en España”.

Una tesis históricamente aventurada cuando menos y que el purpurado proclamó así de claro y tajante: “Los mártires no fueron caídos de la guerra civil, sino víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia. Estos hermanos y hermanas nuestros no eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente, no apoyaban a ningún partido, no eran provocadores. Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron matados por odio a la fe, solo porque eran católicos, porque eran sacerdotes, porque eran seminaristas, porque eran religiosos, porque eran religiosas, porque creían en Dios, porque tenían a Jesús como único tesoro, más querido que la propia vida. No odiaban a nadie, amaban a todos, hacían el bien a todos”.

Y el cardenal Amato concluía: “En el periodo oscuro de la hostilidad anticatólica de los años 30 (treinta), vuestra noble nación fue envuelta en la niebla diabólica de una ideología, que anuló a millares y millares de ciudadanos pacíficos, incendiando iglesias y símbolos religiosos, cerrando conventos y escuelas católicas, destruyendo parte de vuestro precioso patrimonio artístico”.

Y, para apoyar sus contundentes afirmaciones, amén de las razones teológicas, acudía al argumento de autoridad de un diplomático y sacerdote italiano, Luigi Sturzo que, en 1933, escribió un artículo en el diario 'El Matí' de Barcelona. En él, entre otras cosas, decía “que las modernas ideología son verdaderas religiones idolátricas, que exigen altares y víctimas, sobre todo víctimas, miles, e incluso millones”.

Eso sí, después de las denuncias, el purpurado italiano quiso dejar muy claro que, a pesar de ese plan de exterminio programado por la República contra la Iglesia católica, ésta no beatifica a estos mártires en busca de revancha alguna. Porque “la Iglesia, casa del perdón, no busca culpables”, concluyó el cardenal Amato, en una homilía que probablemente dará mucho que hablar.

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