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Los falsos mitos de la destrucción del patrimonio religioso en la Guerra Civil

Una de las pocas imágenes del lienzo de El Greco ‘Adoración de los pastores’ que estaba en Daimiel FUENTE: IPCE. ARCHIVO MORENO

Las discrepancias Estado-Iglesia respecto a temas como los impuestos, el uso de símbolos o expresiones religiosas en espacios públicos, entre otras cosas, no son nada nuevo y están de plena actualidad. Casi tanto como lo estuvieron durante la II República Española con la implantación, vía Constitución, de un Estado laico, aceptado tanto por la derecha como por la izquierda republicana.

¿Influyeron las discrepancias a causa de la religión en la llegada de una guerra civil? ¿Cuál fue la postura de la iglesia ante los preceptos de un Estado que les dejaba en segundo plano? ¿Cuánto hay de verdad en los motivos de la destrucción del patrimonio religioso durante la contienda?

Un libro  de investigación publicado por la Biblioteca de Autores Manchegos (BAM) de la Diputación de Ciudad Real, que  abarca el periodo 1931-1939, ahonda en estos y otros aspectos.

“Conflictividad social y patrimonio en la provincia de Ciudad Real durante la II República (1931-1939)”, de Juan Francisco Prado Sánchez-Cambronero, trata de arrojar luz sobre algunos de los mitos antes y durante la Guerra Civil española.

Este doctor en Historia del Arte es el director del Centro de Estudios Herencianos y archivero municipal en Herencia (Ciudad Real), explica que el libro partió de su interés en “estudiar  la percepción de una sociedad  respecto al arte religioso que le rodea, que era casi todo el que había en Ciudad Real en aquella época”.

Dice que quiso resolver “una especie de misterio: me he criado en un entorno católico y cada vez que salía el tema de la destrucción de patrimonio en la  Guerra Civil se contaba en voz baja y con cierta aura de misticismo. Quería tratarlo abiertamente y no de forma manida” para despejar una ecuación en la que pesan tanto factores ideológicos, religiosos como de otro tipo.

“Creo que se necesitaba una revisión científica, quitando todo tipo de accesorios que en realidad son una herencia franquista de 40 años y que distorsionan la realidad”.

Ciudad Real tenía entonces 100 pueblos y muy distintas realidades sociales: el campo, la mina, los montes y la sierra del sur… “Todos estos factores hay que tenerlos en cuenta cuando analizamos la historia”. No todo es blanco o negro (rojo o azul en este caso). “El conflicto bélico está totalmente idealizado y demonizado por parte de la izquierda y de la derecha. La reflexión debe ser más sincera y honesta”, sostiene, para abogar por un “análisis sosegado y científico”.

El Estado laico y la postura del Obispado

El libro buceó en muchas y muy variadas fuentes durante los cerca de seis años de investigación incluyendo los archivos vaticanos cuando Benedicto XVI abrió los fondos relativos a la Nunciatura de Madrid con posibilidad de consulta de documentos hasta 1939.

“No lo dudé porque la consulta de archivos eclesiásticos en España es dificilísima” y así tuvo acceso a la correspondencia que mantuvo el obispo de Ciudad Real de la época, Narciso Estenaga, con el nuncio. El investigador explica que la verdadera confrontación con las políticas laicas de la República estaba en el asociacionismo católico (Acción Católica, por ejemplo) y no tanto en el Obispado. “No había una exposición pública del obispo en este tema. Es una cosa extraña respecto a lo que ocurría en otras diócesis. Su perfil era más moderado”, dice el investigador.

Solo así se entiende que el  Obispado  de  Ciudad  Real, en los primeros años,  no  mostrase  “excesivamente  su  oposición  a  las  políticas  republicanas  contrarias  a  sus  intereses”:  la nacionalización  de  los  bienes  de la Iglesia que impuso la República -tanto en gobiernos de derechas como de izquierdas-, la obligación del clero de tributar por  los  bienes  patrimoniales o la norma constitucional que prohibía  a  las  instituciones  pública el  auxilio  económico  a  ninguna  asociación  religiosa. Con el tiempo eso cambiaría.

Fue un periodo muy corto hasta la Guerra Civil en el que se debatía “todo” en el ámbito municipal. “Hasta el repique de las campanas de las iglesias se llevaba a los plenos porque invadía el espacio sonoro público y había que autorizarlo, como las procesiones”.

Se eliminaron las ‘barreras’ entre la parte civil -donde se enterraba a apóstatas, niños sin bautizar o suicidas – y la parte religiosa de los cementerios y se escenificaba un acto “patriótico, símbolo del fin de la desigualdad tras la muerte”, en el que normalmente se interpretaba el himno de Riego.

“En muchas ocasiones todo esto dependía del talante de cada alcalde o del partido gobernante en cada municipio”, detalla el investigador, quien apunta que quizá  los conceptos -la laicidad o la no injerencia de lo religioso en asuntos civiles y viceversa- eran “abstractos y de mucho peso filosófico” y sobrepasaban “la poca preparación académica media” de la provincia en la época.

Durante los primeros años de la II República tanto conservadores como partidos de izquierdas se mostraron respetuosos con el principio constitucional de un Estado laico. Esa actitud iría mutando poco a poco.

“Se produce una erosión” en las relaciones entre las distintas clases sociales y la derecha republicana asume como identidad propia lo católico porque “ven que su electorado está en esos colectivos” y lo aprovecharon en la campaña electoral de 1936 con la connivencia de un clero que en Ciudad Real se había mantenido “aséptico” desde 1931.

El corto periodo de la II República dejaría como legado  la creación del Museo Provincial de Ciudad Real (1932) que el libro recoge con todo detalle. En 1933 la Diputación diseñó la  ‘Ruta  del  Quijote’  para  generar  un  recurso  dinamizador  del  inexistente  turismo  en  la  provincia y solicitó  al  Patronato  Nacional  de  Turismo  “ser  oída  en  el  proyecto  de  establecer  oficialmente  la  ruta “.

Todo eso quedaría en un segundo plano cuando el aumento de la tensión social desembocó en una guerra civil. Es entonces cuando se produjo la destrucción de parte del patrimonio religioso de la provincia “aunque no por las razones que nos han contado”.

En un momento de la historia de España en el que “el municipio cobró autonomía de verdad a nivel administrativo, los ayuntamientos arrebataron los medios de producción vinculados a las élites sociales y en esta situación al llegar la guerra lo primero que se hacía era ir a la iglesia y destruir patrimonio religioso, no por serlo, sino porque lo identificaban con el patrimonio de sus adversarios” y subraya que “ no  existió  una  élite  republicana  exaltada  y  antirreligiosa  en  contra  de  la  mayoría  del  pueblo  católico. El  fenómeno  posee  muchos  más  matices  y  aristas  que  se  ven  influenciados  por  el  contexto  local  y  nacional”.

El investigador lamenta que en la historia de destrucción de iglesias o de obras de arte entre 1936 y 1939 “pesen tanto los testimonios orales, sobre todo en unos hechos de hace 80 años, o en lo que decían publicaciones de la época como ‘Pueblo Manchego’ que era el órgano de los conservadores en la provincia”.

En este contexto, explica, “se  quiere dar la sensación de que el catolicismo, más allá de una religión, era una cuestión identitaria y transversal a izquierda y derecha. No estoy de acuerdo”. El investigador contrapone una realidad social bien distinta en la que “había un auge de las ideas secularizadoras y del laicismo. La religiosidad no era tan unánime en la sociedad como nos vendieron durante 40 años de historiografía franquista”.

En el libro se explica también cómo “la  conservación  y  destrucción  de  obras  patrimoniales  fue  utilizada  por  ambos  bandos  en  la  contienda  como  arma  propagandista  de  cara  a  los  medios  internacionales. “La aviación franquista se dedicó a bombardear el Museo del Prado y mientras lo hacían, vendían al mundo que los republicanos eran anti-religiosos que destruían arte religioso”.

El investigador desmiente que se actuase así: “Las autoridades republicanas, cuando tuvieron el control de la situación, establecieron cauces para la protección de este patrimonio. Lo que no pudieron controlar fue el movimiento revolucionario de los primeros días tras el golpe de Estado” pero, en todo caso insiste, “no hubo un movimiento en contra de la religión sino  anticlerical”.

Juan Francisco Prado tampoco cree que la destrucción del patrimonio religioso pueda atribuirse a “la incultura” de los gobernantes de la época o de las gentes de los pueblos. “Es cierto que los niveles de alfabetismo eran bajos pero no hay que confundir incultura con indiferencia hacia el arte. Lo que se consideraba obra de arte no se tocó. Por poner un ejemplo, la figura de un san Roque era un objeto de devoción, pero no arte”.

Y por eso, alude al momento en 1939 en el que el régimen de Franco promulgó la Ley de Responsabilidades Políticas y pidió informes sobre lo ocurrido en las iglesias, para dirimir las responsabilidades de la guerra, a párrocos o jefes del movimiento, muchos de responden: “No se han destruido obras de arte, nada más que santos” y es que, dice este experto, “el concepto de obra de arte era distinto al que tenemos hoy“ -que incluye la imaginería religiosa- y “considerarlas como mero objeto de devoción, no como arte, no era cosa de los incultos de la izquierda sino de toda la sociedad. Se atacaba a lo que consideraban los símbolos del adversario social y político”.

Circular de la Junta Delegada del Tesoro Artístico de Ciudad Real a los ayuntamientos
Circular de la Junta Delegada del Tesoro Artístico de Ciudad Real a los ayuntamientos FUENTE: AMH, FONDO HISTÓRICO

Retablos y cuadros sobrevivieron, no tanto las esculturas que representaban símbolos religiosos.  Muchas iglesias se convirtieron en albergue para refugiados de guerra procedentes de Andalucía que huían del frente, a veces eran improvisados teatros y cines por decisión del Ayuntamiento, también fueron graneros o cuarteles republicanos. Pero también hay excepciones como la de Herencia, donde un concejal de la CNT se opuso en Pleno a que las tropas ocupasen la iglesia por miedo a la destrucción de un valioso cuadro de la Inmaculada.

“La sublevación militar actuó como catalizador para que todas las colisiones cristalizaran en forma de violencia anticlerical  y actos iconoclastas. Resulta imprescindible la compresión de estas fricciones para evitar explicaciones tan peregrinas como la de la mera locura colectiva e irracionalidad”, concluye el investigador.

Entre las curiosidades, el libro recoge que en  1926  varios periódico habían anunciado  el  descubrimiento  de  ‘un  Greco’  en  Daimiel, la ‘Adoración  de  los  Pastores’,  perteneciente  a  la  última  época  del  pintor. Estaba en el convento carmelita local. En plena guerra civil, fue recogido por la  Junta  del  Tesoro  Artístico, un órgano republicano, “para su protección”.

Tras  la  restauración,  el  lienzo  fue  trasladado  junto  con  las  grandes  obras  del  Museo  Nacional  del  Prado  a  Valencia,  Figueras  y  posteriormente,  en  febrero  de  1939,  a  la  Sociedad  de  Naciones  en  Ginebra  hasta  que  finalizó  la  guerra.

Se  tomó  la  decisión  de  la  evacuación  de  las  obras  del  Prado  junto  con  otras  procedentes  de  El  Escorial,  del  Palacio  Real,  del  Palacio  de  Liria  y  de  la  Real  Academia  de  San  Fernando. En parte para  protegerlas  pero  también, dice el autor, “como  una  acción  que  reinstalaba  los  grandes  tesoros  nacionales  en  el  lugar  donde  estuvo  ubicado  el  Gobierno legítimo  en  cada  momento”.

El  lienzo  regresó  a  España  junto  con  el  resto  de  obras  (entra ellas los Grecos de Illescas (Toledo) en  septiembre  de  1939. Actualmente pertenece a  la  colección  privada  de  Félix  Valdés  Izaguirre  en  Bilbao. Las monjas carmelitas vendieron la obra “a un precio ridículo” de 80.000 pesetas y con el dinero pagaron las obras de reforma del convento, explica el investigador.

Durante la guerra, “las labores de recogida de obras por parte de los técnicos eran muy concienzudas”, señala, a pesar de los escasos recursos. También el sistema de catalogación de las obras. “Las bases de datos estaban tan bien hechas que los propios organismos franquistas los utilizaron para devolver a cada parroquia sus obras”.

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