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Los chiíes marcan distancias con Irán

El avión de Teherán llega cargado de peregrinos que se dirigen a Nayaf, la más alta sede del islam chií. Su sola presencia en Irak constituye la mejor prueba de lo que ha cambiado este país en los últimos siete años. La dictadura de Sadam Husein percibía a los iraníes como agentes enemigos y sólo autorizaba su visita con cuentagotas. Hoy, la influencia del vecino Irán, el único país islámico con un Gobierno confesional chií, resulta innegable. Pero, una vez en el poder, los chiíes iraquíes no están copiando el modelo de la República Islámica, sino que sus líderes religiosos han optado por no enfangarse en las barricadas políticas.

La figura clave detrás de esa neutralidad es Ali Sistaní, un primus inter pares entre los cuatro grandes ayatolás que forman la autoridad espiritual de los chiíes, no sólo iraquíes sino también de otros países. Sistaní no es un líder supremo como el iraní Ali Jamenei. Aunque tiene muchos más seguidores que éste, carece de su autoridad política. Al frente de la escuela quietista, defiende que los clérigos no deben participar directamente en el Gobierno y siempre se ha mostrado crítico con el modelo instaurado por Jomeiní en Irán.

Eso no significa que la maryaia, como es conocido ese sínodo de grandes ayatolás, haya permanecido indiferente a los grandes cambios políticos ocurridos en Irak desde la invasión estadounidense en marzo de 2003. Ese mismo mes, Sistaní emitió una fetua en la que instaba a los chiíes a cooperar con los ocupantes y la administración que instalaron, algo que sin duda fue esencial para el rápido avance de las tropas estadounidenses hasta Bagdad. Se estima que un 60% de los iraquíes son chiíes, esencialmente árabes aunque también hay una pequeña minoría kurda.

Dos años más tarde, cuando se eligió la Asamblea constituyente, los ayatolás respaldaron la coalición chií que actuó como paraguas para los grupos que representaban a esa comunidad. Su actuación posterior parece indicar que se arrepintieron. "La lucha política que se desató les hizo ver que estaban arriesgando su autoridad y su prestigio", estima un analista occidental.

Para las siguientes elecciones, en diciembre de 2005, Sistaní se limitó a pedir a los iraquíes que votaran "según sus creencias", una actitud que ha vuelto a repetir en esta ocasión. No sólo se ha negado a respaldar a ninguna de las coaliciones que compiten por los votos de la comunidad chií, sino que sabedor de que muchos políticos acuden a visitarle en busca de una aparente bendición, ha suspendido sus audiencias hasta que pasen las elecciones del domingo. Aunque, eso sí, ha insistido en la importancia de votar.

A pesar de esa marcada diferencia con la doctrina del velayat-e faqih (gobierno del jurisconsulto) iraní, muchos iraquíes suníes siguen viendo la mano de Teherán detrás de cualquier movimiento de los partidos chiíes. El temor al avance iraní a través de unos supuestos quintacolumnistas iraquíes se extiende también a algunos países árabes vecinos (mayoritariamente suníes), donde el cambio de tornas en Bagdad se ha visto con preocupación. La realidad es que el triunfo de un modelo democrático por encima de confesiones amenaza a Irán tanto como a las monarquías absolutas vecinas.

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