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Los caballos de Dios, de Nabil Ayouch

«Volad, caballos de Dios», con estaspalabras convocaba a la yihad el profeta Mahoma según un hadiz de Ibn Jarir al-Tabari. Ahora los que vuelan son otros, como consecuencia de la reinterpretación que algunas células de Al-Qaeda hacen de las palabras del profeta y que se ha establecido entre los grupos terroristas como una consigna para llamar a la guerra santa. Los caballos de los atentados de Casablanca del 2003 son los protagonistas de esta película de Nabil Ayouch, en la que se narra la vida inventada de cuatro de los kamikazes que se inmolaron el 16 de mayo del 2003.

El relato nos presenta el día a día en el barrio chabolista de Sidi Moumen, en las afueras de Casablanca, a través de la vida de los protagonistas. Yasín y Hamid son hermanos en la ficción, pero también en la vida real, y sobre esta relación se estructura el guion del filme. Yasín siempre ha protegido a su hermano pequeño y se erige como cabeza de familia— pese a ser un niño de diez años— debido a los problemas de salud mental de su padre. Yasín toma, a su manera, las riendas de la economía familiar. Sus hermanos mayores no suponen ningún modelo de referencia, uno vive en las lejanas tierras del Sáhara Occidental y el otro sufre también trastornos mentales que lo mantienen pegado a una radio en el salón de su chabola.

Nabil Ayouch no solo nos hace partícipes de la vida de los dos hermanos, su mirada es más profunda y analiza, a través de los ojos de los protagonistas, la evolución social y política de Marruecos en las últimas dos décadas. La muerte de Hasán II, el hastío de los jóvenes que no ven otro futuro que la emigración, el ascenso del islamismo o la corruptela policial son algunos de los temas transversales que el director integra en el menú. Una combinación de ingredientes que obliga a Yasín, precoz en los negocios, a tomar atajos en un camino lleno de baches. Uno de estos atajos lo conduce a un callejón sin salida, la cárcel. Mientras cumple su pena, el barrio mantiene sus costumbres inalterables y no ofrece grandes expectativas a sus vecinos.

Yasín sale transformado de la cárcel, donde ha entablado relación con la comunidad islamista. El director entrecruza las historias personales (al fin y al cabo son el cuerpo de la película) para mostrar la evolución de los grupos islamistas en la sociedad marroquí. El barrio de chabolas y sus costumbres puede parecer un espacio viciado para los fundamentalistas, pero en realidad es el caldo de cultivo idóneo para la difusión de sus tesis. La hermandad teje una red cada vez más amplia de miembros que comparten no solo una misma visión del islamismo, sino también la pobreza, la represión y la camaradería. A pesar de todo, el egoísmo y la envidia también están presentes en esta peculiar burbuja, cada vez más amplia, donde se vislumbran ciertos favoritismos entre cofrades. El director se sirve de los celos para introducir un elemento clave en el razonamiento de un kamikaze, la duda. El espíritu de hermano mayor de Yasín lo fuerza a controlar las decisiones de su hermano pequeño, a quién él introdujo en la hermandad y que cabalga desbocado hacia su particular gloria.

Les Chevaux de Dieu , que obtuvo la Espiga de Oro en la 57ª Semana Internacional de Cine de Valladolid, se presenta como contrapunto a la célebre —pero no oscarizada— Zero Dark Thirty de Kathrine Bigelow. Ambas historias son complementarias, se acercan al mismo fenómeno desde diferentes puntos de vista; una se centra en el jinete —la de Bigelow—, mientras que Nabil Ayouch llama la atención sobre los caballos que guía ese jinete.

Ayouch nos acerca, desde el relato convertido en ficción, a una sensación difícil de expresar: la desesperanza por la ausencia de futuro. Nada parece más importante para los protagonistas que conseguir escapar del tedio de la indiferencia, solo la entrega absoluta por la causa islamista puede suplir el desinterés que la vida siente por los jóvenes de Sidi Moumen.

 

Entrevista al director Nabil Ayouch


 

¿Por qué una película sobre los atentados del año 2003?

Los atentados del 2003 en Casablanca fueron un acontecimiento que sacudió todo el país. Fue el fin de un periodo, el fin de los tiempos de la inocencia, el fin de la vida en una comunidad multicultural y con diferentes credos en la que se basaba Marruecos. De hecho, resultó un despertar muy brusco y a mí, particularmente, me afectó bastante. Así que me apetecía retomar el asunto desde un ángulo un poco diferente al que ofrecieron los medios en la época.

¿Cómo eligió a los protagonistas?

Fue un proceso bastante largo, pasé dos años y medio en los barrios populares de los alrededores de Casablanca; me reunía con asociaciones y con jóvenes para intentar entender lo que estaba ocurriendo y cómo algunos de ellos podían alcanzar tal nivel de desesperanza. Durante este periodo, digamos que sobre el terreno, conocí a ciertos jóvenes que me parecieron interesantes y en los que me basé para rodar esta película.

En Los caballos de Dios introduce una cuestión clave en la conciencia de un kamikaze, el concepto de la duda, ¿cómo llegó a esa perspectiva?

Solemos pensar que en los barrios populares hay una armada de jóvenes preparados para convertirse en kamikazes y eso es falso. Es muy difícil convencer a alguien para que llegue hasta el final. Cuando se encuentra frente a la realidad se da cuenta de que va a morir de verdad y en ese instante hay muchos que dan marcha atrás. Lo podemos ver en la película porque también lo vimos el 16 de mayo del 2003, hubo dos que no se inmolaron. Por lo tanto, claro que dudan y lo hacen por una razón muy simple: son humanos.

Antes hablaba de la desesperanza, en una sociedad como la que describe la película, ¿qué peso adquiere la envidia en la trama?

Más que en la envidia, la película se basa en la historia de los dos hermanos, Yasín y Hamid. En efecto, toda la dramaturgia del relato se construye en torno a una relación de respeto y admiración profunda entre ellos, de referencia entre uno y otro. Hamid vendía hachís al principio de la película y su personaje evoluciona, cuando entra en prisión pasa de ser un pequeño capitoste a islamista. Para Yasín es una pérdida total del referente que tenía desde el inicio del filme. Es a partir de ahí cuando comienza una relación de rivalidad entre ellos, que los conduce poco a poco al acto final, a inmolarse.

En la película hay un acercamiento al problema de la educación sexual, su ausencia, en todo caso, ¿cómo compartió esta idea con los protagonistas? que de hecho no eran actores profesionales.

Les expliqué hasta qué punto estas escenas eran importantes para la película principalmente las escenas de relaciones sexuales o la violación que hay al principio. Quería que entendieran que este pasaje es constructor del adulto en que se convierte el personaje; pero al mismo tiempo, también destructor, ya que si tuviera un aprendizaje sexual normal, si tuviera la capacidad de dar y recibir amor en un lugar donde hay poco espacio para la intimidad, pienso que simplemente se habría convertido en un adulto diferente al que se convierte. Así que explicándoles esto y con el beneplácito que dieron los padres de los más pequeños, creo que logramos su consentimiento y, por lo tanto, que resultara más fácil rodar estas escenas.

Muestra problemas no siempre reconocidos por el Estado marroquí, corrupción policial, drogadicción, prostitución, etc. ¿Ha tenido dificultades durante la grabación o en la actual distribución del filme por los cines marroquíes?

Sí, es cierto que muestro problemas que no deben haberles gustado a todos los responsables políticos de Marruecos. Al mismo tiempo, creo que hay una toma de conciencia, a raíz de las primaveras árabes, de que no podemos permanecer cegados ante ciertas cuestiones tan relevantes como el sistema educativo, el sistema de salud o la justicia social. Hay reformas que comenzaron hace algún tiempo y vienen acompañadas de iniciativas ciudadanas como este proyecto. Por ello, no he encontrado problemas durante rodaje o en la distribución de la película. También se habrán dado cuenta de que esta película habla de una realidad y trata de describirla. Esta realidad, también ellos —los responsables políticos— la viven a su manera y saben que deben actuar, que es urgente cambiar las cosas.

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