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LOMCE, una ley de todos, para que estudien los de siempre

Si algo no se le puede negar a José Ignacio Wert, ministro de Educación, Cultura y Deporte, es su capacidad para aunar consensos en torno a sus propuestas. Bien es cierto, que esos consensos van siempre en sentido contrario a lo que él pretende, pero eso no debe restar mérito a ese don del que lo ha dotado la naturaleza o, como él cree, Dios. Su reforma educativa, la desde el viernes pasado ley LOMCE, ha conseguido que todos los actores implicados, incluida la conservadora organización de padres de escuelas católicas, se pusieran de acuerdo en que es una ley mala.

Son muchísimos los puntos que hacen de la LOMCE (si cambiamos la “m” por la “n” queda más clara la ceguera del ministro) una ley retrógrada, que pretende devolver a España a los tiempos en los que se segregaba a los alumnos por sexos y en los que quienes provenían de clases menos pudientes lo tenían mucho más complicado para proseguir los estudios, pero ha sido la importancia que vuelve a recuperar la asignatura de religión, el elemento escogido como bandera de lo que la ley representa.

Resumiendo mucho la situación, podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la LOMCE es el primer pago a la Conferencia Episcopal por los muchos favores concedidos en los siete años que Rajoy estuvo en la oposición. Tras la LOMCE espera el pagaré de la ley del aborto y en suspenso, por culpa del Tribunal Constitucional, la derogación de la ley de matrimonios entre personas del mismo sexo. Rajoy podrá escribir en sus memorias, que sólo incumplió lo prometido al pueblo, pero que siguió a rajatabla lo que había jurado a los obispos.

La igualación de la asignatura de catolicismo, llamarlo religión supondría aceptar la falsedad de que se trata de una norma que iguala a todas las confesiones y creencias que coexisten en España, con el resto de asignaturas, no es sólo un atentado al aconfesionalismo del estado que exige la tan venerada Constitución, sino sobre todo una estrategia electoralista con vistas al futuro del PP. Wert, Gallardón y compañía, están convencidos de que sólo dirigiendo a los futuros votantes desde su más tierna infancia, será capaz de sobrevivir su ideario conservador.

Esta idea de catolizar a los cada vez más descarriados españoles, casa perfectamente con la que tiene de españolizar a los ya casi perdidos niños catalanes. Esta misma semana, el Gobierno español ha aprobado pagar el coste de los colegios privados que escojan los padres catalanes que quieran que sus hijos reciban la enseñanza en lengua castellana. Lo positivo de esta noticia, es que al parecer la situación económica no debe ser tan grave como nos anuncian día tras día, cuando hay disposición de presupuesto para pagos tan discutibles. Aprovechando esta aparente nueva situación de bonanza que nos anuncia Wert, es de justicia que los padres que quieran que sus hijos se eduquen en la religión musulmana o en la evangélica, cada vez más numerosas en nuestro país, o en cualquiera otra creencia, puedan exigir al Estado el pago de los costes del colegio privado que elijan.

Si las peticiones se extienden, en poco tiempo Wert habrá conseguido uno de los sueños del PP: que la mayoría de los niños españoles estudien en colegios privados. Una vez conseguido este objetivo, y desmontado el sistema de enseñanza pública, sólo hará falta retirar las subvenciones para cumplir su verdadero objetivo: que estudien los de siempre.

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