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Lo que el bufon respeta

En Madrid se camuflan miles de bufones. Bufones que de día saltan de la cama, salen de casa y toman el metro o el autobús con la precaución de pisar primero con el pie izquierdo. Bufones tristísimos que ocultan una sonrisa así de grande bajo el maquillaje de currito de ocho horas a pie de terminal de ordenador, haciendo de teleoperador por un salario más bien bajo, soltando alguna que otra mentira prefabricada para el cliente y guardando algún que otro trapo sucio de una empresa mal gestionada, así quiebre. .

Bufones que tararean por lo bajo aunque no quieran una cancioncilla de moda y que cuando telefonean a sus novios e incluso a sus novias ponen voz de aeropuerto por enésima vez, a ver si ahora le sale la broma y ella cuela y no le contesta con entonación displicente de pilota de aviones con diez mil horas de vuelo.

Bufones angustiados en la acera más concurrida de la calle más comercial, atrapados en una urna invisible de cristal, que golpean desesperadamente las paredes de su celda mientras sus salvadores hacen corro… alguno que otro echa una moneda y él la muerde, ¡no es falsa! Bufones que se burlan del ejecutivo cuya corbata vuela al viento mientras corre que te corre sin moverse del sitio. Bufones fibrosos, regordetes, altos, bajos y alguno guapo, que lo disimula con un cucurucho en la nariz y unas gafas de cristal de culo de garrafa de las de antes, porque un bufón guaperas es como un nomehuelas aromatizado.

Bufones que se ríen de ti, de mí, de todos nosotros. Que a veces se ríen de los reyes y hasta de los dioses y las ideas y de lo que consideramos sagrado, que es distinto de lo que otros consideran más importante. Que ofenden y que divierten, que molestan y que alivian.

Bufones que, no respetando nada, respetan a todos. Porque distinguen el respeto a las ideas del respeto a las libertades y a la integridad de los individuos. Porque se ríen de nuestras ideas y nuestros sentimientos, pero nunca nos forzarían a dejar de ser nosotros, a que mantuviéramos ideas distintas de las que albergamos ni a que dejemos de escuchar aquella música y aquellas palabras que elevan nuestros sentimientos. Porque se ríen de la mujer que llora, pero al mismo tiempo le ofrecen una sábana para que se suene los mocos, llorona. Porque la vida es teatro, qué pena, pero el teatro es vida, menos mal. Porque los necesitamos. Porque los bufones como Leo Bassi nunca han coaccionado a nadie, nunca han prescrito nada, nunca han prohibido nada, y nada hay que prohibirles a ellos.

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