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Lo público y lo privado

El ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, ha confundido una vez más la ley con su propia virtud moral.

Con su propuesta de perseguir jurídicamente «la incitación al odio» en las redes sociales, el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, ha confundido una vez más la ley con su propia virtud moral. Sus reproches han aparecido ahora porque algunos miembros del PP fueron increpados y amenazados en varios foros de internet, pero el ministro debería saber que la agresividad verbal y la falta de respeto existen en las redes sociales desde el primer día y afectan a mucha gente. Si nos tomamos en serio el debate, hace falta un contexto más amplio, el que hay entre lo que es público y lo que es privado. En privado cada uno puede opinar lo que quiera, pues todo se interpreta desde la relaciones personales de los que escuchan. En un lugar público, las opiniones recorren un camino que resulta incontrolable, y por lo tanto deben seguir los códigos de tolerancia y respeto que exige la sociedad.

Con la llegada de internet, las diferencias entre los dos ámbitos se diluyeron. Las redes sociales se basan en la comunicación, a veces entre desconocidos o incluso desde el anonimato. Se comparten opiniones, fotos, afinidades y críticas que nacen del acto privado de estar ante una pantalla, pero al momento se vuelven públicos.

Esta confusión es evidente en Twitter, un ágora virtual de gestión privada, con sus responsables, sus seguidores que repiten los mensajes que prefieren o detestan, con su falsa proximidad. Hoy en día internet es uno de los pocos lugares donde se borran los privilegios sociales y todas las voces se escuchan por igual. Son sus propios usuarios los que deberían gestionar y modular las opiniones para que no deriven en propaganda pública. La tentación del poder es controlar el ágora, pero un país democrático no puede tener una policía de ideas, por nefastas y peligrosas que nos parezcan. No hay que olvidar, además, que estábamos en campaña y el PP es el partido que más rédito sabe sacarle al odio -propio y ajeno-. Están tan anestesiados por la mayoría absoluta que a veces «incitar al odio» significa, simplemente, no pensar como ellos.

Jordi Punti

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