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Le llaman normalidad, pero es clericalismo

Al clericalismo español le sucede lo mismo que al nacionalismo español, que cree que no existe. Pese a que el anticlericalismo militante ha desaparecido prácticamente de la vida pública, el clericalismo prefiere no darse por enterado e intenta ver demonios anticlericales por todas partes, lo cual le sirve a su vez de justificación para juzgar sus propios privilegios como meros actos de legítima defensa.

Para ellos, uno de esos demonios es la pretensión de algunos padres y grupos laicistas de que el Estado retire los crucifijos de las aulas, dando así cumplimiento tanto al mandato de aconfesionalidad de la Constitución como a la sentencia al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo que considera la presencia de ese símbolo religioso "una violación de los derechos de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones" y de la "libertad de religión de los alumnos".

La supuesta ferocidad anticlerical no pretende acabar con los crucifijos, sino sólo sacarlos de las escuelas públicas. No pretende cerrar las iglesias, quemar los conventos ni comerse a los curas: sólo intenta dar cumplimiento a lo que el Evangelio denomina dar a Dios lo que de Dios y al César lo que es del César.

Con el clericalismo español es difícil entablar una conversación civilizada porque su vocabulario no es el de la modernidad, sino el vocabulario de los viejos tiempos de la alianza de la Cruz y la Espada. Es difícil entenderse con ellos porque creen que el crucifijo en la escuela no es clericalismo, sino normalidad, y quienes opinan lo contrario son el anticristo. A los nacionalistas españoles les sucede lo mismo: a su nacionalismo le llaman normalidad y a los nacionalismos contrarios le llaman traición. Y así no hay manera.

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