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Las mujeres también tienen voz sobre el velo

El discurso dominante victimiza a las mujeres musulmanas y las despoja de toda opinión propia

El revuelo causado por el ‘hiyab’ de Nawja a finales de abril descubre la inconstitucionalidad de los reglamentos internos de algunos centros públicos, el uso interesado del laicismo y un desconocimiento profundo del islam.

La normativa de algunos centros de educación públicos del Estado español, que prohíbe en las aulas el uso del hiyab (término árabe que se refiere al velo de las mujeres musulmanas), se ampara en una supuesta defensa del laicismo y la consideración del hiyab como símbolo religioso. Es el caso del IES Camillo José Cela (Pozuelo de Alarcón, Madrid), que en abril impidió a la alumna Nawja, de 4º de la ESO, acudir al centro por llevar el hiyab; o el IES San Juan, que cambió su reglamento durante el curso escolar para evitar ser el destino de Nawja. Para la Consejería de Educación de Madrid el conflicto estriba en si la normativa de un centro cambia o no durante el curso escolar, obviando la necesidad de un debate más profundo sobre convivencia y diversidad donde las mujeres musulmanas tengan voz.

¿Símbolo religioso impuesto?

“Hay una mala interpretación del laicismo y de lo público. Las que tienen que ser laicas son las instituciones, pero las personas son libres de exteriorizar lo que quieran a través de sus cuerpos”, nos explica Sirín Adlbi Sibai, española de origen sirio y de confesión musulmana e investigadora en el Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos de la Universidad Autónoma de Madrid. Nessrín el Hachlaf Bensaid, licenciada en Derecho, pone el acento en lo legal: reconoce que el primer centro escolar de Nawja tenía unas normas previas al fenómeno de la migración, “quizás está absolutamente desfasado y debería adaptarse a la situación actual de España”. Pero, en definitiva, considera que es una normativa inconstitucional que se contrapone a la libertad ideológica y religiosa (artículo 16): “El velo es de la esfera privada, no atenta contra el laicismo de un país. Es irónico que se prohíba el velo islámico y no el de las monjas. Eso es racismo”.

Existen diferentes tipos de velos, producto de las diversas culturas y religiones del mundo, no sólo en regiones árabe-musulmanas. El hiyab es uno de ellos. Además, los usos del hiyab son muy diversos. “Hay que hablar del hiyab en plural. Como fenómeno social es extremadamente complejo, cada mujer puede darle diferentes sentidos: formas de significación estética, político-identitaria, social, étnico, espiritual…”, matiza Sirín. La consideración del hiyab como símbolo religioso impuesto a las mujeres es una interpretación errónea a los ojos de estas dos musulmanas que conocen la tradición islámica: “No hay ningún precepto islámico que obligue a las mujeres a cubrirse la cabeza, es una recomendación tanto a mujeres como a hombres”, según Nessrin. Por su parte, Sirín reconoce que “si fuese impuesto atentaría contra el concepto islámico de la no coacción”. M. Laure Rodríguez Quiroga, española convertida al islam hace ocho años y presidenta de la Unión de Mujeres Musulmanas en España (UMME), comenta que ser mujer musulmana va más allá del hiyab, unas eligen usar el pañuelo y otras no.

Entre estas tres mujeres ya encontramos diversas consideraciones sobre el hiyab. Sirín lo lleva por “una razón espiritual, por amor a Dios. Según esta investigadora de los feminismos islámicos, a veces se le da demasiada importancia a los usos identitarios del hiyab cuando, para ella, el uso mayoritario en el Estado es espiritual, “es algo así de simple”. Fue a los 20 años cuando decidió ponerse el hiyab, sus padres son religiosos y practicantes pero cuando su hermana mayor se puso el velo lo hizo en contra de la voluntad de ellos, que temían que fuera a tener muchos problemas. Reconoce que en la universidad es fácil llevar velo, pero “cuando bajo al metro hay un acoso tremendo, están los que me miran con cara de odio y los que me miran con cara de pena”.

Nessrín, por su parte, se desmarca del uso del velo como identidad política, “yo soy musulmana y no tengo que llevar un cartel”. También cuestiona que las chicas jóvenes como Nawja no hagan un uso religioso sino estético de él, lo ha observado en las encuestas que ha realizado en diversos institutos: “Te dicen que llevan el velo porque son musulmanas y no saben ni en qué dirección se orienta la Meca”. M. Laure no lleva ningún pañuelo en la cabeza pero reconoce que sí lleva el hiyab, qué más allá de un trozo de tela es “la dimensión espiritual a la que alude el Corán”.

¿Es el velo un símbolo de opresión femenina?

La interpretación que más eco ha tenido en los debates mediáticos españoles a raíz del caso de Nawja es la que vincula el hiyab con la opresión de las mujeres en la cultura islámica. Incluso mujeres que se reconocen como feministas apelan a esta crítica ilustrada que victimiza a las mujeres árabe-musulmanas y las homogeneiza. Sirín considera que este discurso es islamófobo, “producto de siglos de dominación colonial (…), sirve a intereses políticos y económicos, como ocurrió con la imagen de la mujer afgana ataviada con la vestimenta de la etnia pastún: el burka sirvió para justificar la guerra contra Afganistán. Nessrín comenta que la aparición de mujeres musulmanas como objeto de noticia ha aumentando en el último mes, pero siempre en relación con el velo. “Es muy triste que seamos noticia por el velo y siempre se nos asocia a sumisión. Las mujeres musulmanas podemos ser veladas, rapadas, feministas”.

“Esta interpretación del velo como algo opresor pone una vez más a las mujeres en el centro del conflicto. Siempre se usa la vestimenta de las mujeres, las convierten en objeto de mediación de las libertades de una sociedad. Si se cubren las tachan en un lado; si no, las tachan en otro”, advierte M. Laure. Reconoce que los medios de comunicación transmiten connotaciones negativas en las imágenes de las mujeres musulmanas: “no abundan las representaciones de mujeres musulmanas como sujetos activos, el III Congreso de Feminismo Islámico, por ejemplo, no fue casi cubierto porque no se hablaba de mujeres víctimas sino en positivo, y eso no es mediático”. El reto para ella no es echar balones fuera, sino “generar una autocrítica en las personas musulmanas y ser capaces de reconocer que se cometen violaciones de los derechos de la mujer en nombre del islam”. Observa un auge de organizaciones de mujeres musulmanas en el Estado, “las jóvenes son las que están empujando, han nacido aquí o han llegado muy jóvenes y detectan otras necesidades. Muchas son universitarias, cercanas al feminismo islámico y reclaman espacios legales y espirituales”.

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