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Las mujeres en el fundamentalismo cristiano

La columna vertebral de los fundamentalismos cristianos es la propuesta de un modelo de mujer y de familia más próxima al siglo XIX que al XX

Hasta el triunfo de la Revolución Francesa, el cristianismo era la principal fuente de legitimación del poder absoluto. Dios se convirtió en el gran argumento para legitimar las monarquías absolutas y la injusta estratificación estamental

En el siglo XVIII, en Europa, tuvo lugar el alumbramiento de la Ilustración. En esta época histórica se hizo una apuesta fuerte por la razón frente a cualquier tipo de superstición o de prejuicio. ¿Sería posible formar juicios autónomos al margen de los argumentos de autoridad originados por la tradición y las Sagradas Escrituras? Hasta el triunfo de la Revolución Francesa, el cristianismo, en su versión católica o protestante, era la principal fuente de legitimación del poder absoluto. Dios se convirtió en el gran argumento para legitimar las monarquías absolutas y la injusta estratificación estamental. Existía un orden natural de las cosas, imposible de subvertir, y la religión era la encargada de mantenerlo. En este contexto, la Ilustración propondrá a la conciencia de su época que Dios y la religión sean expulsados del Estado y colocados en el ámbito íntimo de las creencias. Y con más o menos retraso, formalmente, las religiones han sido expulsadas de la esfera de la política y se han situado en la sociedad civil en diversas partes, sobre todo en las del tercio rico del mundo. Y, además, su capacidad de imponer su código moral se ha reducido hasta extremos insólitos y los grandes rituales religiosos que articulaban la vida de las personas -bautizos, comuniones, bodas, ceremonias funerarias, etc.- han iniciado un declive que preocupa a las iglesias. Además, el número de creyentes disminuye paulatina pero sostenidamente en la sociedad española.

Hasta el siglo XVIII la religión desempeñó funciones sociales relevantes, pues aportó los valores morales dominantes que articularon las sociedades europeas. Esos valores funcionaban como un cemento que cohesionaba la sociedad y sobre ese cemento social se asentaba el poder moral y coactivo de la religión. En los dos siglos posteriores la religión fue perdiendo muchas de sus funciones sociales, mientras tenía lugar un significativo proceso de secularización, sobre todo, en Europa. En cierta forma la religión fue sustituida por la ciencia y ésta se convirtió en la nueva fuente de la que brotaban todas las respuestas, en el libro que satisfacía todos los interrogantes. Se sacralizó la ciencia.

A mediados del siglo XX, la religión reaparece con fuerza en Europa como uno de los nervios fundamentales del pensamiento político conservador. Probablemente, el vértigo que suscitan los cambios sociales hace que los individuos se agarren con fuerza a las religiones, pues parece que éstas ofrecen valores seguros y eternos en medio del fuerte sentimiento de inseguridad y riesgo que produce el nuevo mundo. No obstante, el cristianismo parece querer reinventarse en función de los tiempos. Y lo está haciendo en clave fundamentalista. El cristianismo, el islam o el hinduismo están desarrollando sus aspectos más reactivos. La creciente secularización de grandes sectores sociales en diversas regiones del mundo y el surgimiento de otras ‘religiones’, que se convierten en sólidos grupos de pertenencia, pueden ser factores causales a la hora de explicar la debilidad de las religiones en términos de influencia sobre la conducta y las creencias de los individuos. Ahora bien, esto no significa que el cristianismo no esté luchando por el regreso al espacio político, eso sí, escondido detrás de las ideologías conservadoras.

Sin embargo, me gustaría señalar que la columna vertebral de los fundamentalismos cristianos es la propuesta de un modelo de mujer y de familia más próxima al siglo XIX que al XX. El rearme ideológico cristiano es un intento desesperado para desactivar y/o neutralizar lo que denomina la ‘ideología de género’. Dicho de otra forma, el fundamentalismo cristiano se está articulando contra la libertad de las mujeres. Su propuesta de rearme moral gira en torno a una vuelta al pasado. El modelo de mujer que defiende la iglesia es, precisamente, el modelo de mujer que ha sido derrotado en distintas partes del mundo y en distintos estratos sociales por el feminismo y por las ideologías de los derechos humanos y de la igualdad.

Su propuesta es el regreso de las mujeres al hogar. Las iglesias saben que las mujeres no pueden volver a ese espacio tal y como lo estuvieron hasta los años sesenta del siglo XX, porque el mercado no puede prescindir de una mano de obra tan barata y tan adaptable como son las mujeres. La poderosa alianza entre cristianismo y capitalismo impide a las iglesias reclamar el completo retorno de las mujeres a la vida familiar. En primera instancia, su propuesta es que las mujeres acepten que la familia es su ‘lugar natural’, aquel que les proporciona un mínimo de felicidad en un mundo que está cambiando vertiginosamente. En segundo lugar, reclaman que las mujeres asuman que las tareas reproductivas y de cuidados son su obligación y su elección; y para ello hay que ocultar los análisis feministas que subrayan el carácter de trabajo gratuito de esas tareas. En tercer lugar, piden a las mujeres que voluntariamente acepten la autoridad masculina. Su propuesta no es que los varones ejerzan coactivamente la autoridad sino que las mujeres acepten el papel que ejerce el varón ‘naturalmente’ como padre y jefe de familia. En cuarto lugar, argumentan la necesidad de que las mujeres crean que su sexualidad es un territorio sobre el que ellas no tienen ninguna autoridad. Los papeles sexuales deben recomponerse como en el pasado, negando la libertad sexual de las mujeres. Para ello, es imprescindible eliminar no sólo las leyes sobre el aborto sino también toda la cultura que, pacientemente, hemos construido en torno a los derechos sexuales y reproductivos. En este contexto ideológico reactivo, el divorcio también socaba los cimientos de la familia patriarcal. Porque, en realidad, su apuesta es recomponer el modelo de familia que se conceptualizó en los albores de la Modernidad patriarcal, pero con un aspecto más ‘moderno’. Y en esa tarea es necesario reivindicar la heterosexualidad como el núcleo fundante de ese reconstruido modelo de familia. Cualquier otro modo de vivir la sexualidad debe ser conceptualizado como una desviación que vulnera el derecho natural. Y para todo ello, hay que volver los ojos al pasado, a la tradición. Hay que reinventar un modelo de mujer que se acerque al pasado en su falta de autonomía y de libertad y se aproxime al presente en su participación en el trabajo remunerado. Dicho de otra forma: se aceptan las transformaciones en el espacio público-político a cambio de no tocar el privado-doméstico. Las iglesias fundamentalistas están proponiendo a nuestras sociedades que las mujeres regresemos a la familia patriarcal y hagamos de los cuidados el eje de nuestras vidas, pero aceptando también la inevitable participación en el nuevo y segregado mercado laboral. Y con esta doble propuesta refuerzan la ideología patriarcal y la neoliberal.

REFERENCIA CURRICULAR

Rosa Cobo Bedia es profesora titular de Sociología del Género en la Universidad de A Coruña. Colabora con universidades e instituciones españolas y latinoamericanas con docencia y formación sobre género y feminismo.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

COBO, Rosa: Hacia una nueva política sexual. Libros de la Catarata. Madrid, 2011.

COBO, Rosa. (ed.): Educar en la ciudadanía. Perspectivas feministas. Los Libros de la Catarata. Madrid, 2008

COBO, Rosa: Fundamentos del Patriarcado Moderno. Cátedra (Feminismos). Madrid, 1995.

Este artículo forma parte del número 18 de la revista "Con la A" monográfico dedicado a "Creyentes, librepensadoras y descreídas"

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