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Las bodas civiles se imponen al ritualismo de las religiosas

Hace unos meses me encontré con una amiga que había asistido hacía poco a la boda de unos amigos comunes. Le pregunté: «¿qué tal la boda?». Y me respondió: «un rollo, como todas».

Por el contrario, distintos amigos me han hablado no hace mucho con entusiasmo de dos bodas civiles, una de ellas de dos gays. Hasta hace relativamente poco tiempo –hablo de la realidad madrileña- las ceremonias de matrimonio religiosas competían con gran ventaja con unas bodas civiles precipitadas, en locales antiestéticos, frente a funcionarios incomodados o aburridos. En pocos años el panorama ha cambiado. Se puede encontrar un juez, un alcalde o un concejal concienciado y un espacio ambientado con gusto y es posible ya organizar una ceremonia participada y sentida.

Poco a poco la competencia va a ir decantándose sin duda por el lado de las bodas civiles. Muchas parejas deciden –sigo hablando de Madrid- casarse en la Almudena, Los Jerónimos, Santa Bárbara… pensando sin duda en el marco estético que ofrecen. Pero aparte de una sustanciosa factura –incrementada por las flores, las fotos, la música- se encontrarán con que los novios están de espaldas a los asistentes y éstos lejos del altar, les presidirá un cura anónimo haciendo un sermón anónimo cuando no doctrinario, los novios expresarán su consentimiento mirando de reojillo no a la otra parte sino al ritual… En definitiva una ceremonia ritualizada y passepartout. Un rollo.

Naturalmente una celebración religiosa puede y debe ser viva, expresiva y personalizada pero en ese caso fácilmente se entrará en contradicción con las normas que prohiben cambiar los formularios prescritos, echar mano de textos no litúrgicos, cambiar la oración eucarística, que intervengan los seglares, que se hagan ofrendas más allá del pan y del vino… A pesar de que Jesús dijo que el sábado es para el hombre y no al contrario, pocos son los clérigos dispuestos a saltarse las normas, de modo que lo ritualizado ganará siempre a lo celebrativo y una boda religiosa será igual a otra boda religiosa y todas un aburrimiento.

Por el contrario, pensándola un poco, una boda civil puede ser la ocasión para leer textos expresivos, para intervenciones de los amigos, para gestos cuidados y significativos. A poco que se prepare, una boda civil tiene muchas posibilidades de ser un acontecimiento estético y sobre todo humano y personal.

Hace más o menos un año un cura de nueva hornada, párroco de un pueblo de Madrid, prohibió que la hermana del novio leyera un texto haciendo referencia al padre fallecido. Sin embargo esa muerte había venido precedida de dos años en coma, un drama al que se quería aludir en un contexto celebrativo. No hubo forma. Lo curioso es que ninguno de los dos novios era muy adicto al cristianismo. De haberlo sabido antes, seguro que hubieran hecho una celebración civil y hubieran leído con toda libertad lo que les hubiera parecido conveniente. Al fin y al cabo, según la doctrina tradicional, ellos eran los celebrantes.

Todo según el ritual”, dijo a la familia el cura del pueblo y yo pienso en lo que les enseñan en los seminarios a estos curas jóvenes, que sin duda nos hemos merecido por nuestros pecados. Les deberían enseñar que Jesús ya se revolvió contra la creencia en que los ritos nos salvan y que están por encima de las personas. Les deberían enseñar que los ritos son importantes y la tradición ofrece marcos que hay que respetar pero que “para la libertad nos liberó Cristo”. Parece que no se lo enseñan. Se lamentarán luego de que el número de bodas civiles aumente. Se lo han ganado a pulso.

P.D.- Hace unos meses, en la famosa iglesia de Canaán de Pozuelo de Alarcón, asistí como invitado a una boda presidida por su famoso párroco. Podría relatar varios detalles curiosos, sólo contaré uno bien significativo. La novia venía velada y, tras las palabras del consentimiento, el celebrante se dirigió al novio: “Ya es tu mujer. Puedes levantarle el velo”. Sin comentarios.

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