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Laicismo y tradición

COMENTARIO: Cómo puede un Estado laico, que debe respetar la libertad de conciencia de toda la ciudadanía, con independencia de las creencias o convicciones de cada persona, mantener en lugares públicos como los hospitales, altares, capillas y símbolos religiosos, que forman parte de la creencia particular de cadda cual. El Estado debe ser neutral ante las creencias y convicciones, sin privilegiar ninguan de ellas, como ocurre en este caso si vuelven a ponerse las imágenes religiosas en el hospital. El culto y veneración que cada uno quera hacer puede practicarlo en los lugares propios para ello, en este caso, los templos católicos. Sin embargo, una vez, se demuestra la incapacidad de los políticos, incluso progresistas, para adoptar claras medidas en favor de la no discriminación de las convicciones no religiosas, cuando se mete de por medio la iglesia católica.


Durante la semana anterior los medios de comunicación dieron cuenta del impasse surgido entre la autoridad religiosa católica y ciertos funcionarios públicos, con motivo de la disposición oficial de retirar las imágenes del interior del hospital de la ciudad de Cuenca, que son consideradas sagradas por los creyentes católicos.

Esta disposición, emanada de algún funcionario de la salud, reavivó la ancestral polémica acerca de la relación Iglesia y Estado laico, que se inició a partir de 1789, y sobre el primado de la tradición frente a ciertas disposiciones legales basadas en el nuevo ordenamiento constitucional. Varios columnistas se pronunciaron al respecto.

En nuestro país, con la Revolución Liberal liderada por Alfaro, a inicios del siglo XX, se propició la separación de la Iglesia del Estado, se promovió la libertad de cultos y la praxis de la virtud de la tolerancia hacia otras creencias.

En un Estado laico la Constitución no puede incluir en el preámbulo la mención de una religión específica, pues de lo que se trata es de separar los dos ámbitos, religión y política: dar a Dios lo que es de Dios y dar al César… La Constitución actual no excluye ni privilegia a ninguna creencia religiosa. Al contrario, las protege a las unas frente a las otras. En una sociedad laica cada iglesia debe tratar a las demás como ella misma quiere ser tratada y no como piensa que las otras se merecen. En un Estado laico tienen acogida todas las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como un deber que pueda imponerse a nadie. Desde mediados del siglo XX, en nuestra sociedad fueron introduciéndose paulatinamente otras religiones. Al inicio lo hicieron de manera sutil debido a la oposición manifiesta de cierto sector social. Hoy, no existen cortapisas para quienes deseen fundar nuevas religiones o sectas. Éstas últimas suman centenas.  
El laicismo no admite los sectarismos religiosos que pretendan imponer una doctrina religiosa única. Los dogmas religiosos son creencias particulares de cada ciudadano que perdieron su obligatoriedad general, pero ganaron las garantías que brinda la Constitución democrática, igual para todos. El laicismo significa un evidente progreso en la concepción valorativa de los derechos del hombre y del ciudadano.

Lo descrito forma parte del sentido común. Sin embargo no se puede desterrar por decreto ciertas prácticas rituales enmarcadas en una tradición de siglos. Un hospital, si bien es un espacio público, en él se enfrentan contra la muerte seres humanos concretos, pacientes y médicos, en una lucha desigual. La capilla constituía un espacio que brindaba gratificante consuelo espiritual, elevación de miras, sentido de trascendencia, y no pocas veces el bálsamo de la esperanza de la redención y encuentro postrer a los deudos. Según declaraciones oficiales la disposición del retiro de las imágenes sería temporal y existiría el propósito de adecuar, a mediano plazo, un espacio para la reflexión y la oración, que confieran sentido a la finitud existencial y a la incertidumbre de la muerte. Bien por aquello.

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