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Laicismo y espiritualismo. Dos ejemplos del reformismo pedagógico francés en la España de la Restauración

La crisis europea no es un tema nuevo. Desde el clásico libro de Paul Hazard hasta la época actual abunda la bibliografía que nos habla, entre otras muchas cosas, de la decadencia de las naciones, del declive de Europa, de la caída de Occidente. Por su protagonismo en la historia continental Francia acusará, como ninguna otra nación europea, esta crisis de conciencia, que en su caso tendrá un fatal desenlace: la derrota militar de 1870. Ya antes de consumarse la debacle de Sedán, nuestra vecina pirenaica estaba sumida en una profunda reflexión. En 1868 Prévost-Paradol lanzaba su France Nouvelle a modo de antídoto contra la latente postración francesa. Poco después, Charles Renouvier publicaba su Science de la morale, uno de los primeros llamamientos a la regeneración. Ernest Fournier insistirá en 1869 sobre un programa de cambio formulado a través de Les réformes nécessaires. Estas voces que en ocasiones terminan en situaciones límites —Prévost Paradol se suicidó al no poder resistir la hecatombe— anticipan una dinámica larvada hacía tiempo. Francia en 1870 es una nación deshecha
y destrozada, pero que alberga unos resortes de reacción inimaginables. Libros como La réforme intellectuelle et morale, de Ernest Renán, o La République. Conditions de la régénération de la France, de Edgar Quinet, alimentan una literatura regeneracionista surgida desde primera hora 1.

Conviene resaltar la repercusión que el ocaso francés, y el consiguiente movimiento reformista, tuvieron sobre la Europa mediterránea, porque la derrota de Sedán afectó por extensión a Italia, Portugal y España. Edmundo de Amicis, en sus Recuerdos de 1870-1871, levanta acta de la solidaridad latina, señalando que el afecto hacia Francia nos «amargará su derrota más que lo que entusiasmará a sus enemigos la desventura de tan caro pueblo» 2. De alguna manera Amicis propone la participación colectiva de toda la gente latina en la tristeza francesa, presentando a la nueva Italia, a la Italia del Risorgimiento, como el revulsivo para el futuro inmediato. Pero desgraciadamente ninguna de aquellas tres naciones mediterráneas pudo escapar a la dinámica de la crisis finisecular. Portugal en 1890 con la crisis del Ultimatum, Italia con el desastre de Adua en 1896 y España con el fracaso colonial de 1898 siguieron la misma marcha que su hermana mayor. De hecho estos incidentes son agentes desencadenantes, tal como ha apuntado el profesor Jover Zamora, de una realidad comúnmente vivida desde 1870 aproximadamente 3. Incluso la misma Francia tendrá en el affaire Dreyfus una segunda parte de aquella crisis de fin de siglo, que agita por igual a portugueses, españoles, franceses e italianos.

Resulta lógico, por tanto, pensar en la influencia que ejerció entre nosotros la marcha de los acontecimientos franceses. Para nuestra generación de la Restauración, la Francia coetánea, la Francia de la III República, constituirá  un sempiterno punto de referencia. En efecto, aquel movimiento de regeneración, comparable sólo al publicismo de los Discursos de Fichte, deja
sentir también su huella en la península. Pero observamos que esa Francia de fin de siglo adquiere ante España una significación dual, dicotómica, bifacial. Por un lado nuestra vecina será la patria de Gambetta y de Ferry, la heredera del genuino espíritu de la revolución de 1789, y que ahora, gracias a una voluntad pedagogista ciertamente desconocida, proclama un universalismo
cosmopolita laico, cuyas características —república, positivismo, anticlericalismo, masonería— integran los principios de aquel radicalismo decimonónico que nuestros políticos identificaron con nombres propios de la vida cultural y política como Víctor Hugo o Emilio Zola. Paralelamente a esa Francia radical, aparece en el horizonte cultural otra alternativa de ascendencia
neohumanista, que a través de otro magistral libro —Quelques mots sur l'instruction publique, de Michel Breal— contacta con la tradición de la altertumswissenschaft germana. España, ávida por conocer lo foráneo, tiene ante sí dos opciones, dos posibilidades. Y si bin en un primer momento sintoniza con la Francia cientifista, y laica, más tarde, conectará también  con aquella segunda Francia espiritual que busca sus señas de identidad en el historicismo clásico. Pero no adelantemos acontecimientos y vayamos por partes.
 

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