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Laicismo y autonomía moral

Algunas reflexiones acerca de la importancia del concepto de autonomía para el ideario laico.

  1. El hecho de que los postulados filosófico-políticos sobre los que se basa el laicismo tuvieran su origen en la Revolución Francesa, puede llegar a ocultar los fundamentos de la secularización de la cultura europea, incubados a partir del Renacimiento. Si reducimos el significado del laicismo a los postulados jurídico políticos en los que se basa la separación Iglesia-Estado, dejaríamos en la penumbra dimensiones que echan sus raíces en la lucha por la secularización de la política, raíces tan profundas que se remontan a los tiempos en que el pensamiento europeo comenzó a independizarse de la teología, y la razón individual reclamaba para sí todo el protagonismo.
  2. Guillermo de Ockham (1290-1349), aunque teólogo y franciscano, separó con bisturí la fe de la razón y, con ello, liberó el empirismo de la metafísica; en definitiva excluyó los asuntos de la fe del ámbito de la observación natural y de la razón, y dirigió su mirada hacia la observación del mundo físico. De esta perspectiva surgió la ciencia física, en el siglo XIV. Al establecer su teoría del conocimiento de una separación tajante entre saber natural y “saber” sobrenatural, reivindica una plena autonomía para la investigación filosófica. Por defender la autonomía del poder civil acabaría enfrentado al papado y perseguido el resto de sus días.
    Conviene aclarar que este intento de conseguir un espacio autónomo para la cultura secular no fue antirreligioso, sino antieclesial; pero el intento echó raíces. El humanismo, como una nueva cultura antropocéntrica, arrinconaba la escolástica como lo que era: una antigüalla.
  3. Desde mi punto de vista, el concepto de autonomía (moral, individual, colectiva) debe formar parte indisoluble del ideario básico del laicismo. Si cuando se atribuye un sentido preestablecido a la vida en una sociedad, y a la sociedad misma, podemos hablar de heteronomía social e individual, una sociedad autónoma, verdaderamente democrática, debe poder poner en cuestión todo sentido preestablecido y ser capaz de crear nuevas “significaciones”.
    La autonomía individual y moral que se corresponde con esta concepción de la autonomía social (o colectiva), y que ayuda a construirla, sólo puede basarse en las relaciones de igualdad, el respeto mutuo y la cooperación, desarrollando un discurso intelectual que puede sufrir todas las influencias inimaginables, pero no se somete a concepciones o sistemas de pensamiento preconcebidos.
    Así pues, la autonomía moral se sustenta en una reflexión sin coacciones que provengan de otras instancias de su entorno. En este sentido, hablar de libertad de conciencia conlleva la capacidad de desarrollar las facultades especulativa y autorreflexiva de la inteligencia, así como la racionalidad crítica.
  4. Es evidente que esta concepción de la autonomía individual no se puede querer sin quererla para todos y, por tanto, no se puede concebir plenamente más que como una empresa colectiva.
    En el marco concreto de nuestra sociedad, la tendencia hacia la autonomía debe hacer frente a todo el peso de la sociedad instituida. El ser humano no es voluntad pura de autonomía y responsabilidad. El no querer o no poder no se esconde, principalmente, en el interior de cada individuo, como constantemente nos venden los medios de comunicación. Por el contrario, los obstáculos que se oponen a la autonomía moral residen en las condiciones de explotación del ser humano, en la pobreza, en las relaciones de dominio, en la manipulación informativa y, en las sociedades más industrializadas, en el consumo irracional.
  5. Creo que no se pueden confundir los conceptos de autonomía moral y libertad de conciencia. Dejando al margen los aspectos puramente conceptuales, puede darse libertad de conciencia sin autonomía moral, pero es imposible que exista autonomía moral sin libertad de conciencia. A mi modo de ver, esta es una línea de demarcación nítida entre las posturas laicas y las actitudes confesionales heterónomas. Por eso creo que es tan importante apropiarse para el discurso laico el concepto de autonomía moral.
    En el ejercicio de su libertad de conciencia Ramón San Pedro, en claro uso de su autonomía moral, decidió dejar de vivir. Igualmente ejercen su autonomía moral los homosexuales que deciden casarse, las personas que se divorcian o los teólogos que disienten de la doctrina oficial (Kung, Tamayo&). No obstante, son muchos más los teólogos que en el ejercicio de su libertad de conciencia deciden renunciar a su autonomía moral y siguen sumisos las “enseñanzas” de la Iglesia.
  6. Cuando en febrero de 2004, la Congregación para la Doctrina de la Fe reconocía la autonomía de la esfera civil y política, respecto de la esfera religiosa y eclesiástica, no hacía mención a la autonomía moral: seguía pensando en un individuo aprisionado en una moral heterónoma, dependiente de la doctrina religiosa. Fue el teólogo Martín Patino el que, en un acto de autonomía moral, él sí, afirmaba que entendía por laicidad la “afirmación de autonomía y de consistencia del mundo profano en relación con la esfera religiosa”. Creo, en fin, que los laicos debemos promover el ejercicio de una moral autónoma en cada individuo.
  7. Sobre la autonomía moral, individual, social, se ha escrito mucho desde múltiples perspectivas, por lo que abarcar mínimamente este concepto tan complejo es prácticamente imposible. Yo tampoco estoy preparado para tamaña empresa. Tan sólo he pretendido aportar unas reflexiones para que, junto con otras, nos vayan ayudando a aclararnos.

Enrique Ruiz del Rosal. Presidente de la Asociación Laica de Rivas Vaciamadrid

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